jueves, 24 de abril de 2014

Capítulo 6


Capítulo 6
“Los hombres de verdad no desayunan cereales.  No le sirvas a tu hombre un tazón de cereales.  Eso es para los niños.  Necesita un desayuno vigorizante.  Debería despertarse con el aroma a café recién hecho, bacon crujiente, y verte, perfectamente peinada, maquillada y vestida en la cocina, preparándole los huevos exactamente como le gustan”.
49 Cualidades Del Hombre ideal”, Revista Hombre Real, Abril, 1964.

M: Yo tomaré cereales (dijo Marcos), y una infusión de té.  Tienen infusiones, ¿verdad?
Mozo: Por supuesto, señor, ¿qué le apetece? La menta es especialmente buena por la mañana, pero también tenemos manzanilla...

Victoria se recostó en la silla mientras observaba a los dos hombres discutir sobre infusiones.  Dos hombres de verdad no hablarían nunca de algo así.  Los hombres modernos estaban siempre preocupados por su cuerpo.  Su ideal de hombre no lo haría.  Igual que tampoco podía imaginarse a ese hom­bre entrando en un elegante restaurante vestido con una camiseta que decía “Me encanta correr”.  Aunque lo cierto era que a Marcos le sentaba muy bien, seguro que mejor que al propio Brad Pitt.  Marcos lucía un pecho fornido.  No era el tipo que lleva traje porque seguro que se mancharía la corbata, a menos que tuviera una novia que se ocupara de su aspecto.

Victoria dio otro sorbo de café mientras consideraba esto último.  No pudo evitar preguntarse cómo sería la mujer que hubiera en la vida de Marcos.  Había leí­do algo en las revistas sobre ésta o aquélla modelo pero nunca parecían relaciones serias.  

Marcos no era un hombre perfecto, pero las mujeres de hoy en día 
tienden a pasar por alto cosas como los buenos modales, la puntualidad o la elegancia para fijarse más en la fama, la riqueza o un pecho musculoso y unos brazos fuertes y morenos.  Victoria observó los brazos de Marcos, y volvió a su pecho.  Tal vez todas esas mujeres tuvieran razón.

M: El café suele despertar a la gente (dijo Marcos acercándose a ella por encima de la mesa), pero pa­rece que el tuyo te está poniendo en una especie de trance.
V: Ah, lo siento, estaba... pensando... (“en tu pe­cho y tus músculos imaginando cómo te sentaría un traje”)... en mi refrigerador.
M: ¿Tu refrigerador?
V: Se ha dañado (dijo ella haciendo una mueca al recordar el olor a leche cortada).  De hecho, parece que no le pasa nada al equipo sino a la instala­ción eléctrica del edificio.
M: Eso no parece seguro.  Hoy es el refrigerador y mañana todo el piso puede estar en llamas.  Si yo fuera tú, pensaría seriamente en cambiar de piso.
V: No, gracias.  Acabo de desempacarlo todo.  Ade­más, es normal que pase algo así.  Es un edificio anti­guo.  Creo que lo construyeron en los años cuarenta.
M: ¿Dónde está? (Preguntó Marcos y cuando Victoria se lo dijo hizo una mueca).  ¿Por qué vives ahí?
V: Es un barrio interesante.  Tiene carácter, personalidad... es un ambiente agradable.
M: El ambiente no sirve para arreglar las grietas en la pared o los fallos en el sistema eléctrico.  Si quieres saber mi opinión, deberían destruir todas esas casas y construirlas de nuevo.  Hacer casas decentes para la gente en vez de convertirlo todo en zonas residencia­les para los ricos.

Victoria se movió incómoda.  Tenía que admitir que en aquello tenía razón.

V: ¿Y dónde vives tú?
M: En Valle Blanco (contestó él con una sonrisa de satisfacción).

Victoria esperaba que le dijera que vivía en la zona rica de la ciudad.

V: ¿Valle Blanco? (Preguntó Victoria).  ¿Te refieres a las afueras de Buenos Aires?
M: Exactamente.
V: Ah (contestó ella dejando la taza en la mesa, intrigada).  ¿Por qué vive allí un escritor famoso?
M: Es buen sitio.  Hay muchos parques para salir a correr, varios mercados, buenos colegios...
V: ¿Escuelas?  ¿Tienes niños?
M: No que yo sepa (dijo Marcos con una sonrisa).  Pero mi hermana sí.  Vive cerca y también mi madre.

Para Victoria, Marcos parecía que era un hombre familiar, o más bien un niño de mamá.  Seguro que hasta le hacían la limpieza, al menos que contratara a alguien para los oficios de la casa.  Segura que sería así.  Victoria asumió que Marcos tendría una casa con jardín, decoración moderna hecha por un profesional, y servicio, tal vez in­cluso una cocinera que se ocupara de prepararle las infusiones.

V: Interesante... pero no es eso a lo que hemos ve­nido.  Tenemos que hablar del artículo.
M: Claro (dijo Marcos).  ¿Qué hay que discutir?
V: Muchas cosas.  El concepto.  El punto de vista que seguiremos.  ¿Por qué estás haciendo esto...?  (Se mordió el labio inferior, pero las palabras habían sali­do ya de sus labios.  No quería ser tan directa).
M: De acuerdo (dijo Marcos esperando a que el ca­marero le sirviera la infusión).  El concepto parece bastante obvio.  Tienes un artículo que se escribió en 1964 en el que se incluían las características que las mujeres tenían que buscar en un hombre ideal.  Y ahora tienes que actualizarla.

Victoria asintió con la cabeza.

M: El punto de vista también parece claro. Tienes una lista de hombres con los que hablar. Llamémoslos y hablemos con ellos. No creo que tardemos más de uno o dos días.
V: Me temo que no será tan sencillo (explicó Victoria con cuidado).  No podemos llamar y preguntarles su opinión sobre la puntualidad o los buenos modales.
M: ¿Por qué no?  Es lo que hiciste conmigo.
V: Sólo lo hice para preguntarte por tu personaje.  No podía pasar un día con Hunter.
M: Supongo que no (dijo Marcos con ojos traviesos).  Aunque podría escribir una escena en la que lo hicieras.

Probablemente sería una en la que Hunter le arrancaría la ropa (pensó Victoria).

V: No, gracias (dijo Victoria, aunque la idea pudiera resultar atractiva).  Ya tengo la información sobre Hunter, pero no sé nada del resto de los hombres.
M: ¿No estarás sugiriendo que pasemos un día con cada uno?
V: Tal vez no un día, pero sí unas horas.
M: ¿Horas?  ¿Cuántos hombres son?
V: Unos veinticuatro.
M: ¿Veinticuatro?  No podemos pasar horas con cada uno.  Eso nos llevará... horas.
V: Más bien días (corrigió Victoria).  Por eso creo que será mejor que nos los repartamos.  Tú podrías ocuparte del poeta, el galerista y al que le gusta el piercing y yo me ocuparé de los otros.  Los entrevistaremos y luego pondremos en común todas las cualidades que hayamos encontrado.

Marcos se recostó en la silla.  Si se repartía el trabajo ella, podría ocuparse de otros proyectos más interesantes.  Aunque no tuviera muchos a la vista.
M: Creo que no (dijo Marcos masticando con lentitud los cereales).
V: ¿Cómo dices?
M: No creo que sea una buena idea (dijo él dándole unos golpecitos en la mano a Victoria).

Victoria no había esperado una contestación semejante y lo miró con suspicacia.

V: ¿Y cómo crees tú que deberíamos hacerlo?
M: Juntos.
V: No hay razón para que tengamos que hacer las entrevistas los dos juntos.  Tardaríamos menos tiempo...
M: Yo no puedo continuar con mi trabajo hasta que haga esto.  Mi héroe está atrapado en medio del océano, rodeado de los matones de un mafioso y de tiburones, y no podrá escapar si no lee el tipo de libros adecuado.
V: ¿Qué?
M: Cosas mías (dijo Marcos).  Necesito inspiración y creo que podré encontrarla hablando con esos hombres.
V: No creo que un galerista se encuentre rodeado de tiburones muy a menudo (dijo mientras miraba la sonrisa encantadora de Marcos).
M: Nunca se sabe.  He oído cosas terribles del mundo del arte.
V: Aun así, sería mejor que cada uno se ocupara de una parte de la lista...
M: Podríamos hacerlo, sólo creo que sería mejor si hablamos con todos a la vez.
V: Yo no lo creo.  Sería mejor hacerlo a mi manera, para tardar menos.
M: Lo cierto es, Victoria, que no estoy muy seguro de lo que tengo que averiguar.  Aunque lo supiera, dudo mucho que lo hiciera bien.  Escribo novelas, no artículos de revistas.  Paso el noventa por ciento de mi tiempo en mi despacho, pero nunca he entrevistado a nadie. 

Marcos se quedó mirándola sensualmente irresistible.  Victoria trató de recuperar el sentido.

V: Algo habrás tenido que investigar para tus libros.
M: Algo, sí (dijo él abriendo y cerrando los ojos).  Llamo a la gente y les hago preguntas técnicas sobre barcos, aviones... trayectorias de misiles y esas cosas. Pero vuestro proyecto es totalmente nuevo para mí.
V: ¿Y qué me dices de antes de hacerte escritor? (preguntó Victoria, que tenía un vago recuerdo de haber leído algo sobre su vida aunque no podía recordar qué).
M: Veamos. Trabajé en un sitio de comida rápida cuando tenía dieciséis años. Después de aquello acabé odiando ese tipo de comida, pero no saqué gran expe­riencia en entrevistar a gente.
V: ¿Y entre los dieciséis y ahora? ¿O estuviste friendo patatas hasta que vendiste un par de libros?
M: No (contestó Marcos).  Trabajé un par de años en la construcción, después conduje un camión..., Albañil y conductor de camiones.  

Eso explicaba mucho las cosas.

M: Y después enseñé física durante un tiempo (terminó Marcos explicando a que se dedicó antes de ser escritor).
V: ¿Estudiaste física en la universidad? (preguntó Victoria con evidente sorpresa).
M: No te dejan enseñar si quieres con que tengas algo de experiencia preparando comida rápida o sepas poner unos clavos. Pues claro que estudié física.  Es necesario para luego enseñar, pero me temo que tampoco ayuda en esta situación.  Sé por qué un heli­cóptero puede despegar en vertical y cómo calcular la trayectoria de una bala, pero no me dieron clases so­bre cómo entrevistar a la gente.
V: ¿Y si no habías entrevistado nunca a nadie, por qué te ofreciste a hacer esto? (preguntó Victoria sin po­der evitarlo).
M: ¿No les explicó mi agente? (preguntó Marcos con sorpresa).
V: Le dijo a Carlota que la idea te había dejado fascinado pero...
M: Eso es (la interrumpió Marcos).  Estoy absolu­tamente fascinado.
V: ¿De veras? (preguntó Victoria no muy convenci­da).
M: ¿La sinceridad es una característica importante del hombre ideal?
V: Así es.
M: Vaya (dijo él dando un suspiro).  De acuerdo.  Lo cierto es que estoy preocupado por Hunter.  Quiero crear un hombre al que las mujeres puedan admirar.  Parece que tú también estás trabajando en el mismo concepto.  A tu lado podré averiguar el tipo de hombre que les gusta a las mujeres, pero necesitaré tu ayuda (añadió dijo él enseñándole su dulce y encantadora sonrisa).  Además, ¿cómo sabría yo quién es el hombre ideal si no estás tú para mostrármelo?

A Victoria no se le ocurría ninguna razón para contra­decirle.  Ella tenía su propia idea del hombre perfecto y quién sabía lo que encontraría Marcos si ella no le echaba una mano.
V: Supongo que ambos podríamos hacer las primeras entrevistas juntos.  Pero tienes que ser puntual.
M: Como tú digas.
V: Y no estaría mal que te vistieras algo más for­mal. Habrá fotógrafos y eso.
M: Claro (dijo él, sorprendido una vez más).
V: De acuerdo entonces (dijo ella recogiendo sus papeles).  ¿Con quién quieres empezar?  ¿El galerista o el programador informático?

Media hora después, Victoria aparcaba frente a Deportes al Aire Libre.  No estaba muy segura de por qué Marcos se había ofrecido voluntario a ayudarla en su artículo ni por qué había insistido tanto en que trabajaran juntos.  Sin embargo, una cosa estaba clara.  Ya que había decidido hacerlo, iba a llegar hasta el final.  

Marcos se había mostrado muy interesado en la idea y habían pasado más de una hora discutiendo el enfo­que hasta decidir que cada uno pensaría en las cuali­dades que mejor describieran al hombre ideal.  Victoria estaba deseando ver sus sugerencias.

Iba pensando en ello cuando abrió la puerta de los almacenes.  Hacía mucho que no pasaba por allí.  Habían modificados su infraestructura y decoración, a una más moderna, ahora en un mismo edificio se encontraban tanto la zona de ventas “showroom’ como las oficinas centrales.  El difunto señor Walters se preocupaba por la calidad de sus productos pero no por la decora­ción.  Antiguamente aquello no era más que una gran nave con el suelo de cemento y luces fluorescentes en el techo.

Las cosas habían cambiado mucho. El suelo estaba cubierto por una alfombra de un color gris claro y las pare­des habían sido pintadas con colores brillantes.  La mercancía estaba dividi­da por departamentos.  Victoria se paseó por la sección de mochilas, se detuvo a ver algunas chaquetas y final­mente las tiendas de campaña donde una dependienta forcejeaba con un maniquí al que trataba de vestir.
Empleada: ¿Necesita ayuda?
V: Oh, no (dijo Victoria).  Sólo estaba mirando.
E: Las mochilas están por allí, y más allá el mate­rial de escalar.  ¿No es usted de las que escalan, ver­dad? (dijo mirando a Victoria de arriba abajo).
Victoria negó con la cabeza.
E: Bien porque no sé dónde están las cosas (confesó la empleada).  Te vas un par de semanas de vacaciones y cuando llegas todo ha cambiado de sitio.
V: Sí, este sitio está distinto.
E: Ni que lo diga (dijo la empleada).  Es por el señor Carrión.  Lo cambia todo.  Llevamos reno­vando desde que asumió la dirección.
V: Está muy... bien (aventuró a decir Victoria).
E: Supongo (dijo la mujer con una expresión que decía claramente que no le gustaba).  Personalmente, no creo que tenga el aspecto de una tienda a la que se viene a comprar equipo de escalar montaña.  Se parece más a una... boutique.
V: Bueno, sí, lo parece.
E: Incluso hemos incluido una línea de ropa inte­rior de cuero en el catálogo de productos (añadió la mujer con un gesto de asco).  Si el señor Walters levantara la cabeza... Bueno a este paso, no me extrañaría que estuviéramos fuera del negocio en menos de un año.
V: No creo que sea así.  Estoy segura de que se ven­derá bien (dijo Victoria intentando darle ánimos).
E: Lo dudo (dijo la mujer mientras se daba la vuelta y se dirigía hacia otros clientes).

Victoria la observó durante un momento y después sa­lió de la zona de ventas, atravesó las puertas de cristal y subió al segundo piso donde estaban las oficinas.  El señor Carrión había hecho cambios allí también.  La entrada había sido pintada de otro color y el suelo estaba cubierto de la misma elegante alfombra de co­lor gris.  Sarah Myles, que había sido la secretaria del señor Walters durante años, también había sido reemplazada por una joven vestida con un traje de seda verde que tecleaba en el ordenador con asombro­sa eficiencia.
Angie: Hola (dijo con una brillante sonrisa).  Bienve­nida a Deportes al Aire Libre.  ¿En qué puedo ayudarla?
V: Bueno... yo... Angie (empezó Victoria leyendo el nombre que aparecía en la tarjeta de identificación de la joven), me gustaría escribir un artículo sobre los al­macenes y quería hablar con alguien al respecto.  Soy una periodista free-lance y me gustaría hablar de los cambios que este lugar ha experimentado desde que el señor Carrión asumió la dirección (explicó Victoria), pero también sobre la marcha del negocio en general.
A: ¿De veras? (preguntó Angie pasándose las ma­nos por las inexistentes caderas) ¿Y habrá fotógra­fos?
V: Por supuesto (dijo Victoria).
A: Bien, entonces no veo por qué no habríamos de hacerlo.
V: Supongo que tendría que hablarlo con el señor Carrión, no obstante. ¿Cómo cree que se lo to­mará?
A: No creo que tenga ninguna objeción (dijo Angie muy confiada en la respuesta del Sr. Carrión).  Es muy amable.  Un verdadero caballero.  Ya me entiende.  Siempre está conforme con todo y no va por ahí tocándome el trasero a la más mínima oportunidad.
V: Aun así creo que debería hablar con él (le insistió Victoria que no veía que aquella chica tuviera muchas curvas).
A: Probablemente, sí (dijo Angie sin dejar de es­cribir).  No está aquí en este momento, pero vendrá mañana.  Si me deja su nombre y su número de teléfo­no le diré que se ponga en contacto con usted.
V: Gracias (dijo Victoria entregándole una tarjeta de presentación).  Por cierto, ¿no conocerá a Simón González?  Es un comercial...
A: ¿Simón? Claro que conozco a Simón (dijo ella poniéndose colorada).  Todo el mundo conoce a Simón (prosiguió mirando a Victoria de arriba abajo).  ¿Es su prometida?
V: Oh, no, no (se apresuró a responder Victoria).  Nada de eso.  Yo... ¿Simón está prometido?
A: ¡Por supuesto que sí! (contestó Angie).  Lo llama al menos doce veces al día.
V: ¿De veras? (preguntó Victoria recordando que Estela no había mencionado nada de una prometida).
A: Seguro que lo hace para vigilarlo.  Y no la culpo.  Si yo tuviera un novio así también lo vigilaría (dijo volviendo a sonrojarse).  Lo siento. No debería haber dicho eso a una amiga de Simón.
V: No soy amiga suya.  No lo conozco siquiera.  Yo... esto... alguien me habló de él, eso es todo (dijo riéndose).  Por lo que dijo parecía que estuviera hablando del nuevo galán.
A: Es encantador, sí (dijo Angie con expresión soñadora).  Es una pena que esté comprometido.
V: Cierto (murmuró Victoria antes de dirigirse hacia las escaleras preguntándose si Estela sabría que estaba comprometido).

Decidió que Simón no podía estar en su lista de hombres perfectos porque uno de ellos nunca flirtearía con una mujer a menos que estuviera libre y realmente interesado.

Lo bueno del día era que iba a escribir sobre Deportes al Aire Libre.  No era exactamente periodismo de investigación, pero era mucho mejor que la lista de cualidades del hombre ideal.

El personaje de Marcos estaba sufriendo una crisis de identidad, lo mismo que el propio Marcos.

¿Renovar el vestuario?  ¿De dónde había sacado algo así?  Golpeó el teclado lleno de frustración.  Como si cambiar de vestuario pudiera arreglarlo.  Y aunque consiguiera que Hunter cambiara de forma de vestir o que leyera otro tipo de libros, quedarían otras cuarenta y ocho cualidades más.  Marcos era consciente de que él sólo cumplía tres o cuatro y Hunter estaba en un ver­dadero lío.

Marcos seguía mirando el ordenador con aspecto decaído cuando sonó el teléfono.

M: ¿Sí? (gruñó al ver quién lo llamaba).
J: Soy yo (dijo Jaime).  Tengo un par de pre­guntas que hacerte.  Qué tal te fue con la señorita Fernández y si tu héroe ha salido ya del agua.

Marcos apoyó los pies en la mesa y leyó con desga­na los párrafos que había escrito.

M: Digamos que ambos hacen aguas.  De hecho, ahora mismo me siento igual que Hunter: rodeado de tiburones y con muy pocas opciones de sobrevivir.
J: Oh, no. ¿Qué ha ocurrido esta vez?
M: ¿Con quién? (preguntó Marcos). ¿Con Victoria o los tiburones?
J: Victoria (explicó Jaime con ansiedad). No ha­brás vuelto a irritarla, ¿verdad?
M: No (dijo Marcos).

No la había irritado pero tam­poco le había causado una gran impresión.  Había teni­do que utilizar todos los trucos de que disponía para conseguir que accediera a hacer las entrevistas con él.  No sabía por qué había insistido tanto en ello.  Era per­fectamente capaz de acercarse a cada uno de los hom­bres y averiguar cuántas cualidades de un hombre ideal tenía.  No podía ser tan difícil.  Además, peor sería hacerlo con una mujer que lo consideraba un ser de otro planeta.

Le fastidiaba admitirlo pero aquello le molestaba.  Incluso cuando no era un escritor famoso, las mujeres se habían sentido atraídas por él aunque no hubiera durado mucho con ninguna.  No era así con la señorita Fernández aunque ella tampoco le interesaba a él.

J: ¿Marcos? (preguntó Jaime).  Marcos se dio cuenta de pronto de que estaba ha­blando con Jaime.
M: No la irrité, Jaime.
J: ¿Entonces qué ocurrió?  ¿Conseguiste una copia de la lista?
M: Sí (dijo Marcos con el papel en la mano).  Me ha pasado una copia por fax.
J: Y...
M: Y no sirve de mucho (dijo Marcos lanzando la ofensiva hoja de papel lejos de sí).  Para empezar, es una lista de cualidades pensadas para un hombre de 1964.  No sé si se supone que los hombres actuales de­berían cumplirlas o no pero déjame decirte, Jaime, que si es así, tenemos un problema.
J: ¿Y eso por qué?
M: ¡Deberías ver esto! El hombre ideal tiene que ser puntual, educado, seguro de sí mismo, bien organi­zado, bien vestido, estar interesado en la decoración...
J: ¿Decoración? (preguntó Jaime).  A mí me gusta la decoración, es más, adoro la decoración.

Marcos echó un vistazo a la decoración de su despa­cho: numerosas estanterías llenas de revistas y libros descolocados, y un mueble archivador.  El resto de la casa estaba igual. Compraba mobiliario que le era útil. Desde luego, a él no le interesaba la decoración y a su héroe... nunca lo había pensado.
M: Estupendo.  Una de las cincuenta características para ti.
J: También voy bien vestido (continuó Jaime pensativo), y soy puntual, educado o al menos lo in­tento...
M: Me alegro por ti.  Ahora ya llevas tres de cin­cuenta.  Menos de un diez por ciento.
J: Dime otra (dijo Jaime).  Estoy en racha.
M: Oka. ¿Qué me dices de «le gustan los animales» o «es caballeroso»?
J: ¿Caballeroso? (repitió Jaime).  ¿Qué signifi­ca eso?  ¿Tenemos que batirnos en duelo o algo así?
M: ¿Quién sabe? (dijo Marcos dejando el papel en la mesa).  Te digo, Jaime, que esto es imposible. ¿Cómo puede alguien satisfacer todas estas cualidades? A los que tengo les gustan los deportes pero no hacen nada en casa.
J: A mí tampoco me gusta ocuparme de la casa (dijo Jaime).  No se me dan bien los deportes aunque me gusta ir a jugar al golf de vez en cuando.  ¿Es muy importante?
M: No lo sé.  Tal vez algunas de las cualidades cuenten menos que otras.  Además, éstas son de 1964.  No sé cuáles siguen en vigencia en el siglo XXI.
J: Averígualo rápido (advirtió Jaime).  Ivana ha pedido la primera cita con el consejero para finales de mes. Si no lo averiguo antes, me dejará.
Marcos colgó el teléfono. No estaba seguro de que pudiera ayudar a Jaime, ni tampoco a Hunter o a sí mismo.


Continuará…

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