viernes, 25 de abril de 2014

Capítulo 7

Capítulo 7
Un hombre ideal lo arregla todo.  ¿Tienes algún problema con el frigorífico o el horno?  No te preocupes, querida. Cuando tu hombre llegue, lo arreglará en un periquete.  No sólo sabrá cómo hacerlo sino que le gusta hacerlo.  Así te quedará tiempo para cocinar esa deliciosa cena que has estado preparando toda la tarde.
49 Cualidades Del Hombre ideal”, Revista Hombre Real, Abril, 1964.

Marcos no sabía si Hubert Hendricks podía arreglar un frigorífico o un horno pero probablemente sí.  Des­de luego, ésa era la única cualidad que se le ocurría que aquel hombre pudiera tener.

Marcos estaba en la oficina de Hendricks Computers Laboratories a punto de perder los nervios al ver que Hubert comenzaba otro discurso lleno de acrónimos de tres letras.

H: Es la RAM. Dependiendo de cómo la adminis­tremos conseguiremos mayor o menor rendimiento en nuestro ordenador.

Marcos revisó la lista de cualidades tratando de en­contrar una sola que convirtiera a aquel tipo en un hombre ideal.  Los había hecho esperar veinte mi­nutos, por lo que la puntualidad no era su fuerte; tam­poco era bien organizado a juzgar por el desorden de su oficina y la palidez de su rostro indicaba que no ha­cía mucho deporte al aire libre aunque tonificara sus músculos en el gimnasio.

Estaba claro que la única cualidad que compartía con ellos era la inteligencia.  Pero también Albert Einstein había sido un hom­bre muy inteligente y él no lo habría definido como el hombre perfecto.

H: La RAM se divide entre la CPU y la adquisición de datos en tiempo real que llevan a cabo los PLC (continuó explicando Herbert).  Eso solucionó el problema de la variación TLD.
M: ¿De veras? (le preguntó Marcos con ironía, pensando “Nadie en el planeta podría decir que aquel tipo era el hombre ideal...”
V: Es fascinante (dijo Victoria).

Marcos se quedó mirándola.  Llevaba el pelo aparta­do de la cara con unas horquillas y le caía sobre los hombros como una cascada de rizos rubios.  Observó sus mejillas sonrosadas, sus labios jugosos, la curva que formaba su garganta.  Era una mujer realmente atractiva.  Y volvió a mirar a Hubert.  ¿De verdad había alguna mujer que considerara a aquel hombre fasci­nante?

Victoria no había mostrado aquella expresión cuando lo entrevistó a él para averiguar cosas sobre Hunter.  Su personaje no la había impresionado y él tampoco.

Marcos se inclinó hacia atrás en la silla.  Tal vez Victoria considerara a Hubert un hombre fascinante.  Él estaba en la lista mientras que él, Marcos, no.  Lo obser­vó de nuevo: bajo, delgaducho, tenía algún músculo pero su tono de piel indicaba que se alimentaba a base de cafeína y alimentos preparados.  Desde luego, si se encontrara en un callejón a oscuras no tendría nada que hacer, igual que si quedara a la deriva en medio del océano rodeado de tiburones.  Lo único que podría hacer sería ahogarse.

M: ¿Sabe usted nadar, Hubert?
H: ¿Cómo dice?
M: Nadar (Marcos imitó la brazada).  Ya sabe, en el agua.
H: Me temo que no (dijo éste).
M: No me lo creo (dijo Marcos. ¡Pues claro que no sabía nadar!)
H: Como iba diciendo, esta CPU presenta un dise­ño revolucionario...
M: No lo veo.  A mí me parece que es igual que cualquier otro ordenador.  ¿Por qué no nos hace una demostración?
H: Me temo que no va a ser posible.  Es un prototi­po.
M: Pero un prototipo sirve para ver cómo funciona­rá el modelo real.
H: Usted no se dedica al negocio de los ordenado­res, ¿verdad? (dijo Hubert con condescendencia).
M: No, me temo que no.  Sin embargo, mi héroe sabe mucho de tecnología.
H: ¿Su... héroe? (dijo Hubert lentamente sin comprender).
V: Marcos es escritor (explicó Victoria).  Escribe no­velas de acción y aventura como Peligro al atardecer.
H: No he oído hablar de él.
V: Tal vez no sea el tipo de libros que lee (dijo Victoria dirigiendo a Marcos una mirada irónica).
M: ¿Qué tipo de libros lee? (le preguntó Marcos).  Lee libros, ¿verdad?
V: Estoy segura de que Hubert es un hombre apasionado por la lectura (dijo Victoria reprendiendo a Marcos con la mirada mientras esperaba la respuesta de Hubert).
H: Por supuesto, Victoria.  Tengo más de doscientos so­bre electrónica y los he leído todos.

Victoria parpadeó rápidamente por la sorpresa, aunque no le dijo que aquello no era a lo que se refería.  En vez de eso volvió a repetir:
V: Fascinante.

Eran más de las cuatro cuando Marcos decidió que no con­seguiría más información de Hubert.  Ni siquiera había podido preguntarle si le gustaba ocuparse de la casa, o la decoración, o cuál era su comida favorita.

M: Yo me rindo (le dijo Marcos a Victoria al oído).

Victoria lo miró por encima del hombro y vio que Marcos se alejaba con las manos en los bolsillos y el ceño fruncido.

V: ¿No quieres continuar con el artículo? (pre­guntó Victoria mientras salían de la empresa de ordenado­res).
M: No.  No quiero continuar con Hubert.
V: ¿Hubert? (repitió Victoria mirándolo detalladamente de arriba a abajo).

Marcos había cam­biado la camiseta y los vaqueros por unos pantalones de vestir de color claro y un polo verde que le hacía rabiosamente atractivo, no exactamente refinado y cortés.  Aunque superaba con creces a Hubert.

M: Lo he estado pensando y no veo qué pueden ha­ber visto las mujeres en un tipo como éste.

Ella tampoco, especialmente comparándolo con él.  Hubert era inteligente, sí, pero no tenía ni un ápice de la masculinidad que irradiaba Marcos.

Marcos abrió la puerta del copiloto para que Victoria entrase.

M: Lo único que he sacado en claro es que un hombre ideal es irremediablemente aburrido (conti­nuó Marcos).
V: Está un poco obsesionado, supongo, pero... (dijo Victoria impresionada por el gesto de caballerosidad que Marcos había demostrado aun sin darse cuenta).
M: ¿Un poco obsesionado?  Pero si sólo sabe hablar de ordenadores (dijo cerrando la puerta y rodeando el coche para entrar él).  No iba bien vestido, a me­nos que esté de moda ir sin calcetines y sin corbata; y tampoco era especialmente educado, ni guapo, y ade­más no sabe nadar.  Sé que se supone que tenemos que encontrar cada uno las cualidades que mejor nos pa­rezcan pero me va a resultar muy difícil.
V: No te preocupes.  A mí me está pasando lo mis­mo.
M: ¿Ah, sí?  Pues nadie lo diría.  No parabas de decir que era fascinante.
V: Y de tratar de cambiar de tema (dijo ella, aun­que le había resultado muy difícil con Marcos a su lado).  Pero creo que sé por qué las mujeres conside­ran que un hombre como Hubert satisface sus ideales.
M: ¿De veras?
V: Así es. Sospecho que es porque son... tecnoló­gicamente competentes.
M: ¿Tecnológicamente competentes? (Repitió Marcos frenando en un semáforo en rojo).  ¿Le gustan los hombres aburridos?
V: Aburridos no, sino al día en cuanto a la tecnología.  Es importante en los tiempos que vivimos, Marcos.  Las mujeres utilizan ordenadores y quieren un hombre que también sepa utilizarlos.
M: Nunca lo habría adivinado.
V: Es algo muy sutil.
M: No me digas (dijo Marcos guardando silencio).

Mientras Victoria trataba de no fijarse en la forma en que el viento le agitaba el cabello, la forma relajada en que conducía o el aroma de su loción de afeitado.  Esa era otra cualidad que tenía que añadir: el hombre ideal debía oler bien.

M: Dime una cosa (continuó Marcos después de un rato en silencio).  ¿Cómo sabe una mujer que un hombre está al día con los avances tecnológicos?  ¿Lo preguntan en la primera cita?
V: No (Victoria cerró los ojos para dejar de mirarlo).  Los hombres lo expresan.
M: ¿Cómo? No es algo que salga sin más en una conversación.  Tal vez lo digan cuando se presentan: «Hola, me llamo Ben y soy tecnológicamente compe­tente.  Vamos a mi casa a darnos un revolcón».
V: No es tan fácil.  Normalmente ocurre entre la pri­mera y la segunda cita.  Viene a recogerte y ve tu orde­nador y cuando te quieres dar cuenta estás en casa mientras él se empeña en arreglarte un montón de co­sas que ni siquiera sabías que existían, en vez de salir a cenar.
M: Parece que tienes experiencia.
V: La tengo (dijo Victoria haciendo una mueca).
M: ¿Sigues saliendo con él?
V: ¿Con quién? (preguntó ella abriendo los ojos para mirarlo).  No, ya no salgo con él pero lo llamo de vez en cuando para que me arregle el ordenador.
M: ¿Por qué no?
V: ¿Por qué no qué?
M: ¿Por qué ya no sales con él?  Quiero decir, si a las mujeres os gusta ese tipo de hombres, y tú tenías uno, ¿porqué...?
V: No soy una mujer típica de estos tiempos.  Además, no quiero un hombre que se preocupa más por mi ordenador que por mí.
M: Es justo (añadió Marcos), Entonces, ¿Cuál es tu tipo entonces?
V: El hombre de antes (dijo Victoria sin pensarlo).
M: Alguien como George Clooney.
V: No, desde luego no creo que nadie defina a George Clooney como un hombre actual, tecnológicamente ha­blando.
M: Me gustaría un George Clooney más moderno (dijo ella imaginando a su hombre ideal, vestido con traje).  Sabría qué hacer cuando se me estropeara la impreso­ra aunque no le dedicaría todo su tiempo.
M: Comprendo (dijo Marcos aparcando el coche frente al apartamento de Victoria).  ¿Vas a invitarme a subir a tomar un café?
V: Pensé que no tomabas café.
M: Y no lo hago (repuso Marcos).  Pero subiré de todos modos (dijo subiendo tras ella las escaleras).  Supon­go que ésta es una buena manera de estar en forma, pero, sinceramente, prefiero correr por el parque.
V: ¿Quieres café o...?
M: Sólo agua, gracias (Marcos la siguió a la cocina pero se detuvo tras ella y miró al suelo).  Es un sitio interesante para guardar el agua. La mayoría de la gente la saca del grifo, o la guarda embotellada en el frigorífico, pero parece que tú prefieres tenerla por el suelo.
V: Oh, no (dijo Victoria mirando horrorizada la ma­dera del suelo.  Había un charco en la cocina del tama­ño de un lago, cada vez más profundo y parecía que su origen estaba bajo el fregadero). Debe haber un problema con las cañerías.
M: Muy bien, Sherlock (dijo Marcos).  O eso o has inventado una nueva manera de limpiar el suelo.  Pero me temo que es un prototipo que no funciona.
V: Supongo que tendré que llamar al portero (gi­mió Victoria mirando indignada él gesto divertido de Marcos).
M: Sería una buena idea.
Se acercó al teléfono y marcó, pero finalmente col­gó el teléfono.
V: No contesta.  Supongo que tú no sabrás nada de plomería...
M: No.  Tal vez deberías llamar a un fontanero (su­girió Marcos).

Victoria lo miró como si fuera a estrangularlo mientras buscaba las Páginas Amarillas.

V: Veamos.  Material de fontanería.  No.
M: Prueba con Fontaneros Gus, página 32.
V: ¿Qué?
M: Déjame a mí, Victoria o acabaremos ahogándonos (dijo mientras marcaba un número).  Hola Gus, soy Marcos... No, no, no he roto nada esta vez.  Llamo por una amiga...  Sí, es urgente.  El suelo está cubierto de agua y se está llenando cada vez más.  Necesito que me envíes a alguien ya.  Pero mientras, ¿podrías decir­me cómo detener la «fuente de la eterna juventud» que tenemos aquí?
Horas después…
E: ¿Y qué pasó? (preguntó Estela pasándole a Victoria un refresco).
V: No mucho (dijo Victoria antes de dar un largo sor­bo).  Marcos me ayudó a limpiar el desastre.  Gus llegó con sus herramientas y después, Marcos y él se fueron a tomar algo.  Me he entrevistado con un par de chefs más para mi artículo de los alimentos potenciadores de la libido y he quedado con otros dos hombres para verlos uno de estos días.
E: Parece que has tenido un día muy emocionante.
V: Pues no fue así.  He debido engordar dos kilos después de probar toda esa comida sin que mi libido se haya potenciado lo más mínimo (dijo sacando unas patatas de la bolsa que habían abierto y poniendo los pies encima de la mesa de centro).  Para colmo de todo, Hubert resultó un estúpido.
E: Parece que el mejor parado está siendo Marcos.
V: Supongo que sí (dijo Victoria, que no quería ha­blar de Marcos).

Todavía estaba sorprendida por la for­ma en que había actuado ante la inundación de su apartamento.
V: ¿Y qué me dices de ti?  ¿Ha ocurrido algo interesante en Walters Deportes al Aire Li­bre? (Dijo cambiando el tema).
E; El expositor de la ropa interior de cuero.  Ah, y he ido a comer con Simón.
V: ¿Simón? (Dijo Victoria).  Escucha, Estela, ayer estuve en las oficinas de Walters para hablarles sobre lo de escribir un artículo.
E: ¿Sobre la muerte del señor Walters? (preguntó Estela con ansiedad).
V: No. Sobre los cambios que ha sufrido la empre­sa.  Pero tendré la oportunidad de hablar con mucha gente.
E: Victoria, eso es maravilloso (dijo Estela radiante de alegría).  Maravilloso.  Tal vez averigüemos lo que está ocurriendo. ¿Hablaste con Gerald?
V: No (Victoria se aclaró la garganta).  Sólo hablé con la recepcionista.
E: ¿Angie? (Preguntó Estela sacudiendo la cabe­za).  No creo que sea una buena fuente de informa­ción.  Empezó cuando Gerald tomó el mando.
V: Mencionó algo (dijo Victoria aclarándose la gar­ganta de nuevo, intentando buscar la manera de tratar el tema con delicadeza).  También mencionó algo de que Simón está comprometido.

E: ¿De veras? (Preguntó Estela).  ¿Y cómo salió el tema?
V: Salió (dijo Victoria sin más).
Estela no parecía de­masiado sorprendida.
V: ¿Sabías que Simón estaba comprometido?
E: Todo el mundo lo sabe, Victoria.  Es difícil no saber­lo.  Lorraine debe llamarlo unas diez veces al día.  Creo que lo hace para vigilarlo.  No debería hacerlo, ¿sabes? Simón es digno de confianza.
V: Creía que me habías dicho que te llevó a comer.
E: Y lo hizo (dijo Estela), pero eso no tiene nada que ver.  Sólo somos amigos y hemos salido a comer juntos.  Ni siquiera tuvimos la oportunidad de termi­nar.  Acababa de empezar a contarle mis sospechas so­bre Franklin y entonces ella lo llamó al móvil.  Le pa­saba algo a su coche y Simón lo dejó todo y salió en su ayuda.
V: ¿Simón sabe arreglar un coche?
E: Claro.  Ya te lo dije.  Es un hombre ideal. ¿Por qué no te pasas por la oficina? Te lo presentaré.
V: Tal vez (dijo Victoria echándose hacia atrás en el sofá).

Dudaba mucho que Marcos supiera cómo arreglar un coche, pero por otro lado, tal vez el hombre ideal no tuviera que saber arreglar las cosas si era lo suficientemente inteligente como para encontrar a alguien que lo hiciera por él.


Continuará…

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