jueves, 24 de abril de 2014

Capítulo 5


Capítulo 5

 

“¿Qué tipo de literatura le gusta leer a su héroe?” se preguntó sorprendido Marcos, todavía horas después de la entrevista con Victoria Fernández.

 
M: ¿Pero qué tipo de pregunta es? (Marcos golpeó el teclado de su laptop con ambas manos).

 
Más tarde se sentaba frente al ordenador para bo­rrarlo.  No era así como funcionaban sus historias.  Las mujeres hacían siempre lo que él quería con sólo mirar­lo una vez.  Además, su héroe estaba en ese momento en medio del océano, rodeado de matones y tiburones.

 

No había tiempo para ser educado, preocuparse por lo que llevaba puesto o por lo que le gustaba leer.  Se levantó y se dirigió hacia la cocina a buscar un vaso de zumo.  No sabía qué le ofendía más: no estar en la lista de hombres de verdad o que su héroe estu­viera a punto de salir de ella.  Probablemente lo segun­do, aunque era como si fuera él mismo porque lo ha­bía creado según la idea que él tenía de lo que era un hombre ideal.  Y él se consideraba un buen ejemplo también.  Aunque estaba claro que Victoria Fernández no compartía esa opinión.

 

Recordó entonces sus curvas, y sus ojos.  Repasó mentalmente su apariencia totalmente femenina.  La próxima mujer que apareciera en su libro sería como ella.  Y le arrancaría a Hunter la ropa en cuanto tuviera la más mínima oportunidad.

 

Estaba pensando en ello cuando alguien llamó a la puerta.  Cuando abrió, su ánimo no mejoró al ver que era Jaime.

 

M: Cuando tenga que describir a Hunter bien vesti­do, pensaré en ti (gruñó Marcos).

J: Bueno, pero no puedo imaginar por qué tendría que vestirse tu héroe de traje.  Seguro que ni siquiera tiene uno.

M: Puede.

J: ¿Es mi imaginación o estás de mal humor? (preguntó Jaime mientras sacaba de la nevera un re­fresco).

M: Por supuesto que estoy de mal humor (dijo Marcos).  ¡El héroe de mis novelas está en un yate en medio del océano rodeado de matones y tiburones!  La única manera que tiene de salir de allí es con la ayuda de la chica y ella no lo hará si no lee los libros adecuados.

J: ¿Por eso estás de mal humor?  ¿Qué tal fue la en­trevista?

M: No muy bien.  De hecho, me fui y dejé con la palabra en la boca a Victoria Fernández, creo que suspendí.

J: Era una entrevista, Marcos, no un examen.  ¿A qué te refieres con que suspendiste?

M: El examen del “hombre ideal”.  Creo que Hunter también. J: ¿Quién?

M: Hunter (le recordó Marcos).  Ya sabes.  El hé­roe de “Acción al

Atardecer” y todos mis otros libros.

J: Esto no tiene buena pinta.  Creo que será mejor que me lo cuentes.

M: No hay mucho que contar (dijo Marcos, pero se lo contó todo).

J: A ver si me aclaras lo que acabas de contarme (dijo Jaime).  ¿Tú no sa­les en la lista de hombres de verdad pero Hunter sí?

M: Y creo que sólo por los pelos.  Fue una entrevista rara.  ¿Hunter es un hombre educado?  ¡Y yo qué sé!

J: Oh (dijo Jaime aparentemente preocupado). 

M: Ni siquiera sé si debería serlo.  Es un héroe de ficción que se pasa el día atrapando criminales y sedu­ciendo mujeres.  No se preocupa por ser educado o puntual mientras lo hace.

J: Tal vez debería (dijo Jaime con lentitud).

M: ¿Cómo dices? (preguntó Marcos mirándolo a los ojos).

J: He dicho que tal vez debería, y tal vez tú tam­bién deberías hacerlo.  Me gustan tus libros, Marcos, y se venden muy bien, pero tienes que admitir que tu héroe sólo tiene una dimensión.

M: ¡Una dimensión! (repitió Marcos con exasperación).

J: Así es, Marcos.  No parece real.

M: No lo es (gruñó Marcos).  Yo lo creé.

J: Ya sé que tú lo creaste, pero tus lectores quieren saber cómo es (frunció el ceño en un acto de obvia preocupación).  Esto podría ser grave, ¿sabes?  No queremos que la revista Hombre Real diga que ni tú ni tu protagonista son hombres de verdad.

M: Es sólo una revista para mujeres, Jaime.

J: ¿Quién crees que compra tus libros?  Las mujeres.  Necesitas ese público.

M: Creía que ya lo tenía.

J: Amigo, éste es un negocio muy inestable.  Un día estás en la cima de la ola y al otro no.  Las mujeres argentinas eligieron a tu héroe como un ejemplo de su hombre ideal.  Lo último que necesita tu carrera es que un artículo diga que no lo es.  Tenemos que hacer un esfuerzo para reparar el daño.

M: ¿Qué propones?

J: No lo sé (dijo Jaime pensando en ello).  Tal vez podamos pedir a la señorita Fernández una segunda oportunidad.  Decirle que no estabas en tu mejor mo­mento porque tu novia acababa de dejarte.

M: Eso no ayudará mucho a mi carrera tampoco (dijo Marcos, a quien no le gustó nada la idea).

J: Nunca se sabe.  Puede que las mujeres sientan lástima por ti.

M: No, gracias.  Además, aunque hablara de nuevo con ella, no saldría bien.  Tenías que haber visto la lista de cualidades que tenía.  Había montones.  Podría hacer que Hunter mostrara algunas pero no sé...  Podría aca­bar creando un hombre que no les gustase a las mujeres.  Si pudiera conseguir la lista, seguro que tú me di­rías las respuestas correctas.

J: ¿Quién te dice que yo las sepa?

M: Has estado casado tres veces, Jaime.  Algo debes saber.

J: También me he divorciado tres veces.  Y parece que voy a hacerlo por cuarta vez.

 

Marcos se percató entonces de que su amigo llevaba los hombros hundidos y parecía totalmente decaído.  No parecía un hombre feliz.

 

M: Creía que habías dicho que Ivana era la mujer definitiva.

J: Lo es... para mí (Jaime suspiró).  Pero no estoy muy seguro de que ella piense lo mismo.

M: ¿De qué estás hablando?

J: Ivana me ha sugerido que vayamos a ver a un consejero matrimonial.

M: Eso está bien (trató de consolarlo).  No es lo mismo que si hubiera hecho las maletas y se hubiera llevado los muebles.

J: Es virtualmente lo mismo (dijo Jaime con una mueca).  Ya he pasado por esto antes, Marcos.  Sé cómo funciona.  Primero viene el consejero y luego se van.

M: Vaya, Jaime, es una pena.

J: Y que lo digas (dijo Jaime haciendo un es­fuerzo para ocultar su abatimiento).  Así es que yo diría que eso me descarta como una autoridad en hom­bres perfectos.  Deberías hablar con otro.  ¿Qué te pare­ce tu cuñado?

M: ¿Eddie? (Dijo Marcos con sorpresa).  Eddie vende muebles. ¿Crees de verdad que sabe algo que no tenga que ver con la madera y los sofás?

J: Supongo que no.  Pero no se me ocurre nadie más.

M: A mí tampoco.  Ojalá tuviera la lista.  Así podría saber qué hay que tener para ser hombre ideal y lo que las mujeres quieren.

J: Ésa sí que es una brillante idea.

 

Eran más de las seis cuando Victoria llegó a su aparta­mento.  Hacía calor y había sido un día largo.  Cuando abrió la puerta, después de subir los dos pisos, se pre­guntó si realmente había sido buena idea mudarse.

 

Sin embargo, la brillante madera de los suelos, la elegancia del salón y el suave murmullo del ventilador de techo la hicieron sentirse mejor.  Su apartamento era perfecto.  

 

El problema era que no le gustaba el tra­bajo que tenía que hacer.  No había progresado mucho con ninguno de los artículos.

 

Se puso unos leggings y una camisa pero se detuvo al verse en el espejo del dormitorio.  Aquel atuendo no parecía el más apropiado para aquel elegante piso.  De­bería llevar puesto algo más acorde, como una de esas combinaciones satinadas que había visto cuando escri­bió su artículo Sexy en casa.  Recordaba que en aquel artículo había dicho que no era necesario ir por la casa en jeans viejos o en pijama.  Había toda una línea de ropa igualmente cómoda pero mucho más atracti­va.   Después de todo, una nunca sabía cuando el hom­bre de su vida llamaría a la puerta.

 

En ese momento no había nadie en la vida de Victoria pero, como había dicho en su artículo, el hombre ideal podía aparecer en cualquier momento.

 

Estaba en la cocina buscando algo para cenar cuando Estela llamó por teléfono.

 

E: Necesitaba charlar con una amiga (dijo con tono quejoso).  He tenido un día largo y aburrido y no puedo llamar a la puerta de mi vecina para quejarme.  ¿Qué tal ha sido el tuyo?

V: Muy parecido (respondió Victoria mientras sujeta­ba el teléfono inalámbrico con una mano y abría la puerta de la nevera con la otra).  Me he pasado toda la tarde ha­blando con cocineros para ver si encontraba material para el artículo de Las mejores recetas sensuales y no nos pusimos de acuerdo.  Hasta el momento, he averi­guado que prácticamente cualquier cosa excita a un nombre siempre y cuando le cocines como a él le gus­ta (dijo sacando un refresco, una lechuga y otros ingredientes para hacer una ensalada).  Ah, y también he descubierto que hablar de comida me da mucha hambre.

E: ¿Y qué me dices de Marcos Guerrero?  ¿No habías quedado con él hoy?

V: Así es (respondió Victoria abriendo la lata y dan­do un sorbo.  Estaba templada).

E: ¿Y bien? (Preguntó Estela con total curiosidad).  Vamos, cuéntame.  ¿Cómo es?  ¿Te dio mucha información para tu artículo?

V: No (Victoria dejó el refresco y sacó un cartón de leche.  También estaba templada.  La olió e hizo una mueca de disgusto).  No me dio nada para mi artículo, a decir verdad.  Apenas sabe cómo es su héroe, aparte de que salva el mundo (dijo Victoria bastante decepcionada con Marcos Guerrero).  Ni siquiera era consciente de que debería saberlo.

E: Vaya.  Es una pena.  Aunque era de esperar, su­pongo.  Los tipos tan guapos nunca tienen cerebro (se detuvo).  Porque es guapo, ¿no?

V: Supongo que sí.  Es del tipo de hombre desaliña­do, que bebe infusiones, físicamente parecido a Dean Cain, en su mejor momento.

E: Ah (dijo Estela igual de decepcionada que Victoria).  No se parece a Hunter.

V: No se parece en nada a Hunter (dijo Victoria con la lechuga lacia en la mano).  Supongo que no debe­ría haberlo esperado tampoco.  Hunter es parte de su imaginación.  Él lo inventó.

M: ¿Y qué me dices de esas escenas de sexo?  ¿Crees que también son parte de su imaginación?

V: No.  Creo que son reales (dijo Victoria al recordar el escalofrío que le había recorrido el cuerpo cuando se estrecharon las manos).

E: Tal vez deberías averiguarlo (dijo Estela intri­gada).

V: ¿Cómo dices?

E: Lo que oíste, ¿Por qué no?  Supongo que sería un aliciente para tu artículo.

V: ¡No me voy a acostar con Marcos Guerrero para que el artículo tenga un aliciente!

E: Sólo era una idea (el tono de Estela sonó enton­ces totalmente excitado).  Y hablando de alicientes.  Hoy he comido con Simón.  Ya sabes. Simón González.

V: Sé a quién te refieres, Estela.

E: ¿Sí?  Bien.  Bueno, le hablé de tu artículo y de que te gustaría hacer algo más serio, periodismo de investigación y me sugirió que hicieras un artículo sobre Deportes al Aire Libre y todos los cam­bios que han tenido lugar desde que Gerald tomó el control. ¿No es una gran idea?

V: Tiene posibilidades.

 

Y así era.  Había escrito un par de cosas para una revista del área empresarial y se habían mostrado complacidos con su trabajo.  No era exactamente a lo que aspiraba pero era un comienzo.

 

E: Y mientras lo haces podrías investigar un poco la muerte de Franklin (continuó Estela).

V: ¿Hacer qué?

E: Investigar la muerte de Franklin (repitió Estela).  Ya sabes.  Hacer preguntas.  Investigación perio­dística.

V: Estela, no estoy haciendo una investigación periodísti­ca.  Además, no hay nada que investigar.

E: Bien podría haberlo.  No te imaginas lo que he averi­guado hoy.  Estaba hablando con la señora Kaztka, de compras, cuando me dijo que Marión le había comentado que ella le había dicho específicamente a Franklin que el plato contenía pescado o mariscos y que no debería comérselo.  ¿Qué te parece?

V: ¿No era Franklin un poco duro de oído?

E: Sí, pero...

V: Bueno, entonces no debió oírla.

E: Tal vez (concedió Estela).  ¡O tal vez no co­miera del aperitivo!

V: Tuvo que hacerlo.  Murió de una reacción alérgi­ca, ¿recuerdas?

E: Sí, lo sé, pero puede que no probara aquel cóctel y que alguien pidiera pescado o marisco y le hubiera puesto un trozo en el plato.  Habría sido muy fácil por­que estábamos en un restaurante francés de esos en los que todo tiene salsas del mismo color.

V: Supongo que es posible pero no creo...

E: Tenemos que averiguarlo.  Franklin fue bueno conmigo.  Me dio un trabajo cuando estaba buscando uno desesperadamente.  Si algo siniestro le ocurrió, de­bería hacer todo lo posible por descubrirlo.

V: Sé cómo te sientes pero no creo que tú y yo sea­mos...

E: Tú y yo somos perfectas.  Sabemos el motivo, los me­dios y la oportunidad y eso es lo necesario para cometer un asesinato o eso es lo que dicen en la televisión.  Po­drías utilizar este artículo como excusa para hablar con la gente, averiguar si alguien, además de Gerald, tenía motivos para deshacerse de Franklin.  Yo me ocuparé de los medios y la oportunidad.  Preguntaré y averiguaré quién se sentó a su lado.  Podemos hacer una represen­tación de los hechos como en las películas.

V: No sé.

E: Por favor, Victoria (suplicó Estela).  Piensa en el artículo tan bueno que podrías escribir si encontráse­mos al asesino.

 

Tal vez podría ser un importante giro en su carrera, pero dudaba mucho que hubiera algo que averiguar.  Aun así, un artículo en la Gaceta de los negocios de Buenos Aires era mejor que lo que tenía entre manos en ese momento.

 

V: Pensaré en ello.

E: Gracias, gracias, gracias.  Empezaré ahora mis­mo con la lista de testigos o posibles sospechosos con los que tienes que hablar.

 

Cuando colgó, Victoria se tiraba de los pelos.  Estela daba por hecho que lo haría.  Pero no sabía qué haría si esa revista no se interesara finalmente por el artículo.

 

Apenas había colgado el teléfono, cuando volvió a sonar.  Victoria lo descolgó segura de que sería Estela diciéndole ya las personas.  Pero no era Estela.  Era Carlota, y estaba muy excitada.

 

C: Me alegra que estés en casa, Victoria.  Sólo quería decirte que estamos muy contentas.

V: ¿Sí? (dijo Victoria sin saber de qué le hablaba).

C: Sí.  Lo has hecho especialmente bien.  Sofía tiene razón.  Eres excelente.

V: ¿Lo soy?

 

Victoria lo único que había hecho era mante­ner una “no conversación” con un hombre inexistente, y no le había dicho nada a Carlota.  

 

V: ¿Y qué es lo que he hecho?

C: ¿Qué has hecho?  Querida, lo sabes perfectamen­te.  Has comido con Marcos Guerrero.

V: Bueno, sí, lo he hecho, pero, um, yo no diría que fuera una entrevista especialmente buena.

C: No es eso lo que dice el señor Guerrero.

 

O no recordaba bien o la idea de Marcos de una buena entrevista era muy diferente a la suya y sumado a eso que la dejo con la palabra en la boca.

 

V: ¿Has hablado con él?

C: No con él personalmente.  He hablado con su agente.  Según él, Marcos quedó bastante impresionado con el proyecto.

V: ¿De veras? (Victoria le preguntó con incredulidad).

 

Victoria no estaba segura de que Marcos lo hubiera entendido siquiera, mucho menos que se hubiera quedado impresionado.

 
C: Absolutamente maravillado, creo.  Le gusta tanto que quiere tomar parte.

V: ¿Quiere que lo entreviste de nuevo?

C: No exactamente, no.  Quiere trabajar contigo.

V: ¿Marcos Guerrero quiere trabajar conmigo en la actualización de la lista de cualidades que una mujer tiene que reconocer en el hombre ideal?

C: Eso es.

V: ¿Estás segura de que es una buena idea, Carlota? (dijo Victoria apoyándose sobre la mesa de la cocina).  Quiero decir, es un punto de vista interesante, pero...

C: Es exactamente el punto de vista que necesitamos.

V: Supongo.  Pero, um, parece que nos va a salir muy caro.  Estoy segura de que yo sola podría hacer el trabajo...

C: No es nada caro.  El señor Guerrero se ha ofrecido como voluntario.  ¿No es maravilloso?  Estoy encan­tada, y sé que Sofía lo estará también.  ¡Es fabuloso!

V: Fabuloso (repitió Victoria cerrando la puerta de la nevera de golpe).  
Se le acababa de estropear el mismo, no había cubitos de hielo, la lechuga estaba lacia y tenía que escribir un artículo con Marcos Guerrero.

 
Al menos tenía algo más para el artículo.  Un hombre ideal sabe cuándo no meterse en los asuntos de los demás.

 

Continuará…

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