miércoles, 23 de abril de 2014

Capítulo 4

Capítulo 4

Victoria leyendo;
“El hombre ideal es puntual.  Pongan sus relojes en hora, chicas. Su hombre es el más pun­tual.  Cuando dice a las dos, lo dice en serio.  Si tiene que esperar se pondrá de mal humor.  Está impaciente por verte, lo cual no es nada despreciable.  Tú también querrás ver a un hombre así”. 
49 Cualidades Del Hombre ideal”, Revista Hombre Real, Abril, 1964.

O Marcos no quería verla o él desde luego no formaba parte de la lista de los hombres de verdad de 1964.  Victoria miró hacia la puerta del restaurante por décima vez y se acomodó en la silla mientras fruncía el ceño al ver la hora.  

Aquel hombre ya llegaba media hora tarde.  Desde luego, la puntualidad no era un ras­go del hombre moderno.

Tampoco se podía decir que albergara muchas es­peranzas respecto a Marcos Guerrero, pero era ciertamente el más interesante del lote.  Además, se había pasado la tarde leyendo uno de sus libros, y tenía que admitir que Estela tenía razón.  Sus héroes eran los clá­sicos hombres de acción pero las escenas de sexo eran espectaculares.  Tal vez tuviera cualidades que estaba dispuesta a descubrir.

Examinó la puerta una vez más y vio entrar a una pareja de edad madura, seguida de un hombre con as­pecto confuso, de unos treinta años, vestido de modo informal y muy inapropiado para el lugar, con una chaqueta oscura y una camiseta pop sobre los jeans.

Victoria observó a la pareja mientras el maître los acompañaba hacia su mesa y notó, con un pinchazo de pura envidia, el solícito gesto del hombre al retirar la silla para que su acompañante se sentase y sentarse después él.  Aquel hombre sí era un hombre ideal.  Lo malo es que debía tener setenta años.

Miró entonces al joven de la camiseta.  Era un ejemplo que ilustraba perfectamente las maneras ina­decuadas de los hombres modernos.  Era bastante atractivo, pero iba desaliñado, con unos jeans un tanto sucios, y aquella camiseta barata que desentona­ba plenamente con el restaurante.  Frunció el ceño al ver que el maître se dirigía con él directamente hacia ella.  El hombre de la camiseta le resultaba familiar pero no podía ser...

Maître: ¿Señorita Fernández?  (Preguntó el maître en un tono que congelaría el ecuador).
V: ¿Sí? (dijo Victoria).
Maître: Este hombre pregunta por usted (dijo mirando al hombre con total desprecio antes de marcharse).
M: Hola.  Soy Marcos Guerrero.

No podía ser.  ¿Dónde estaba el traje, el sofisticado corte de pelo, la cara afeitada?  Tenía el mismo pelo oscuro y los ojos profundos aunque se escondía bajo unas gafas de sol deportivas.  La nariz también era la de la foto.

V: Victoria, Victoria Fernández  (dijo Victoria extendiendo la mano).

Al estrecharle la mano, Victoria sintió un escalofrío que le recorría el cuerpo.  Tenía carisma, lo admitía, pero eso no lo convertía en el hombre del siglo.

V: Perdón, siento no haberle reconocido (continuó Victoria tras recobrarse de la corriente eléctrica que recibió al rozar la mano de Marcos).  No se parece demasiado a la foto­grafía de su libro.
M: La gente siempre me dice lo mismo (dijo él re­clinándose en la silla).  Creo que es porque necesitan horas para conseguir que pose con ese aspecto.

Victoria trató de no mirarle mientras el rechazaba la be­bida que le ofrecía el camarero.

M: Preferiría una infusión de té, si tienen (dijo).  Si no, tomaré agua, mineral.

Agua mineral e infusiones.  Aquello descorazonó a Victoria.


M: Entonces, dígame ¿de qué va todo esto, señorita Fernández?
V: Victoria, por favor dígame Victoria (dijo ella).  ¿No se lo explicó su agente?  Hablé con él hace un par de días y creo que la revis­ta...
M: Sólo me dijo que era para la revista Hombre Real.  Pero no la conozco.  ¿Tiene que ver con la caza y la pesca?
V: En realidad, no (dijo Victoria).  Es una revista para mujeres.
M: Ah, una de ésas (Marcos se inclinó hacia atrás en el respaldo del asiento).  Azul, ensalada con aceite y vinagre y las mujeres como tú (Victoria parpadeó rápidamente llena de asombro y él sonrió).  Eso es lo que me ibas a preguntar, ¿no?  Mi color favorito, mi comi­da favorita y el tipo de mujeres que me gustan.

Victoria lo miró y sintió un escalofrío al ver la sensual sonrisa de complacencia en su rostro.  Conocía a los hombres como él.  Petulantes, arrogantes, los que nunca se sien­ten solos porque su ego siempre les hace compañía.  

V: No exactamente, no.
M: ¿No?  ¡Estupendo!  Para serte sincero, no tengo preferencias de color, siempre digo el primero que se me pasa por la cabeza.

Victoria estaba prácticamente derritiéndose en la silla con el arranque de sinceridad y la chispeante sonrisa de aquel hombre.  Tal vez se hubiera equivocado con él.  Después de todo, era guapo aunque no fuera bien vestido y comprendía que no tuviera un color favorito; tampoco ella lo tenía...

¿Pero qué estaba haciendo?  Había tenido reaccio­nes así antes y sólo querían decir una cosa: química.  Abrió el bolso y sacó sus papeles.

V: La revista quiere sacar un artículo...
M: Así es que estoy tratando de poner al día la lista (concluyó Victoria finalmente).
M: Comprendo (dijo Marcos)

Marcos partió un trozo de pan integral que le había traído el camarero, mientras observaba con admiración a la mujer que tenía enfren­te.  Las entrevistas eran parte de su trabajo como escri­tor aunque él no solía disfrutar con ellas.  Pero aquélla era agradablemente diferente.

También Victoria.  Se reclinó sobre el respaldo y la ob­servó mientras comía.  Había dicho la verdad en lo de que le gustaban las mujeres como ella.  No tenía la mi­rada ansiosa que solían mostrar las mujeres ante él normalmente.  

Victoria tenía un cuerpo bien formado, un rostro amigable, unos resplandecientes ojos marrones que sugerían un gran sentido del humor.  El cabello rubio que llevaba peinado hacia atrás dejaba a la vista un rostro juvenil cubierto de pecas.

V: La revista realizó una encuesta y dio con una lista de hombres para que los entrevistara.
M: Mi nombre estaba en la lista, ¿no es así? (dijo Marcos con suficiencia).

Aquello desmontaba la teoría de Jaime de que su fracaso con las mujeres era culpa suya.  Se alegraba de haber aceptado que le hicieran la entrevista.  La señorita Fernández no llevaba anillos y tenía un cuerpo espléndido.  Se detuvo a mirar su garganta y la piel visible de su escote.

V: Bueno, no exactamente (dijo Victoria).  Hunter estaba en la lista.
M: ¿Quién? (preguntó Marcos sorprendido y la miró a la cara).
V: Hunter McQueen.  El protagonista de Acción al atardecer.
M: ¿Quieres decir que me estás entrevistando por­que Hunter está en la lista de los hombres de verdad?
V: Eso es.
M: Hunter McQueen no es un buen ejemplo.  Para empezar, ni siquiera es real.  ¡Yo lo creé!
V: Soy consciente de ello (contestó Victoria con sereni­dad).  A las mujeres que participaron en la encuesta se les pidió que identificaran a su hombre ideal pero no les dijeron que tuviera que ser un hombre de carne y hueso.
M: Estupendo (dijo Marcos sin emoción.  Su nom­bre no aparecía en la lista pero el de su héroe de fic­ción sí.  No sabía si sentirse halagado o insultado).
V: Por eso tengo que hacerte algunas preguntas so­bre él.
M: ¿Sí? (Marcos se sentía definitivamente insulta­do).  ¿Y qué quiere saber, señorita Fernández?
V: Victoria, por favor.  No serán muchas preguntas (dijo Victoria echando un vistazo al informe que tenía en las manos).

Mientras, Marcos dio un largo sorbo de agua tratando de recobrar la compostura.  Al menos su héroe ha­bía tenido éxito y él se sentía identificado con él de al­guna manera.

V: ¿Qué tal si empezamos por sus modales?
M: ¿Modales? (repitió Marcos).
V: Así es.  ¿Cómo es Hunter?  ¿Dirías que tiene bue­nos modales?
M: ¿Modales?  Él se dedica a salvar el mundo.  Está demasiado ocupado haciéndolo como para preocuparse por sus modales.
V: Entiendo (dijo Victoria frunciendo los labios).  No considera importantes los modales.
M: Bueno, no es así exactamente.  Simplemente no se preocupa por ellos.
V: Comprendo (Victoria escribía en su libreta las respuestas ofrecidas por el escritor).  ¿Y qué me dices de ti?  ¿Lo consideras importante?
M: No quiero ser grosero, pero bueno, no soy un maestro de la etiqueta.
V: ¿Y qué me dices de la moda?  ¿Dirías que Hun­ter va bien vestido?
M: No mucho (dijo Marcos y pudo comprobar cómo Victoria volvía a escribir en su cuaderno).  Pero yo tampoco diría que va mal vestido.  La mayoría del tiempo lleva ropa de camuflaje o de color negro si es por la noche.  Supongo que se viste de forma adecuada para su forma de vida.
V: Ya, pero no es eso lo que quiero saber.  Me inte­resa saber si la moda es una prioridad para él.
M: No (respondió Marcos).  Salvar el mundo sí lo es; lo que lleve puesto no es prioritario.

Pero Victoria no parecía muy impresionada ante la naturaleza de las misiones de su creación literaria.

V: Entonces, ¿si Hunter se encontrara en una situa­ción que requiriera traje y corbata, lo llevaría?
M: No lo sé.  Supongo que si tuviera que hacerlo, lo haría.
V: Oh, vaya (dijo Victoria).  Sigamos con la puntua­lidad.
M: La puntualidad es muy importante para Hunter (dijo Marcos aliviado de que le preguntara algo a lo que podía responder positivamente).  Siempre llega antes de que la bomba explote... aunque Hunter llegó en el segundo final la última vez, y creo...
V: No es a ese tipo de puntualidad al que me estaba refiriendo (dijo Victoria con una sonrisa).  Me refería más bien a su puntualidad en las citas.  ¿Es puntual en esos casos?
M: Supongo que lo sería aunque siempre habría al­guna circunstancia atenuante.
V: ¿Por ejemplo?
M: Ya sabes (dijo Marcos haciendo un gesto con la mano).  Si estuviera atado de pies y manos, o ence­rrado, o abandonado en medio del desierto.  Si alguna de esas situaciones se diera, llegaría tarde.  Días tarde.
V: ¿Y cómo se sentiría?  ¿Enfadado, preocupado...? (preguntó Victoria con gesto de desaprobación de nue­vo).
M: Le preocupa más poder perder la vida (respon­dió Marcos irritado).  Además, mi héroe no tiene mu­chas citas.
V: ¿No piensa establecer una relación estable?
M: ¡Hunter ya tiene relaciones! (dijo Marcos empe­zando a estar harto de la entrevista).
V: No, en tus libros, no.  Empieza muchas pero no continúan.  No parece preocuparle mucho que no sea su próxima aventura.
M: Eso no es cierto.  Además, son libros de aventu­ras, no novelas de amor.  Aunque mi héroe es un gran amante (sonrió al decir eso mientras se inclinaba sobre la mesa tratando de convencerla).  O al menos, así es como trato de describir las escenas de cama.
V: ¿De veras? (dijo Victoria).  Bueno, debe ser un gran amante porque cada vez que una mujer entra en su habitación se abalanza sobre ella.
M: Es ficción, Victoria (dijo él de mala gana al notar el desprecio de ella).
V: No lo olvido (dijo Victoria).  Lo que digo es que un hombre que no se preocupa por la puntualidad, ni por los modales, ni por las relaciones personales o el atuendo no tendría gran éxito en el mundo de los hombres de verdad.  Hablemos ahora de libros, ¿qué tipo de literatura le gusta leer a su héroe?

Marcos, se ofendió ante la curiosidad de Victoria hacia su personaje de acción, simplemente se levantó de repente excusándose, dejando sin responder la pregunta de Victoria.

Continuará…


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