Capítulo
2
Marcos Guerrero se preguntó quién estaría en su cocina. Desde su despacho, al fondo de la casa, podía
oír pasos que llegaban de su cocina, pero aun así trataba de concentrarse en lo
que estaba escribiendo.
En ese momento oyó que alguien abría y cerraba un armario
de la cocina. Marcos dejó de escribir
preguntándose quién sería su invitado sorpresa. Podía ser alguno de sus despistados amigos que
tenían la llave y se había atrevido a visitarlo sin llamar antes. También podía ser su hermana, pero ella
llamaría antes de ir.
Sólo su madre o su agente lo visitarían por sorpresa. Su madre estaba de viaje por los fríos países nórdicos,
por lo que sólo quedaba su agente, Jaime, o un ladrón.
Marcos consideró las opciones. Le gustaba Jaime pero no cuando lo visitaba
para preguntarle cuándo tendría terminada su última novela y por qué no estaba
ya lista.
Un ladrón no querría hablar. Sólo se limitaría a llevarse lo que le gustara,
y, aparte de su enorme televisión panorámica, demasiado pesada para una sola
persona, y el ordenador que estaba usando, no había nada más de valor en toda
la casa.
Siempre podía salir con una pistola y echar al intruso,
al igual que haría su héroe de ficción. Pero
como no tenía pistola, descartó la posibilidad y siguió escribiendo.
Oyó el agua correr, el ruido que hacía la cafetera y
finalmente el olor a café recién hecho. Marcos
suspiró y cedió. A menos que los
ladrones se entretuvieran en hacerse un café, su misterioso invitado no lo era.
M: No te preocupes, amigo (dijo Marcos a su héroe de
ficción su historia ficticia). Saldrás de esta. La adorable Bridget ha caído ya rendida a tus
pies. Te echará una mano, salvarás el
mundo, y entre medias, haré que vivas unas tórridas escenas de sexo.
La cocina era una habitación estrecha y alargada, en la
que había una mesa de picnic. En medio
de la cocina, había un hombre de baja estatura, medio calvo, vestido con un
traje oscuro y una resplandeciente y recién planchada camisa blanca. Era Jaime.
M: Buenos días, Jaime.
J: Marcos es casi la hora de comer. No me digas que te acabas de levantar (dijo
éste mirándolo con disgusto).
M: No exactamente (dijo Marcos). Llevo levantado desde ayer (contestó al
tiempo que miraba el reloj del horno). Y
no es la hora de comer. ¡Sólo son las
diez y media!
J: En muchas partes del país ya es la hora de comer (dijo
Jaime poniéndole una taza de café por delante a Marcos). Tómatelo. Parece que lo necesitas.
M: No, gracias. Tengo
cafetera porque tú la trajiste, pero yo no la utilizo. No bebo café, y tú tampoco deberías hacerlo. Toda esa cafeína...
J: Es justo lo que necesitas para comenzar el día.
Marcos no pensaba discutir con Jaime. Tomó un sorbo y sintió un escalofrío. Entonces bostezó, se estiró y se masajeó
ligeramente el cuello.
M: ¿Y qué te trae por aquí? ¿No deberías estar vigilando cómo van las
ventas de mis libros?
J: Soy tu agente, Marcos, no soy tu contador, tampoco un
vendedor callejero. No vigilo tus libros
(contestó Jaime alzando una ceja con gesto aristocrático). Yo contrato a otros para que hagan ese trabajo
(se sentó). ¿De verdad has estado toda
la noche levantado escribiendo? ¿O tal
vez estuviste haciendo algo más interesante con Karla? (Jaime miró hacia el
pasillo). No está aquí, ¿verdad?
M: ¿Quién? ¿Karla?
No, se ha ido.
J: ¿Ido en el sentido de que no está aquí en este
momento, o ido en el sentido de para siempre?
M: En el sentido de para siempre (admitió Marcos). Nuestra disque relación se ha terminado. No volveré a verla.
J: ¿No? (Jaime parpadeó sorprendido). ¿Por qué no? Pensé que te gustaba.
M: No estaba mal (dijo Marcos).
J: ¿Qué pasó?
M: No lo sé (contestó Marcos mientras vaciaba su taza en
el fregadero). Simplemente dijo que
creía que sería bueno para ambos salir con otras personas.
J: Ah! (Jaime lo miró con detenimiento). No pareces muy apenado por ello.
M: Y no lo estoy (dijo Marcos tras considerarlo brevemente.
Lo había pasado bien con Karla).
J: Pues deberías. Rompes
más relaciones que carros en tus libros.
M: Eso no es cierto.
J: Sí lo es. Has
tenido más aventuras que mis ex mujeres con sus entrenadores personales (dijo Jaime
arrugando la frente). No es bueno para
tu imagen. Se supone que eres un súper
hombre no el hombre con el que toda mujer de Buenos Aires ha estado liada. Eres un escritor famoso, las mujeres deberías estar
detrás de ti, no que salgan corriendo como moscas.
M: No salen corriendo (dijo Marcos llenando la tetera de
agua y poniéndola en el fuego. Eso era
lo que necesitaba. Una buena taza de té y perder de vista a Jaime). Simplemente... deciden continuar con sus
vidas... o algo así.
J: Está claro que no se quedan contigo y no las culpo (dijo
esto último echando un vistazo a su alrededor).
M: ¿Qué quieres decir?
J: Bueno, no quiero herir tus sentimientos, pero no eres
exactamente un tipo divertido y excitante. Te pasas la mitad de la vida solo en tu
despacho, escribiendo.
M: Por Dios santo Jaime, ¡Soy escritor! Se supone que paso tiempo escribiendo. Si no, mi editor y tú no existirían.
J: Y cuando no estás escribiendo, estás promocionando tus
libros, investigando para una nueva historia o jugando con tus sobrinos (continuó
Jaime).
M: Promociono mis libros porque tú me dices que lo haga (respondió
Marcos apoyándose en un armario y cruzando los brazos).
J: No, no lo haces por eso. Te encanta firmar libros. Lo consideras una buena oportunidad para conocer
mujeres.
M: Y lo es, pero también es cierto que tú me dices que
tengo que hacerlo. Investigo porque
necesito información...
J: Y porque te gustan las bibliotecarias.
M: Algunas de ellas son seguidoras incondicionales de
Hunter. Y en cuanto a mis sobrinos, no
hay nada malo en que juegue con ellos.
J: No, cierto. Son
unos niños estupendos. Sólo que invitar a una chica y estar con ellos no es lo
más adecuado. Las mujeres quieren que
las lleven a sitios, hacer cosas. ¿No
has oído nunca que tres son multitud?
M: Yo hago cosas (se defendió Marcos).
J: Pues no deben de ser las adecuadas (dijo Jaime dando
un sorbo de café). Por ejemplo, ¿qué hiciste
la última vez que saliste con Karla?
M: Romper (recordó Marcos). Fue una cita muy corta. La recogí, me dijo lo de que soy un gran tipo
pero creía que ambos seríamos más felices saliendo con otras personas, regresé
a casa y escribí un par de capítulos.
J: No me refiero a esa cita, Marcos. Me refiero a la última antes de ésa (suspiró Jaime
con impaciencia).
M: Fuimos a dar unas
vueltas en coche. Yo quería buscar
exteriores para centrar el capítulo en el que Hunter tiene que esconderse en un
bosque. Después vinimos aquí. Pedimos pizza en un vegetariano nuevo que
acaban de abrir: LA COCINA SANA DE HELEN
PARA LLEVAR, se llama. Jaime tienes
que probarlo, es...
J: Marcos, no me interesa la pizza (dijo Jaime cambiando
el tema). Quiero saber lo que hiciste
con Karla.
M: Oka, Oka. Comimos
la pizza, y después vinieron los niños de Flor...
J: Apuesto que pasaste el resto de la tarde interpretando
alguna escena de tu libro, ¿verdad?
M: Sí. Pero no se
puede decir que eso fuera aburrido. Era
una escena muy emocionante, al menos lo sería si pudiera ambientarla bien. Voy a
tener que deshacerme de uno de los malos. Si no, el héroe nunca saldrá vivo.
J: Olvídate de la escena y háblame de Karla (Jaime lo
miró con suspicacia). No le pedirías que
fuera uno de tus personajes, ¿verdad?
M: Claro que no (dijo Marcos agraviado), y tampoco le
pedí que hiciera el helicóptero. Eso
sólo te lo pido a ti, tú tienes la total exclusividad (desde luego no se lo
habría pedido a Karla. No se la podía
imaginar, con su peinado y su maquillaje impecables, corriendo por toda la
habitación con los brazos extendidos imitando el ruido de un helicóptero).
J: ¡Eso no es una cita! Se supone que tienes que llevarla a cenar, al
cine, o al teatro, o a un concierto. Las
mujeres de ahora adoran la sofisticación; no consideran que un “hot dog” y
pasar la tarde jugando a policías y ladrones, seguido de unas horas de ejercicio
en el dormitorio sea la cita ideal.
Marcos hizo un gesto de dolor. Aparte del hecho de que él no comía “hot dogs”,
lo demás era una descripción muy acertada de la mayoría de sus citas. Aunque tampoco se podía decir que Jaime fuera
un experto después de tres divorcios.
M: ¿Y desde cuándo eres tú un experto? Te has divorciado ¿dos veces? ¿O eran tres?
J: Marcos, tres, pero no voy a volver a hacerlo. Ivana es la definitiva. Yo, al menos, la he llevado al altar. Al paso que vas tú, tendrás que pedirlo en la
primera cita y conseguir el sí.
A Marcos la sola idea le inquietaba. No se podía decir que Marcos tuviera prisa por
casarse, le gustaba la vida de soltero, ser un hombre moderadamente rico; pero
no le gustaba pensar que ni siquiera tuviera nunca la oportunidad de formar una
familia. Tal vez nunca lo hiciera.
Pero no era culpa suya. No se había dedicado a buscar una esposa a
pesar de haber salido con muchas mujeres. ¿Estarían todas equivocadas o sería él el
equivocado?
M: Desde luego, mi mundo no se derrumbará si no me caso
esta misma mañana, y estoy seguro de que no has venido hasta aquí para hablar
de mis fracasos con las mujeres.
J: No (dijo Jaime). Quería hablar contigo de “Peligro Al Amanecer”. Cuando
Hunter entra en la central eléctrica, ¿cómo sabe que el malo tiene el misil?
Marcos dio un suspiro de alivio y se dispuso a hablar de
algo de lo que sí sabía... un poco.
Continuará…
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