lunes, 21 de abril de 2014

Capítulo 2

Capítulo 2

Marcos Guerrero se preguntó quién estaría en su cocina.  Desde su despacho, al fondo de la casa, podía oír pasos que llegaban de su cocina, pero aun así trataba de concentrarse en lo que estaba escribiendo.

En ese momento oyó que alguien abría y cerraba un armario de la cocina.  Marcos dejó de escribir pre­guntándose quién sería su invitado sorpresa.  Podía ser alguno de sus despistados amigos que tenían la llave y se había atrevido a visitarlo sin llamar antes.  También podía ser su hermana, pero ella llamaría antes de ir.

Sólo su madre o su agente lo visitarían por sorpresa.  Su madre estaba de viaje por los fríos países nórdicos, por lo que sólo quedaba su agente, Jaime, o un ladrón.

Marcos consideró las opciones.  Le gustaba Jaime pero no cuando lo visitaba para preguntarle cuándo tendría terminada su última novela y por qué no esta­ba ya lista.

Un ladrón no querría hablar.  Sólo se limitaría a lle­varse lo que le gustara, y, aparte de su enorme televi­sión panorámica, demasiado pesada para una sola per­sona, y el ordenador que estaba usando, no había nada más de valor en toda la casa.

Siempre podía salir con una pistola y echar al in­truso, al igual que haría su héroe de ficción.  Pero como no tenía pistola, descartó la posibilidad y siguió escribiendo.

Oyó el agua correr, el ruido que hacía la cafetera y finalmente el olor a café recién hecho.  Marcos suspiró y cedió.  A menos que los ladrones se entretuvieran en hacerse un café, su misterioso invitado no lo era.

M: No te preocupes, amigo (dijo Marcos a su héroe de ficción su historia ficticia). Saldrás de esta.  La adorable Bridget ha caído ya rendida a tus pies.  Te echará una mano, sal­varás el mundo, y entre medias, haré que vivas unas tórridas escenas de sexo.

La cocina era una habitación estrecha y alargada, en la que había una mesa de picnic.  En medio de la cocina, había un hombre de baja estatura, medio cal­vo, vestido con un traje oscuro y una resplandeciente y recién planchada camisa blanca.  Era Jaime.

M: Buenos días, Jaime.
J: Marcos es casi la hora de comer.  No me digas que te acabas de levantar (dijo éste mirándolo con disgusto).
M: No exactamente (dijo Marcos).  Llevo levanta­do desde ayer (contestó al tiempo que miraba el reloj del horno).  Y no es la hora de comer.  ¡Sólo son las diez y media!
J: En muchas partes del país ya es la hora de co­mer (dijo Jaime poniéndole una taza de café por delante a Marcos).  Tómatelo. Parece que lo necesitas.
M: No, gracias.  Tengo cafetera porque tú la trajiste, pero yo no la utilizo.  No bebo café, y tú tampoco de­berías hacerlo.  Toda esa cafeína...
J: Es justo lo que necesitas para comenzar el día.

Marcos no pensaba discutir con Jaime.  Tomó un sorbo y sintió un escalofrío.  Entonces bostezó, se esti­ró y se masajeó ligeramente el cuello.

M: ¿Y qué te trae por aquí?  ¿No deberías estar vigi­lando cómo van las ventas de mis libros?
J: Soy tu agente, Marcos, no soy tu contador, tampoco un vendedor callejero.  No vigilo tus libros (contestó Jaime alzando una ceja con gesto aristocrático).  Yo contrato a otros para que hagan ese trabajo (se sentó).  ¿De verdad has estado toda la noche levantado escribiendo?  ¿O tal vez estu­viste haciendo algo más interesante con Karla? (Jaime miró hacia el pasillo).  No está aquí, ¿verdad?
M: ¿Quién?  ¿Karla?  No, se ha ido.
J: ¿Ido en el sentido de que no está aquí en este momento, o ido en el sentido de para siempre?
M: En el sentido de para siempre (admitió Marcos).  Nuestra disque relación se ha terminado.  No volveré a verla.
J: ¿No? (Jaime parpadeó sorprendido).  ¿Por qué no?  Pensé que te gustaba.
M: No estaba mal (dijo Marcos).
J: ¿Qué pasó?
M: No lo sé (contestó Marcos mientras vaciaba su taza en el fregadero).  Simplemente dijo que creía que sería bueno para ambos salir con otras personas.
J: Ah! (Jaime lo miró con detenimiento).  No pareces muy apenado por ello.
M: Y no lo estoy (dijo Marcos tras considerarlo bre­vemente.  Lo había pasado bien con Karla).
J: Pues deberías.  Rompes más relaciones que carros en tus libros.
M: Eso no es cierto.
J: Sí lo es.  Has tenido más aventuras que mis ex mujeres con sus entrenadores personales (dijo Jaime arrugando la frente).  No es bueno para tu ima­gen.  Se supone que eres un súper hombre no el hom­bre con el que toda mujer de Buenos Aires ha estado liada.  Eres un escritor famoso, las mujeres deberías estar detrás de ti, no que salgan corriendo como moscas.
M: No salen corriendo (dijo Marcos llenando la te­tera de agua y poniéndola en el fuego.  Eso era lo que necesitaba. Una buena taza de té y perder de vista a Jaime).  Simplemente... deciden continuar con sus vidas... o algo así.
J: Está claro que no se quedan contigo y no las culpo (dijo esto último echando un vistazo a su alre­dedor).
M: ¿Qué quieres decir?
J: Bueno, no quiero herir tus sentimientos, pero no eres exactamente un tipo divertido y excitante.  Te pasas la mitad de la vida solo en tu despacho, escribiendo.
M: Por Dios santo Jaime, ¡Soy escritor!  Se supone que paso tiempo escri­biendo.  Si no, mi editor y tú no existirían.
J: Y cuando no estás escribiendo, estás promocionando tus libros, investigando para una nueva historia o jugando con tus sobrinos (continuó Jaime).
M: Promociono mis libros porque tú me dices que lo haga (respondió Marcos apoyándose en un armario y cruzando los brazos).
J: No, no lo haces por eso.  Te encanta firmar li­bros.  Lo consideras una buena oportunidad para cono­cer mujeres.
M: Y lo es, pero también es cierto que tú me dices que tengo que hacerlo.  Investigo porque necesito in­formación...
J: Y porque te gustan las bibliotecarias.
M: Algunas de ellas son seguidoras incondicionales de Hunter.  Y en cuanto a mis sobrinos, no hay nada malo en que juegue con ellos.
J: No, cierto.  Son unos niños estupendos. Sólo que invitar a una chica y estar con ellos no es lo más ade­cuado.  Las mujeres quieren que las lleven a sitios, ha­cer cosas.  ¿No has oído nunca que tres son multitud?
M: Yo hago cosas (se defendió Marcos).
J: Pues no deben de ser las adecuadas (dijo Jaime dando un sorbo de café).  Por ejemplo, ¿qué hi­ciste la última vez que saliste con Karla?
M: Romper (recordó Marcos).  Fue una cita muy corta.  La recogí, me dijo lo de que soy un gran tipo pero creía que ambos seríamos más felices saliendo con otras personas, regresé a casa y escribí un par de capítulos.
J: No me refiero a esa cita, Marcos.  Me refiero a la última antes de ésa (suspiró Jaime con impacien­cia).
M: Fuimos a dar unas vueltas en coche.  Yo quería buscar exteriores para centrar el capítulo en el que Hunter tiene que esconderse en un bosque.  Después vinimos aquí.  Pedimos pizza en un vegetariano nuevo que acaban de abrir: LA COCINA SANA DE HELEN PARA LLEVAR, se llama.  Jaime tienes que probarlo, es...
J: Marcos, no me interesa la pizza (dijo Jaime cambiando el tema).  Quie­ro saber lo que hiciste con Karla.
M: Oka, Oka.  Comimos la pizza, y después vinie­ron los niños de Flor...
J: Apuesto que pasaste el resto de la tarde interpretando algu­na escena de tu libro, ¿verdad?
M: Sí.  Pero no se puede decir que eso fuera aburri­do.  Era una escena muy emocionante, al menos lo se­ría si pudiera ambientarla bien.   Voy a tener que desha­cerme de uno de los malos.  Si no, el héroe nunca saldrá vivo.
J: Olvídate de la escena y háblame de Karla (Jaime lo miró con suspicacia).  No le pedirías que fuera uno de tus personajes, ¿verdad?
M: Claro que no (dijo Marcos agraviado), y tam­poco le pedí que hiciera el helicóptero.  Eso sólo te lo pido a ti, tú tienes la total exclusividad (desde luego no se lo habría pedido a Karla.  No se la podía imaginar, con su peinado y su maqui­llaje impecables, corriendo por toda la habitación con los brazos extendidos imitando el ruido de un helicóp­tero).
J: ¡Eso no es una cita!  Se supone que tienes que llevarla a cenar, al cine, o al teatro, o a un concierto.  Las mujeres de ahora adoran la sofisticación; no con­sideran que un “hot dog” y pasar la tarde jugan­do a policías y ladrones, seguido de unas horas de ejercicio en el dormitorio sea la cita ideal.

Marcos hizo un gesto de dolor.  Aparte del hecho de que él no comía “hot dogs”, lo demás era una descripción muy acertada de la mayoría de sus citas.  Aunque tampoco se podía decir que Jaime fuera un experto después de tres divorcios.

M: ¿Y desde cuándo eres tú un experto?  Te has di­vorciado  ¿dos veces?  ¿O eran tres?
J: Marcos, tres, pero no voy a volver a hacerlo.  Ivana es la definitiva.  Yo, al menos, la he llevado al altar.  Al paso que vas tú, tendrás que pedirlo en la primera cita y conseguir el sí.

A Marcos la sola idea le inquietaba.  No se podía decir que Marcos tuviera prisa por casarse, le gustaba la vida de soltero, ser un hombre moderadamente rico; pero no le gustaba pensar que ni siquiera tuviera nunca la oportunidad de formar una familia.  Tal vez nunca lo hiciera.

Pero no era culpa suya.  No se había dedicado a buscar una esposa a pesar de haber salido con muchas mujeres.  ¿Estarían todas equivocadas o sería él el equivocado?

M: Desde luego, mi mundo no se derrumbará si no me caso esta misma mañana, y estoy seguro de que no has venido hasta aquí para hablar de mis fracasos con las mujeres.
J: No (dijo Jaime).  Quería hablar contigo de “Peligro Al Amanecer”.   Cuando Hunter entra en la cen­tral eléctrica, ¿cómo sabe que el malo tiene el misil?

Marcos dio un suspiro de alivio y se dispuso a ha­blar de algo de lo que sí sabía... un poco.

Continuará…


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