Capítulo
7
Un hombre ideal lo
arregla todo. ¿Tienes algún problema con
el frigorífico o el horno? No te preocupes,
querida. Cuando tu hombre llegue, lo
arreglará en un periquete. No sólo sabrá
cómo hacerlo sino que le gusta hacerlo. Así
te quedará tiempo para cocinar esa deliciosa cena que has estado preparando
toda la tarde.
“49
Cualidades Del Hombre ideal”, Revista Hombre Real, Abril, 1964.
Marcos no sabía si Hubert Hendricks podía arreglar un
frigorífico o un horno pero probablemente sí. Desde luego, ésa era la única cualidad que se
le ocurría que aquel hombre pudiera tener.
Marcos estaba en la oficina de Hendricks Computers
Laboratories a punto de perder los nervios al ver que Hubert comenzaba otro
discurso lleno de acrónimos de tres letras.
H: Es la RAM. Dependiendo de cómo la administremos
conseguiremos mayor o menor rendimiento en nuestro ordenador.
Marcos revisó la lista de cualidades tratando de encontrar
una sola que convirtiera a aquel tipo en un hombre ideal. Los había hecho esperar veinte minutos, por
lo que la puntualidad no era su fuerte; tampoco era bien organizado a juzgar
por el desorden de su oficina y la palidez de su rostro indicaba que no hacía
mucho deporte al aire libre aunque tonificara sus músculos en el gimnasio.
Estaba claro que la única cualidad que compartía con
ellos era la inteligencia. Pero también
Albert Einstein había sido un hombre muy inteligente y él no lo habría
definido como el hombre perfecto.
H: La RAM se divide entre la CPU y la adquisición de
datos en tiempo real que llevan a cabo los PLC (continuó explicando Herbert). Eso solucionó el problema de la variación TLD.
M: ¿De veras? (le preguntó Marcos con ironía, pensando “Nadie
en el planeta podría decir que aquel tipo era el hombre ideal...”
V: Es fascinante (dijo Victoria).
Marcos se quedó mirándola. Llevaba el pelo apartado de la cara con unas
horquillas y le caía sobre los hombros como una cascada de rizos rubios. Observó sus mejillas sonrosadas, sus labios
jugosos, la curva que formaba su garganta. Era una mujer realmente atractiva. Y volvió a mirar a Hubert. ¿De verdad había alguna mujer que considerara
a aquel hombre fascinante?
Victoria no había mostrado aquella expresión cuando lo
entrevistó a él para averiguar cosas sobre Hunter. Su personaje no la había impresionado y él
tampoco.
Marcos se inclinó hacia atrás en la silla. Tal vez Victoria considerara a Hubert un
hombre fascinante. Él estaba en la lista
mientras que él, Marcos, no. Lo observó
de nuevo: bajo, delgaducho, tenía algún músculo pero su tono de piel indicaba
que se alimentaba a base de cafeína y alimentos preparados. Desde luego, si se encontrara en un callejón a
oscuras no tendría nada que hacer, igual que si quedara a la deriva en medio
del océano rodeado de tiburones. Lo
único que podría hacer sería ahogarse.
M: ¿Sabe usted nadar, Hubert?
H: ¿Cómo dice?
M: Nadar (Marcos imitó la brazada). Ya sabe, en el agua.
H: Me temo que no (dijo éste).
M: No me lo creo (dijo Marcos. ¡Pues claro que no sabía
nadar!)
H: Como iba diciendo, esta CPU presenta un diseño
revolucionario...
M: No lo veo. A mí
me parece que es igual que cualquier otro ordenador. ¿Por qué no nos hace una demostración?
H: Me temo que no va a ser posible. Es un prototipo.
M: Pero un prototipo sirve para ver cómo funcionará el
modelo real.
H: Usted no se dedica al negocio de los ordenadores,
¿verdad? (dijo Hubert con condescendencia).
M: No, me temo que no. Sin embargo, mi héroe sabe mucho de tecnología.
H: ¿Su... héroe? (dijo Hubert lentamente sin comprender).
V: Marcos es escritor (explicó Victoria). Escribe novelas de acción y aventura como Peligro al atardecer.
H: No he oído hablar de él.
V: Tal vez no sea el tipo de libros que lee (dijo Victoria
dirigiendo a Marcos una mirada irónica).
M: ¿Qué tipo de libros lee? (le preguntó Marcos). Lee libros, ¿verdad?
V: Estoy segura de que Hubert es un hombre apasionado por
la lectura (dijo Victoria reprendiendo a Marcos con la mirada mientras esperaba
la respuesta de Hubert).
H: Por supuesto, Victoria. Tengo más de doscientos sobre electrónica y
los he leído todos.
Victoria parpadeó rápidamente por la sorpresa, aunque no
le dijo que aquello no era a lo que se refería. En vez de eso volvió a repetir:
V: Fascinante.
Eran más de las cuatro cuando Marcos decidió que no conseguiría
más información de Hubert. Ni siquiera
había podido preguntarle si le gustaba ocuparse de la casa, o la decoración, o
cuál era su comida favorita.
M: Yo me rindo (le dijo Marcos a Victoria al oído).
Victoria lo miró por encima del hombro y vio que Marcos se
alejaba con las manos en los bolsillos y el ceño fruncido.
V: ¿No quieres continuar con el artículo? (preguntó Victoria
mientras salían de la empresa de ordenadores).
M: No. No quiero
continuar con Hubert.
V: ¿Hubert? (repitió Victoria mirándolo detalladamente de
arriba a abajo).
Marcos había cambiado la camiseta y los vaqueros por
unos pantalones de vestir de color claro y un polo verde que le hacía
rabiosamente atractivo, no exactamente refinado y cortés. Aunque superaba con creces a Hubert.
M: Lo he estado pensando y no veo qué pueden haber visto
las mujeres en un tipo como éste.
Ella tampoco, especialmente comparándolo con él. Hubert era inteligente, sí, pero no tenía ni
un ápice de la masculinidad que irradiaba Marcos.
Marcos abrió la puerta del copiloto para que Victoria entrase.
M: Lo único que he sacado en claro es que un hombre ideal
es irremediablemente aburrido (continuó Marcos).
V: Está un poco obsesionado, supongo, pero... (dijo Victoria
impresionada por el gesto de caballerosidad que Marcos había demostrado aun sin
darse cuenta).
M: ¿Un poco obsesionado? Pero si sólo sabe hablar de ordenadores (dijo
cerrando la puerta y rodeando el coche para entrar él). No iba bien vestido, a menos que esté de moda
ir sin calcetines y sin corbata; y tampoco era especialmente educado, ni guapo,
y además no sabe nadar. Sé que se
supone que tenemos que encontrar cada uno las cualidades que mejor nos parezcan
pero me va a resultar muy difícil.
V: No te preocupes. A mí me está pasando lo mismo.
M: ¿Ah, sí? Pues
nadie lo diría. No parabas de decir que
era fascinante.
V: Y de tratar de cambiar de tema (dijo ella, aunque le
había resultado muy difícil con Marcos a su lado). Pero creo que sé por qué las mujeres consideran
que un hombre como Hubert satisface sus ideales.
M: ¿De veras?
V: Así es. Sospecho que es porque son... tecnológicamente
competentes.
M: ¿Tecnológicamente competentes? (Repitió Marcos frenando
en un semáforo en rojo). ¿Le gustan los
hombres aburridos?
V: Aburridos no, sino al día en cuanto a la tecnología. Es importante en los tiempos que vivimos, Marcos.
Las mujeres utilizan ordenadores y
quieren un hombre que también sepa utilizarlos.
M: Nunca lo habría adivinado.
V: Es algo muy sutil.
M: No me digas (dijo Marcos guardando silencio).
Mientras Victoria trataba de no fijarse en la forma en
que el viento le agitaba el cabello, la forma relajada en que conducía o el
aroma de su loción de afeitado. Esa era
otra cualidad que tenía que añadir: el hombre ideal debía oler bien.
M: Dime una cosa (continuó Marcos después de un rato en
silencio). ¿Cómo sabe una mujer que un
hombre está al día con los avances tecnológicos? ¿Lo preguntan en la primera cita?
V: No (Victoria cerró los ojos para dejar de mirarlo). Los hombres lo expresan.
M: ¿Cómo? No es algo que salga sin más en una
conversación. Tal vez lo digan cuando se
presentan: «Hola, me llamo Ben y soy tecnológicamente competente. Vamos a mi casa a darnos un revolcón».
V: No es tan fácil. Normalmente ocurre entre la primera y la
segunda cita. Viene a recogerte y ve tu
ordenador y cuando te quieres dar cuenta estás en casa mientras él se empeña
en arreglarte un montón de cosas que ni siquiera sabías que existían, en vez
de salir a cenar.
M: Parece que tienes experiencia.
V: La tengo (dijo Victoria haciendo una mueca).
M: ¿Sigues saliendo con él?
V: ¿Con quién? (preguntó ella abriendo los ojos para
mirarlo). No, ya no salgo con él pero lo
llamo de vez en cuando para que me arregle el ordenador.
M: ¿Por qué no?
V: ¿Por qué no qué?
M: ¿Por qué ya no sales con él? Quiero decir, si a las mujeres os gusta ese
tipo de hombres, y tú tenías uno, ¿porqué...?
V: No soy una mujer típica de estos tiempos. Además, no quiero un hombre que se preocupa
más por mi ordenador que por mí.
M: Es justo (añadió Marcos), Entonces, ¿Cuál es tu tipo
entonces?
V: El hombre de antes (dijo Victoria sin pensarlo).
M: Alguien como George Clooney.
V: No, desde luego no creo que nadie defina a George
Clooney como un hombre actual, tecnológicamente hablando.
M: Me gustaría un George Clooney más moderno (dijo ella
imaginando a su hombre ideal, vestido con traje). Sabría qué hacer cuando se me estropeara la
impresora aunque no le dedicaría todo su tiempo.
M: Comprendo (dijo Marcos aparcando el coche frente al
apartamento de Victoria). ¿Vas a
invitarme a subir a tomar un café?
V: Pensé que no tomabas café.
M: Y no lo hago (repuso Marcos). Pero subiré de todos modos (dijo subiendo tras
ella las escaleras). Supongo que ésta
es una buena manera de estar en forma, pero, sinceramente, prefiero correr por
el parque.
V: ¿Quieres café o...?
M: Sólo agua, gracias (Marcos la siguió a la cocina pero
se detuvo tras ella y miró al suelo). Es
un sitio interesante para guardar el agua. La mayoría de la gente la saca del
grifo, o la guarda embotellada en el frigorífico, pero parece que tú prefieres
tenerla por el suelo.
V: Oh, no (dijo Victoria mirando horrorizada la madera
del suelo. Había un charco en la cocina
del tamaño de un lago, cada vez más profundo y parecía que su origen estaba
bajo el fregadero). Debe haber un problema con las cañerías.
M: Muy bien, Sherlock (dijo Marcos). O eso o has inventado una nueva manera de
limpiar el suelo. Pero me temo que es un
prototipo que no funciona.
V: Supongo que tendré que llamar al portero (gimió Victoria
mirando indignada él gesto divertido de Marcos).
M: Sería una buena idea.
Se acercó al teléfono y marcó, pero finalmente colgó el
teléfono.
V: No contesta. Supongo
que tú no sabrás nada de plomería...
M: No. Tal vez
deberías llamar a un fontanero (sugirió Marcos).
Victoria lo miró como si fuera a estrangularlo mientras
buscaba las Páginas Amarillas.
V: Veamos. Material
de fontanería. No.
M: Prueba con Fontaneros Gus, página 32.
V: ¿Qué?
M: Déjame a mí, Victoria o acabaremos ahogándonos (dijo
mientras marcaba un número). Hola Gus,
soy Marcos... No, no, no he roto nada esta vez. Llamo por una amiga... Sí, es urgente. El suelo está cubierto de agua y se está
llenando cada vez más. Necesito que me
envíes a alguien ya. Pero mientras,
¿podrías decirme cómo detener la «fuente de la eterna juventud» que tenemos
aquí?
Horas después…
E: ¿Y qué pasó? (preguntó Estela pasándole a Victoria un
refresco).
V: No mucho (dijo Victoria antes de dar un largo sorbo).
Marcos me ayudó a limpiar el desastre. Gus llegó con sus herramientas y después, Marcos
y él se fueron a tomar algo. Me he
entrevistado con un par de chefs más para mi artículo de los alimentos
potenciadores de la libido y he quedado con otros dos hombres para verlos uno
de estos días.
E: Parece que has tenido un día muy emocionante.
V: Pues no fue así. He debido engordar dos kilos después de probar
toda esa comida sin que mi libido se haya potenciado lo más mínimo (dijo
sacando unas patatas de la bolsa que habían abierto y poniendo los pies encima
de la mesa de centro). Para colmo de
todo, Hubert resultó un estúpido.
E: Parece que el mejor parado está siendo Marcos.
V: Supongo que sí (dijo Victoria, que no quería hablar
de Marcos).
Todavía estaba sorprendida por la forma en que había
actuado ante la inundación de su apartamento.
V: ¿Y qué me dices de ti? ¿Ha ocurrido algo interesante en Walters
Deportes al Aire Libre? (Dijo cambiando el tema).
E; El expositor de la ropa interior de cuero. Ah, y he ido a comer con Simón.
V: ¿Simón? (Dijo Victoria). Escucha, Estela, ayer estuve en las oficinas
de Walters para hablarles sobre lo de escribir un artículo.
E: ¿Sobre la muerte del señor Walters? (preguntó Estela
con ansiedad).
V: No. Sobre los cambios que ha sufrido la empresa. Pero tendré la oportunidad de hablar con mucha
gente.
E: Victoria, eso es maravilloso (dijo Estela radiante de
alegría). Maravilloso. Tal vez averigüemos lo que está ocurriendo.
¿Hablaste con Gerald?
V: No (Victoria se aclaró la garganta). Sólo hablé con la recepcionista.
E: ¿Angie? (Preguntó Estela sacudiendo la cabeza). No creo que sea una buena fuente de información.
Empezó cuando Gerald tomó el mando.
V: Mencionó algo (dijo Victoria aclarándose la garganta
de nuevo, intentando buscar la manera de tratar el tema con delicadeza). También mencionó algo de que Simón está
comprometido.
E: ¿De veras? (Preguntó Estela). ¿Y cómo salió el tema?
V: Salió (dijo Victoria sin más).
Estela no parecía demasiado sorprendida.
V: ¿Sabías que Simón estaba comprometido?
E: Todo el mundo lo sabe, Victoria. Es difícil no saberlo. Lorraine debe llamarlo unas diez veces al día.
Creo que lo hace para vigilarlo. No debería hacerlo, ¿sabes? Simón es digno de
confianza.
V: Creía que me habías dicho que te llevó a comer.
E: Y lo hizo (dijo Estela), pero eso no tiene nada que
ver. Sólo somos amigos y hemos salido a
comer juntos. Ni siquiera tuvimos la
oportunidad de terminar. Acababa de
empezar a contarle mis sospechas sobre Franklin y entonces ella lo llamó al
móvil. Le pasaba algo a su coche y Simón
lo dejó todo y salió en su ayuda.
V: ¿Simón sabe arreglar un coche?
E: Claro. Ya te lo
dije. Es un hombre ideal. ¿Por qué no te
pasas por la oficina? Te lo presentaré.
V: Tal vez (dijo Victoria echándose hacia atrás en el
sofá).
Dudaba mucho que Marcos supiera cómo arreglar un coche,
pero por otro lado, tal vez el hombre ideal no tuviera que saber arreglar las
cosas si era lo suficientemente inteligente como para encontrar a alguien que
lo hiciera por él.
Continuará…
No hay comentarios:
Publicar un comentario