lunes, 28 de abril de 2014

Capítulo 9


Capítulo 9
Victoria entró en su lencería preferida y se compró un negligé de seda en color verde agua que se puso en cuanto llegó a su apartamento. Era perfecto.  El tipo de prenda elegante y sofisticada que hacía juego con el aspecto de su piso.

Se sirvió una copa de vino y se sentó a la mesa de la cocina, con todas sus notas desperdigadas alrede­dor.  Así era como quería vivir, rodeada de sofisticación y con un compañero bien vestido, encantador, en fin, como los hombres de antes, que no llevara ropa interior de cuero. Pero que, si se la pusiera, le quedara estupendamente.

Se quitó la idea de la cabeza y comenzó a pasar a limpio sus notas. Acababa de terminar de reescribir lo que había averiguado en Walters cuando llegó Estela.

E: Matthew está en casa de un amigo y tengo que ir a recogerlo dentro de poco. Pensé que podía venir a verte antes por si tenías noticias.
V: Y las tengo (dijo Victoria).  Muchas.  Anthony es prepotente y Marcos está raro vestido con traje.  Ah, un filete de ternera no es nada erótico porque los hace sentirse llenos y no tienen ganas de nada.
E: No me refería a esas noticias sino a tus progre­sos con Walters.  Ibas a ver a Gerald hoy, ¿no?
V: Ah, sí. Gerald (Victoria lo había olvidado por completo).  Sí, quedé con él.
E: ¿Y qué ocurrió?  ¿Te dijo algo de su tío?
V: No admitió que hubiera querido deshacerse de él, si es eso lo que quieres saber.  Me enseñó las instalaciones, y me habló de todos los cambios que tiene previstos.  Ah, y también vi la nueva línea de ropa in­terior de cuero.  Tenías razón.  Me sorprendería mucho que se vendiera... aunque Gerald dijo que es un gran mercado.
E: Se equivoca, pero no es eso lo que me preocupa ahora.  Sigue.  ¿Y qué más averiguaste?  ¿Dijo algo de Franklin?
V: Sí. Dijo que lo quería mucho.
E: Claro (repuso Estela).
V: Y que se quedó muy sorprendido cuando su tío le legó la empresa.
E: ¿De veras? (dijo Estela).  ¿Y a quién esperaba que se la dejara?  Gerald no tenía más familia, a no ser que cuentes a su canario.
V: Eso no lo mencionó, pero sí dijo que él no tomó salsa de marisco, por lo que tampoco pudo dársela a su tío.
E: Nunca se sabe (dijo Estela).  Sigue, ¿qué más?
V: No mucho (admitió Victoria y Estela la miró desilu­sionada).  Pero sabré mucho más la próxima semana.  Voy a hablar con todos los que trabajan en Deportes al Aire Libre, y he quedado para cenar con Gerald el sábado por la noche.
E: Gran estrategia, Victoria.  Una cita con un asesino.  Estoy segura de que podrás sacar algo para tu artículo sobre el hombre ideal  (Estela se puso en pie).  ¿Pue­do ir al baño antes de salir a buscar a Matthew?
V: Claro (dijo Victoria mirando a Estela que desapa­recía por el pasillo).  No creo que sea un asesino y no es una cita (le gritó).   Sólo va a contarme los planes de cambio que tiene. No se sabe qué podré averiguar.
E: Yo sí espero averiguar algo (gritó Estela).  Voy a salir a tomar algo mañana con Simón.
V: ¿No te referirás a Simón González?
E: Así es. ¿Podrías cuidar a Matthew?
V: Claro, pero... pensé que Simón estaba compro­metido.
E: Lo está (dijo Estela saliendo del baño y viendo el ceño fruncido de Victoria).  No te preocupes.  Sólo va­mos a ir a tomar una copa para hablar del Informe Franklin.
V: ¿Qué es el Informe Franklin?
E: Es como he bautizado el asunto de la muerte de Franklin (dijo Estela vibrante de emoción).  ¿Te gusta?  Podría ser el título de un libro, incluso estaría bien para tu artículo.
V: No sé.  Esta investigación tuya... no sé para qué sirve.  No estoy muy convencida de que no fuera un accidente, y si no lo fuera, estoy segura de que Gerald no tiene nada que ver.
E: Pues yo no estoy tan segura, pero aunque tengas razón, y él no lo hubiera hecho, alguien más podría haber sido.  No soy la única que tiene sospechas.  Simón está de acuerdo conmigo.
V: ¿De veras?
E: Sí, por eso vamos a vernos mañana. Simón quiere que comparemos nuestras averiguaciones.
V: Suponiendo que Simón sepa algo, lo que dudo mucho, ¿por qué querría decírtelo?
E: Porque soy contable, claro.  La gente nos cuenta todo tipo de cosas.  Somos como un cura a quien vie­nen a confesarse.
V: Entiendo.
E: Vamos, Victoria.  ¿Por qué no querría contármelo?
V: ¿Porque es un hombre?

Mientras Victoria interrogaba a Gerald, y Estela inte­rrogaba a Simón, Marcos decidió hacer lo mismo con su hermana.  Se acercó a su casa por la noche para re­coger a los niños.  No le gustaba la escena del helicóp­tero y necesitaba un par de actores que le ayudaran a hacer un simulacro.  Mientras esperaba que fueran a buscar sus pistolas de juguete y otros artículos, Marcos se apoyó en la encimera y le habló a Flor de su cola­boración con Victoria en el artículo para la revista.

Flor no sólo había oído hablar de la revista Hom­bres de Verdad sino que era una ávida lectora y se quedó muy impresionada de que su hermano tuviera algo que ver con ella.

F: ¡Estás escribiendo un artículo para la revista Hombres de Verdad (exclamó con los ojos muy abiertos).  Es increíble, Marcos.

Por alguna razón, su asombro le pareció insultante.

M: He escrito media docena de libros superventas y he aparecido en montones de revistas, Flor.  Esto no es más que un pequeño artículo.
F: ¡Sí, pero es para Mujeres!  Es impresionante que tus libros sean siempre de los más vendidos, y me parece asombroso verte en las revistas, aunque nunca he podido comprender por qué en cada entrevista tu color favorito es uno distinto.
M: Eso depende del humor que tenga (le dice Marcos sin darle importancia a su hermana).  No sabía que leyeras la revista Hombres.
F: Todas las mujeres la leemos.  Todos los hombres guapos aparecen allí.  Incluso hicieron un artículo so­bre George Clooney y ahora tú estás escribiendo un artículo para ellos.  No saldrás desnudo, ¿verdad?
M: Santo Dios, no (dijo Marcos con un escalofrío de pensarlo).  Y no estoy escribiendo el artículo yo solo.  Trabajo con Victoria en su artículo.
F: ¿Victoria? (Flor abrió aún más los ojos).  ¿No hablarás de Victoria Fernández? (Marcos asintió con la cabeza y Flor se llevó la mano a la boca).  Oh, Dios mío, no lo puedo creer.  ¡Conoces a Victoria Fernández!

Marcos conocía a mucha gente famosa entre los que se incluían políticos, estrellas de cine y modelos, y su hermana nunca había reaccionado de aquella manera.

M: Sólo es una periodista, Flor.
F: Lo sé, pero es muy buena.  Su artículo “El placer del sexo con una misma” fue todo un clásico.

¿El placer del sexo con una misma?  ¿Victoria había escrito sobre eso?  ¿Y dónde y cómo habría recabado la información?

F: Y su artículo sobre las prendas que te hacían sentir atrevida fue fascinante (continuó Flor llena de emoción).  En cuanto lo leí, me compré unas za­patillas de correr nuevas.

M: ¿Zapatillas de correr? ¿Y qué tienen que ver con...?
F: Es algo de mujeres (le interrumpió Flor mi­rándolo con repentina curiosidad).  ¿De qué trata el artículo que estás escribiendo con ella?
M: Trata de hombres.  El hombre Ideal, para ser más exactos (se aclaró la garganta).  De hecho, que­ría preguntarte algo.  ¿Cuáles dirías tú que son las cua­lidades que un hombre ideal debería tener?
F: Veamos (dijo Flor arrugando la nariz mien­tras pensaba).  Guapo, gran sentido del humor, inteli­gente... (se mordió el labio inferior).  Supongo que alguien como Eddie.
M: ¿Eddie? (Marcos trató de conciliar las cualida­des que había dicho su hermana con su cuñado, pero no pudo).  ¿Te refieres a tu marido, Eddie?
F: ¡No, me refiero al perro de Frances, Eddie!  ¡Cla­ro que es mi marido, idiota!
M: Ah (Marcos no pudo pensar en una respuesta para aquello).

Eddie tenía una tienda de muebles.  Era un buen hombre pero no sabía hablar de otra cosa que no fueran sofás.  Marcos no diría que fuera el hombre ideal.  

M: ¿Y yo qué?  ¿Tú dirías que lo soy?
F: Eres mi hermano, Marcos.  No te considero un hombre.
M: Vaya, gracias por lo que me toca.
F: Pero si lo hiciera, supongo que pensaría que lo eres, sí.  Desde luego has sido un buen hermano para mí.  Ayudaste mucho a Eddie a montar su tienda, por no mencionar el dinero que aportaste para mi educa­ción y las cosas que le has comprado a mamá.  Has sido maravilloso.
M: Pero eso no tiene nada que ver con el hombre ideal (dijo Marcos haciendo un gesto con la mano para quitar importancia a las palabras de Flor).  Cualquier persona lo habría hecho.  Si hubiera sido tu hermana, también lo habría hecho.  Lo que quiero sa­ber es, si no fueras mi hermana, ¿me considerarías un hombre ideal?
F: Ah (dijo Flor abriendo mucho los ojos), su­pongo que sí.
M: ¿Es eso un sí o un no? (dijo Marcos algo decepcionado).
F: Marcos, eso es un sí (Flor lo miró y sonrió alegre).  Es verdad que pasas mucho tiempo escribiendo, y que tienes muchas manías con los alimentos y no eres la persona más ordenada del mundo.  No sé si eres ro­mántico... pero tienes un gran sentido del humor y eres muy, muy divertido y... siempre que vienes a ce­nar, friegas los platos.
M: ¿Fregar los platos es una cualidad del hombre ideal?
F: Yo diría que sí.  Eddie lo hace la mayoría de las veces.  Es una de las cosas que más me gustan de él (dijo poniéndose colorada).  Y una de las cosas que más me excitan.

Marcos abrió la boca para preguntar más, pero en ese momento llegaron sus sobrinos, Andrew y Simón, con sus armas de plástico, sus coches y otros juguetes.
Andrew: Hoy me toca a mí ser el malo, ¿verdad, tío Marcos? (dijo el mayor de los sobrinos de Marcos).  Simón ya lo fue la última vez.
Simón: No es cierto (protestó el menor).  Tú fuiste el malo.  Yo tuve que hacer de la chica.
M: Esta vez los dos podrán ser malos y usaremos las almohadas como si fueran el protagonista y la chi­ca.  Así ninguno de ustedes se hará daño.

Los chicos dieron gritos de alegría y corrieron ha­cia el coche.  Marcos se metió las manos en los bolsillos y los siguió.  Lo de ser un hombre ideal era mu­cho más complicado que simular una escena del libro.  Había que ser seguro de sí mismo, vulnerable y fregar les platos.

Se imaginó a Victoria en su cocina mientras él termi­naba de fregar los platos.  Ella lo miraría con ojos de deseo y él la desnudaría allí mismo.

Le haría falta mucho más que fregar unos platos para atraer a Victoria.

Continuará…

domingo, 27 de abril de 2014

Capítulo 8

Capítulo 8
El hombre ideal sabe que lo es. ¿Tienes problemas con tu autoestima? No te preocupes, amiga, tu hombre ideal tiene confianza en sí mismo para los dos. No im­porta la situación, tu hombre sabrá salir de ella con toda facilidad.
49 Cualidades Del Hombre ideal”, Revista Hombre Real, Abril, 1964.

Gerald Carrión estaba en su despacho cuando Victoria llegó.  Era un hombre de unos cincuenta años, pelo canoso, elegantemente vestido con un traje hecho a la medida y muy cortés.  Se levantó de la silla tras el escritorio cuando ella entró y le estrechó la mano con cierta fuerza.
G: Es un placer conocerla (dijo él haciéndola en­trar y sentarse junto a una mesa auxiliar en el otro lado del despacho).  Es muy amable por su parte to­marse ese interés por nuestra empresa.
V: Muchas gracias (dijo Victoria).

Gerald no parecía el tipo de persona que se desharía de su tío, aunque ella tampoco sabía qué aspecto tendría un hombre así, aunque sospechaba que debía ser un tipo siniestro.  Y Gerald no lo era.  De hecho, le recordaba a un actor famoso de cierta edad, aunque un poco más bajo.

G: ¿Y qué le ha llevado a escribir sobre nosotros? (Victoria se dijo a si misma “Mi amiga piensa que usted se deshizo de su tío”).
V: Escribo pequeños artículos para un periódico lo­cal de vez en cuando y se me ocurrió que estaría bien escribir uno sobre los cambios que ha sufrido su nego­cio.  Si no le importa, claro.
G: Bueno, Victoria... ¿Te importa que te llame Victoria?  ¿O prefiere señorita Fernández?
V: Victoria está bien.
G: Gracias. Como iba diciendo, Victoria, no le hemos dado la espalda a la publicidad.  ¿Qué tipo de informa­ción estás buscando.
V: La renovación que estás llevando a cabo, las ra­zones para el cambio.  Victoria se dijo a sí misma “Si tienes algo que ver con la muerte del señor Franklin”.
G: Está bien (dijo Gerald).  ¿Por qué no empeza­mos por ver las instalaciones?  Por el camino te iré ex­plicando las renovaciones que tengo en mente.

Salieron del despacho y Gerald la acompañó por las instalaciones siempre atento a ella y dándole las explicaciones más adecuadas.  Terminaron delante de los escaparates.  Victoria pensó en una manera de dirigir el tema hacia Franklin Walters.
V: Desde luego ha cambiado mucho todo (dijo fi­nalmente).
G: Lo sé (suspiró Gerald).  Las cosas tenían que cambiar, Victoria... aunque mi tío no se diera cuenta.
V: ¿Te refieres a Franklin Walters?
G: Sí (Gerald tosió discretamente mientras se tapaba la boca con la mano).  Yo quería mucho a mi tío Frank.  Era una buena persona y todos los empleados estábamos muy unidos a él.  A veces, cuando vengo por aquí me parece estar viéndolo.

Gerald se llevó el dedo al lagrimal del ojo y a Victoria se le hizo un nudo en el estómago.  Aquello era una idiotez.  Nunca debería haberle hecho caso a Estela.  ¿Cómo alguien podía sospechar de un hombre tan en­cantador como Gerald?
V: Lo siento, Gerald.
G: Yo también (suspiró éste).  Supongo que te habrás enterado de lo que le ocurrió.
V: Algo he oído, sí.  Alergia al pescado, creo.
G: Exacto (Gerald le contó la misma historia que le había contado Estela antes).  Ojalá le hubiera visto tomar aquella salsa de mariscos. No le habría dejado probarla.  Yo no la tomé.
V: ¿No?
G: No.  Yo también soy alérgico al pescado.  Fue una tragedia (Gerald guardó silencio unos momentos mientras recobraba la compostura).  Desafortunada­mente, el tío Frank estaba un poco anticuado.  Traté de convencerlo pero no nos poníamos de acuerdo.  No que­ría que las cosas cambiaran, pero tenían que cambiar.  Cada vez hay más gente que practica deportes al aire li­bre y no quieren tener que ir a comprar su equipamien­to a un almacén como si fueran piezas de coche.  Quie­ren ir a un lugar que tenga un aspecto más refinado.

Victoria no creía estar de acuerdo.  Le parecía que ese tipo de clientes estaban más interesados en hacer una buena compra que en el aspecto del almacén.

G: Aunque supongo que al final nos pusimos de acuerdo (continuó Gerald pensativo).  Después de todo, me dejó la empresa.  Me tomó completa­mente por sorpresa.
V: ¿No esperabas que te la dejara?
G: No (dijo dando un nuevo suspiro).  Me alegra que lo hiciera porque así no me sentí tan mal por todas las discusiones que habíamos tenido al no ponernos de acuerdo.

Ahí estaba la clave. ¿Por qué iba a dejar el señor Walters la empresa a su sobrino si no se llevara bien con él?

Gerald le puso la mano en la espalda para guiarla hacia el siguiente escaparate.

G: Ven por aquí.  Quiero enseñarte nuestra nueva lí­nea de ropa interior de cuero.

Victoria llegó quince minutos tarde a la cita que Marcos y ella tenían con el empresario Anthony Stevens.  Habían quedado en el hotel Holiday Inn, ya que el señor Stevens estaba montando una nueva em­presa y no tenía oficinas disponibles aún.  Cuando llegó al hotel, seguía pensando en Gerald.  Estaba de acuerdo con Estela en que los cambios que estaba re­alizando no eran los más adecuados.  Sin embargo, tampoco creía que tuviera nada que ver con la muer­te de su tío.

Victoria vio enseguida a los dos hombres.  Anthony era el cuarto hombre al que entrevistaban.  Después de Hubert y su inteligencia, habían hablado con el galerista, que a Victoria le había parecido un hombre con un gran gusto, y con un profesor de latín que ambos habían de­finido como muy bien educado.  Todos ellos habían sido hombres bastante agradables a su manera, aunque nin­guno encajaba en el hombre de sus sueños.  Tenía la es­peranza de que Anthony fuera diferente.

Marcos hizo las presentaciones.  Anthony le estre­chó la mano con gran entusiasmo al tiempo que le decía que era un verdadero placer conocerla.  Marcos se había puesto unos pantalones de vestir, chaqueta y corbata.  No era un atuendo tan serio como el de Anthony o el de los galanes de cine antiguos pero era un avance.
V: Bonita corbata (le dijo Victoria).  No sabía que tu­vieras una.
M: Tengo cientos (respondió Marcos).  A decir verdad mi armario está lleno de trajes.  ¿Dónde esta­bas? (dijo esto último bajando la voz).

Marcos estaba un poco raro con traje pero estaba guapísimo.
M: ¿Victoria? (preguntó Marcos al ver que Victoria no contestaba).
V: Viendo ropa interior de cuero (murmuró ella mientras se imaginaba a Marcos vestido con unos cal­zoncillos de cuero.  Le habían parecido interesantes en el maniquí, pero en un hombre como Marcos, éstos le deben quedar fantásticos.
M: ¿Cómo dices?
V: Estaba trabajando en otro artículo (respondió Victoria tratando de concentrarse).
M: Te agradecería que llegaras a tiempo.  Pensé que tendría que hacer la entrevista yo solo y no se me da bien.
V: ¿De veras? (Dijo Victoria pensando que si era tan bueno como las escenas de sexo de todos sus libros, se le daría realmente bien).  Parece que Anthony y tú se han caído bien.
M: No hemos hablado de otra cosa que mis libros y sólo para criticarlos.  Parece que él sabe escribir mejor que yo.
V: ¿De veras? (repitió Victoria mirando a Anthony, que se acercaba a ellos a grandes zancadas).  

Parecía el tipo de hombre fuerte, maduro y decidido, bien vestido y con gran atractivo físico.  ¿Pero sabría cómo es­cribir una buena escena de sexo? Si era así, a Victoria no le importaría conocerlo mejor.

A: ¿El hombre de hoy? (dijo Anthony pensati­vo).  Yo diría que tiene que saber qué es lo que quie­re y tener la confianza en sí mismo necesaria para conseguirlo.  Debe tener pelotas (dijo esto último mi­rando a Marcos).  ¿No está de acuerdo, señor Guerrero?
M: Marcos (dijo Marcos).  Y estoy de acuerdo en que los hombres deben tener pelotas.  De hecho, creo que es parte indispensable del equipo.
A: Exacto (asintió Anthony exhalando confianza en sí mismo y también inteligencia).  Como yo, por ejemplo.  He levantado tres empresas en los últimos cinco años y estoy camino de levantar la cuarta.  Un negocio muy innovador...
M: ¿Qué ocurrió con las otras tres? (le interrum­pió Marcos).
A: ¿Cómo dices?
M: Las otras tres empresas. ¿Tuvieron éxito?
A: El éxito es algo muy opinable (dijo Anthony mirándolo con condescendencia).  En su momento, fueron viables.
M: Estoy seguro (dijo Marcos), pero ¿siguen en funcionamiento hoy en día?
A: Algunas.  Otras no.  No me he seguido ocupando de ellas.  No es eso lo que hago.  Yo las pongo en fun­cionamiento... busco inversores...  luego me llevo mi comisión y a otra cosa.  A los hombres de hoy en día les gustan los desafíos (dijo Anthony y miró a Victoria).  Eso también podrías ponerlo en el artículo.
V: Tal vez sea una buena característica (respondió Victoria asintiendo con la cabeza y anotándolo).
M: Pues yo no lo creo (interrumpió Marcos).

Victoria giró la cabeza y lo miró de frente, pero volvió a imaginárselo vestido de cuero.  No tenía sentido.  Ha­bía querido que se presentara en traje y ahora que lo había hecho, deseaba que se lo quitara.

V: ¿Por qué no?
M: Es demasiado general.  A todo el mundo le gus­tan los desafíos.  Es parte de la naturaleza humana.  Además, no es un buen ejemplo de desafío el limitarse a montar una empresa y después abandonarla.  Quiero decir, que si lo único que hiciera el protagonista de mis libros fuera empezar cosas y dejarlas a medias, el mundo se terminaría en la página tres.
A: Supongo que ésa es la forma de trabajo de algu­nos, pero no quiere decir... (Comenzó a decir Anthony con la mandíbula apretada).
M: Creo que lo importante es mantener el espíritu (dijo Marcos). ¿Qué crees, Victoria? (En busca de la opinión de Victoria).
V: Bueno, ambos tenéis razón, supongo, pero...
M: Lo que nos lleva a la pregunta de si consideras que la vida en sí tiene que constituir un desafío conti­nuo (insistió Marcos, que comenzaba a divertirse).  ¿Eres el tipo de hombre que se limita a establecer re­laciones, personales y profesionales, o las cuida para mantenerlas?
A: Eso es algo personal, señor Guerrero (dijo Anthony con la mandíbula aún más tensa).
M: Estamos haciendo un reportaje sobre el hombre ideal, señor Stevens (le aclaró Marcos).  ¿No pensó que en algún momento las preguntas podrían ser persona­les?

Victoria dejó la copa.  Los dos hombres estaban mirán­dose fijamente. Los ojos azules de Anthony llameaban mientras los ojos oscuros de Marcos exhalaban pura inocencia.  Si la entrevista tomaba aquel cariz tan per­sonal, acabarían dándose golpes por el suelo.

V: No creo que tengamos que... (Intercedió Victoria).
A: No sé qué es lo que estás buscando, pero me gusta tantear el terreno, si es lo que quieres saber (dijo Anthony).
M: Eso es lo que quería saber (admitió Marcos).
V: Es... fascinante (dijo Victoria con voz animada.   Fulminó a Marcos con la mirada y a continuación son­rió a Anthony).  Hablemos ahora de... de...
M: Las emociones (la interrumpió Marcos reclinán­dose hacia atrás en el asiento y sonriendo).  Dime, Anthony, ¿pierdes los nervios con facilidad?

V: ¿Pierdes los nervios con facilidad? (le recriminó Victoria a Marcos cuando salió del hotel delante de él con la cabeza erguida).  Marcos, ¿A qué ha venido esa pregunta?
M: Ha sido buena (dijo Marcos).  Está en nuestra lista.  El hombre ideal tiene buen carácter.  Quería sa­ber. ..
V: ¡No era necesario preguntárselo! (dijo Victoria de­teniéndose junto a su pequeño coche azul).  ¡No tenías más que mirarlo!  Pensé que iba a pegarte un puñetazo.
M: Si te soy sincero, yo también (dijo Marcos quitándose la chaqueta y la incómoda corbata con una sonrisa que agradó a Victoria).  Pero no tenías que preocu­parte.  Podía ocuparme de él.  Sé hacer al menos cinco movimientos de kárate.
V: ¿De veras? (preguntó Victoria mirándolo mientras se remangaba las mangas de la camisa).  Yo... esto... no sabía que practicaras kárate.
M: No lo hago.  Sé algunos movimientos, pero apuesto a que eso es más de lo que se puede decir de Anthony.
V: Seguro (dijo Victoria cambiando su mirada hacia los brazos broncea­dos de Marcos y se humedeció los labios.  Regresando su mirada hacia su cara).  Pero eso no importa ahora.  Lo que me preocupaba no era que te golpeara, sino el efecto que una bronca así podría tener en el artículo.
M: Muchas gracias (murmuró Marcos.  

Desde luego las chicas de sus libros no actuaban así.  Después de un altercado mimaban al héroe.

V: ¡No dejabas de provocarle!

Marcos la miró.  Tenía el pelo resplandeciente y los ojos marrones brillantes.  Las mejillas estaban sonrojadas y los labios humedecidos.  No tenía más que acercar un poco la cabeza y podría rozar con su lengua aque­llos labios.

Entonces, Victoria le daría una patada en la entrepier­na y luego lo remataría golpeándolo con el bolso.

M: ¡Anthony no dejaba de fastidiarme! (se defen­dió Marcos).   Cuando llegué me pidió un martini sin preguntar.  Simplemente lo pidió y cuando le dije que no bebía martini me dijo que ya era hora de empezar.  No sé cómo un tipo así llegó a la lista de hombres de verdad, a no ser que la prepotencia sea una cualidad deseable.
V: No era prepotente.  Sólo tenía confianza en sí mismo (dijo Victoria mientras buscaba las llaves).
M: Detestable (dijo Marcos en voz baja).
V: Oka (aceptó Victoria riéndose).  Puede que estu­viera demasiado seguro de sí mismo, pero a las mujeres de hoy en día les gustan los hombres así.  Les gus­tan los hombres que saben lo que quieren.
M: Pero ese tipo no sabe lo que quiere.  Sólo sabe cómo empezar las cosas pero luego las deja a la mitad.  Y tiene demasiada confianza en sí mismo.  Está total­mente seguro de que su nueva empresa va a ser un éxito.
V: Tiene razones para creerlo.  Es la cuarta que mon­ta.
M: Sí, pero todas las anteriores han fracasado, y si no lo han hecho, tampoco han sido completos éxi­tos.
V: Aun así.  Me parece que podemos añadir a la lis­ta que un hombre ideal tiene que estar seguro de sí mismo.
M: Ya (dijo Marcos que no quería acabar la con­versación).

Marcos recogió la chaqueta y la corbata que ha­bía dejado en el capó del coche y echó a andar por la acera.

M: Bien, si es así, los escritores tenemos un problema.
V: ¿Por qué? (preguntó Victoria confundida).
M: Porque siempre estamos llenos de dudas (dijo mirándola).  ¿No estás de acuerdo?  El hecho de que tu último libro haya sido un éxito no quiere decir que el próximo vaya a serlo también.   Siempre tienes la duda de lo que pasará.
V: ¿Es así como te sientes? (dijo Victoria parándose y mirándolo a los ojos).
M: Sí, así es.  Sé que no es la imagen que tiene que dar el hombre que buscamos, pero es la verdad.
V: Creo que eso es mejor (dijo Victoria lentamente).  A las mujeres les gusta que los hombres también ten­gan algún punto débil, siempre y cuando no les obse­sione.
M: ¿De veras?
V: De veras.
M: Eso es estupendo (dijo Marcos mirando el pre­cioso rostro de Victoria).

Marcos deseaba arrinconarla contra la pared y presionar su cuerpo contra el de ella para que juzgara cuál era su punto débil en ese momento.  Pero no era buena idea.  En su lugar, la tomó del brazo y echaron a andar.

M: Vamos.
V: ¿Adónde vamos?
M: Hay un sitio cerca de aquí donde sirven el mejor té de la ciudad (dijo Marcos sonriendo).  Después de la entrevista con Anthony, y de los dos sorbos de martini, creo que necesito una taza.
V: Creo que yo también (concedió al fin Victoria).


Continuará…