jueves, 1 de mayo de 2014

Capítulo 10


Capítulo 10

El hombre ideal tiene buen gusto.  No te extrañe que la casa de un hombre así esté mejor decorada que la tuya. Los días en los que los hombres no se preocupaban por lo que los rodeaba son historia.  La casa de un hombre es su castillo y quiere tenerlo lleno de hermosos detalles, entre ellos tú.
49 Cualidades Del Hombre ideal”, Revista Hombre Real, Abril, 1964.

Victoria había estado en más de un apartamento de soltero, en parte por las muchas citas que había tenido en parte por el trabajo que estaba haciendo para la revista.  Aún tenía que ver el lugar perfecto pero sabía que estaría lleno de detalles muy masculinos: librerías llenas de libros, una barra de bar en una esquina donde se alinearían botellas de buen vino que luego se serviría en copas del mejor cristal.  La cocina estaría bien organizada y limpia.

La casa de Marcos no era así.  El miércoles, después de hablar con el hombre que regentaba un negocio multi-aventura, Marcos sugirió que pasaran por su casa para comparar las notas que estaban tomando.

Victoria no creyó que fuera muy buena idea estar a so­las con Marcos en su casa, pero no se le ocurrió ningu­na buena excusa.

De una sola planta, con un patio, y sin pretensio­nes, su casa estaba situada en un barrio tranquilo.  Des­de fuera, nadie diría que allí vivía un escritor famoso.  Por dentro, la cocina era grande y rectangular.  En una esquina había una mesa de camping de madera y la encimera estaba cubierta de cajas de cereales, botes de vitaminas y diferentes clases de té e infusiones.  No era el más ordenado de los hombres, pero también era cierto que no había platos sucios en el fregadero.

Mientras Marcos buscaba un bolígrafo, Victoria echó un vistazo al resto de la casa.  En el salón había des­perdigadas piezas de mobiliario de muy diverso estilo y colores que más parecían estar allí por la comodidad que por el diseño.  Había tres habitaciones a lo largo de un estrecho pasillo, una de ellas su despacho y otra su dormitorio, en el que sólo había una cama sin ha­cer, una silla sobre la que se apilaba un montón de ropa y un mueble.
Era muy distinta de la casa de Gerald.  Victoria la había visitado el sábado anterior después de la cena para terminar de hablar de sus planes de cam­bio en Deportes al Aire Libre.  Victoria ha­bía accedido a ir allí porque así descubriría más cosas del jefe de Estela que tal vez afianzaran las sospechas de ésta.  En su lugar descubrió que tenía una bonita casa en un buen barrio y estaba decorada con asom­broso buen gusto.  Todo estaba extremadamente limpio y ordenado.  Habían bebido un vino excelente en unas copas de fino cristal y habían hablado de los planes de Gerald para la empresa mientras ella deseaba encon­trar un hombre más joven que se pareciera a él.  Bien, ese hombre desde luego no era Marcos.

V: ¿Coleccionas juguetes en miniatura? (preguntó Victoria cuando se sentó sobre un Ferrari de juguete que dejó sobre la mesa.
M: No exactamente, aunque los utilizo de vez en cuando para representar escenas de mis libros (dijo él sentándose al otro extremo de la mesa y sirviendo una humeante taza de té para cada uno).
V: ¿Representas las escenas con juguetes?
M: A veces.  Si no me salen bien, les pido a mis so­brinos que me echen una mano y la representen ellos.

Victoria pensó quién le ayudaría con las escenas de cama.  No, quería preguntárselo.  No creía que tuviera problemas para encontrar una voluntaria.

M: Si eso tampoco funciona, tengo que buscar un lugar real que me sirva de modelo.  Eso es lo que voy a hacer la próxima semana.  Me voy a Seattle con Jaime a ver cómo es un yate (arrugó la nariz en señal de disgusto).  Llevo mucho tiempo tratando de des­cribir la escena del rescate pero no me sale.  Hunter puede salvar a la chica, pero cuando lo haga no podrá saltar del barco sin que le disparen.  La he escrito tres veces y las tres la he borrado.
V: Veamos lo que hemos conseguido hasta ahora (dijo Victoria con una sonrisa, cambiando de tema).  Estamos de acuerdo en que son difíciles de encontrar, puntuales y bien vestidos.
M: Me gustaría cambiar esa última por vestidos adecuadamente.  Nadie lleva un traje para escalar... y mi héroe no va a ponerse uno cuando está entrando a escondidas en una base militar.
V: De acuerdo, de acuerdo (dijo Victoria).  Me rindo.
M: También quiero cambiar la de que no desayunan cereales.  A mí me encantan.  Son buenos para el orga­nismo.
V: ¿Tu héroe también los toma? (preguntó Victoria consciente de que probablemente fuera un alimento sano, pero a ella no le gustaban).
M: Mi héroe come lo que tiene a mano, pero no im­porta ahora.  Cuando tienes que sobrevivir en la selva o en el desierto no te preocupas por tu nivel de colesterol.  Si tuviera la oportunidad, estoy seguro de que desayunaría cereales en vez de lagarto asado.
V: ¡Tampoco estamos diciendo que el hombre ideal desayune lagarto! (dijo Victoria atragantándose con el té).  A Carlota le daría un ataque.
M: Supongo, aunque creo que tendría que saber cómo asar uno (dijo Marcos tamborileando los dedos sobre la mesa).  ¿Qué te parece “el hombre ideal vigila lo que come”?  La gente de hoy en día se preo­cupa por su dieta.

Victoria miró el estómago plano de Marcos y sus mús­culos y retiró la vista rápidamente.

V: Estoy de acuerdo.  Sin embargo, no deberían es­tar obsesionados con ella.  No puede ser el centro de su existencia.
M: Oka (concedió Marcos sonriéndole y por un momento Victoria olvidó lo que estaban haciendo).
V: Entonces dejamos en la lista de características: seguro de sí mismo, bien or­ganizado, aunque no fanático del orden.  Una vez salí con un tipo así.  Era tan organizado que compraba las cosas por orden alfabético.
M: ¿Qué ocurrió con él? (preguntó Marcos).
V: Rompimos.  Bastó solo un viaje juntos al supermerca­do.  Marcos debemos incluir en la lista: que sea inteligente.
M: Pero quitamos lo de que no les gusta ocuparse de las labores de la casa (opinó Marcos).  Flor dice que los hombres que friegan los platos son exci­tantes.
V: ¿Quién es Flor? (preguntó Victoria sin poder contenerse, un poco celosa).
M: Mi hermana (dijo él apoyando los codos en la mesa).  Dice que siempre que su marido, Eddie, lo hace, se excita aunque yo no lo comprendo.  Eddie es un gran tipo, pero no me puedo imaginar que alguien pueda excitarse con él.

Victoria se imaginó a algunos de los hombres con los que había salido fregando los platos.  No era que muchos se hubieran ofrecido voluntarios aunque Osvaldo había insistido.  Desafortunadamente éste había resultado un fanático de la limpieza y cuando hubo enjuagado los platos hasta tres veces en agua caliente, Victoria no recordaba haberse excitado nada.  Sin embar­go, la idea de Marcos en aquella cocina, vestido sólo con unos vaqueros o menos, con los brazos llenos de jabón...

V: Bien.  El hombre ideal friega los platos.  Algo se me ocurrirá con esto.  Vale, hemos visto la con­fianza en sí mismo... pero también tenemos vulne­rabilidad.
M: Perfecto (dijo Marcos con una sonrisa).

Victoria lo observó un momento, embelesada, y volvió a la lista.

V: ¿Qué hacemos con lo de que “el hombre ideal siempre da el primer paso”?  No hemos pregunta­do a nadie por eso, pero creo que deberíamos cam­biarlo.  A un hombre con confianza en sí mismo no le importaría que una mujer diera el primer paso (dijo al tiempo que escribía).
M: Depende (dijo Marcos lentamente).
V: ¿Qué quieres decir?  En tus libros las mujeres siempre se ofrecen a tu héroe y a él no le importa.

Marcos se encogió de hombros quitándole impor­tancia.

M: Eso es ficción pero esto es la vida real, y en la vida real depende del paso.  A mí no me importa que una mujer me llame y me invite a salir siempre que su invitación sea para eso y no para meternos en la cama sin más.
V: ¿No te gusta el sexo? (preguntó Victoria sin poder creer lo que estaba oyendo).  Vaya, nunca lo hubiera dicho por tus libros.
M: Me gusta el sexo (dijo él mirándola disgusta­do), en su justa medida, pero me gusta pensar que una mujer se interesa por otras facetas de mi persona­lidad.  No me gusta que vengan a mí por el sólo hecho de que quieren acostarse con el famoso autor.
V: No lo había pensado (admitió Victoria mirándolo de arriba abajo).  ¿Te ocurre a menudo?
M: Ocurre.  Pero pasemos a otra cosa (dijo él son­rojándose).  ¿Dónde...?
V: ¿De ahí sacas todas esas escenas?
M: No, no es de ahí (dijo Marcos).  Son producto de mi imaginación, salpicadas de algún detalle de la vida real, pero lo cierto es que las mujeres que sólo vienen a mí para ver si soy tan bueno como en mis li­bros me dan miedo.  Es como si te estuvieran poniendo a prueba y lo último que necesitas después de un re­volcón es que una mujer te diga “No está mal pero no eres tan bueno como en tus libros”.
V: ¿Alguna vez te han dicho eso?
M: ¡No! ¡Soy tan bueno como en mis libros!  Pero saber que podría pasar añade presión al asunto.
V: Siempre puedes decir no, Marcos.
M: Para, para.  Soy un hombre no un santo (dijo Marcos levantando las manos).

Que era un hombre estaba claro.

V: Oka, ¿entonces qué hacemos con lo del primer paso?  ¿Al hombre ideal no le gusta que la mujer dé el primer paso?
M: No diría tanto.  En algunos casos, una mujer tie­ne que hacerlo.  Con hombres como el pobre Hubert, yo diría que es esencial.  Ahora que lo pienso, tendría que mandarle un e-mail pidiéndoselo.

Los dos se rieron de la ocurrencia.

V: ¿Qué te parece si decimos que al hombre ideal no le importa que ellas den el primer paso siempre que no sea para entrar en su dormitorio?
M: Me gusta.
V: Bien.  Ahora veamos “un hombre ideal te mima”.  Creo que deberíamos dejarlo en que es sensi­ble a tus sentimientos.
M: Lo dices porque acabamos de entrevistar a un psicólogo.  Claro que él es sensible a tus sentimientos.  Es sensible a los sentimientos de todo el mundo.  Es parte de su trabajo.  Los hombres normales no tienen ni idea de cuáles son tus sentimientos a menos que se los cuentes.  A no ser que se trate de mi protagonista.  ¡Él es tremendamente sensible!
V: ¿Tu protagonista? (se burló Victoria).  Es el hom­bre más insensible que he visto.  Está bien que sólo sea un producto de ficción porque un ejército de mujeres muy enfadadas lo echarían a patadas de este planeta.
M: ¿Qué quieres decir? (preguntó Marcos indigna­do).  Mi héroe es muy sensible.  Por ejemplo, sabe que a la heroína no le gusta estar atada ni que la se­cuestren.  Si eso no es ser sensible, no sé lo que es.
V: Tienes razón (dijo Victoria).  No lo sabes.  Un hombre sensible querría saber por qué la heroína está haciendo lo que está haciendo... cómo llegó a esa si­tuación... por qué es importante para ella.  Tu héroe no se preocupa de nada de eso.  Hunter se pasa todo el libro preguntándole a Desiré por qué vive con un ser tan vil como Dorian.
M: Eso no es cierto (dijo Marcos).  Dediqué más de medio capítulo a que Desiré hablara de cómo quería vengar la muerte de su hermano.
V: Cierto, pero siempre desde su punto de vista.  ¡Nunca lo habló con Hunter y él tampoco le preguntó!
M: De acuerdo, tienes razón en eso, pero...
V: Tengo razón en muchísimas cosas (le inte­rrumpió Victoria). Tu protagonista no se preocupa por su compañera.  Se pasa el tiempo destrozando cosas y salvando al mundo del caos y la anarquía.
M: ¡Eso no es lo único que hace! (exclamó Marcos enarcando las cejas).
V: No cuento el sexo, idiota (dijo Victoria exaspera­da).  Hablo de sentimientos.  Tu héroe no conoce y no se preocupa por sus compañeras.  No es así como ac­tuamos las mujeres.  Las mujeres no nos vamos a la cama con alguien sólo porque nos hayan salvado de unos terroristas.  Tenemos que sentir algo más... y Hunter también debería.
M: ¿Algo como qué?
V: Bueno... (Victoria repasó mentalmente los libros de Marcos).  Por ejemplo cuando se besan.  ¿En lo úni­co que piensa un hombre cuando besa a una mujer es cómo llevársela a la cama?

Marcos abrió la boca para decir que sí pero de pron­to cambió de opinión.

M: No.  Cuando besamos a una mujer sólo pensa­mos en eso, en besarla.
V: Pues eso no es lo que piensa tu protagonista.  Cuando besa a la chica, está planeando el siguiente golpe o adonde tiene que viajar.
M: Eso no es verdad.
V: Sí lo es.  Por ejemplo en Desastre al atardecer.  Hunter está besando a la chica y ¿en qué está pensan­do? ¡En cómo entrar en no sé qué complejo al otro lado del Atlántico!
M: ¡Has leído mis libros! (dijo Marcos radiante de alegría).
V: He leído un par de ellos (contestó Victoria, que más que leerlos los había devorado).  Y todas las es­cenas de besos son prácticamente iguales.
M: Tal vez tengan algo en común (empezó Marcos arrugando la frente y los labios), pero... pero es que tampoco pueden ser muy diferentes. ¿De cuántas ma­neras se puede besar a una mujer?

Victoria pensó de pronto que discutir con Marcos sobre las diferentes maneras de besar no era lo más oportu­no.

V: No lo sé (dijo, impaciente por cambiar de tema).  Sí sé lo que es besar a un hombre y que hay distintas formas (insistió Victoria).

Ella prefería a los hombres que primero le mordisqueaban los labios y después la besaban de una forma intensa.  Pensó en lo que sentiría al mordisquear las comisuras de los labios de Marcos y sintió un escalofrío.

V: A ver, cuando besas a alguien ¿en qué estás pensando, en tu próximo libro o en ella?
M: No pienso en mi libro, eso te lo aseguro.  Pienso sobre todo en ella.  De hecho, puedo asegurarte que es­toy pensando en ella.
V: Entonces tu protagonista debería hacer lo mis­mo.
M: Puede que tengas razón (dijo Marcos subiendo las piernas al banco y apoyando la espalda en la pared mientras miraba al techo).  Veamos.  En el libro que estoy escribiendo ahora, los dos protagonistas se las han arreglado para averiguar lo que el malo planea y ambos tienen unos momentos para estar a solas (comenzó Marcos con un tono acariciador). Hunter la rodea entonces con los brazos y la besa (continuó Marcos, cerrando los ojos).  En el momento que sus labios se rozan la mi­sión deja de cobrar importancia para Hunter.  Los la­bios de la chica son húmedos y ardientes.  Juguetea con su lengua y el labio inferior de ella mientras la chica presiona su cuerpo contra el de Hunter ... ( Marcos abrió los ojos).  ¿Eso es lo que ella haría, no?  ¿Presionar con su cuerpo?
V: Oh, sí, claro (dijo Victoria con prácticamente un gemido).
M: Bien (dijo Marcos cerrando los ojos de nue­vo). La Heroína le presiona con su cuerpo y Hunter sólo puede pensar en lo placentero que es estar tan cerca de ella, probar su sabor, sentir su pelo en las manos y el calor de su cuerpo.  Cuando la acaricia con la lengua, sólo piensa en ella.  Su presencia es lo único que invade su mente mientras se contonea jun­to a su cuerpo.  Lo invade el deseo de empujarla con­tra la pared y tomarla allí mismo, aunque diez mil mañosos estuvieran al otro lado de la puerta dispues­tos a matarlo (abrió los ojos y se enderezó).  ¿Qué te ha parecido?

Fantástico.  Excitante.  Estremecedor.  Quería repre­sentar con él esa misma escena en ese momento, en la cocina.

V: No ha estado mal (dijo finalmente Victoria).

Si escribía así, vendería otro millón de ejempla­res.  Victoria lo observó tirado en el banco de la cocina, sin afeitar, con el pelo revuelto, mirándola con los ojos brillantes, travieso y muy sexy; no se parecía en nada a su Brad Pitt.  Besarlo sería igual: lejos de ser un beso tierno y delicado, sería pura sensualidad y excitación.

V: Mejor que si hubiera estado pensando en peleas (añadió Victoria volviendo a su lista y tratando de recu­perar la compostura).  Volvamos a nuestro artículo.  Nos falta la cualidad número cincuenta.
M: ¿Qué te parece “el hombre ideal sabe car­gar una pistola en menos de dos segundos”? (sugirió Marcos).

Victoria le tiró el bolígrafo y él se rió.

M: De acuerdo.  De acuerdo, pero será mejor que no cuentes conmigo.  Bastante difícil me ha resultado en­contrar 49.  Tendrás que pensar tú en algo (añadió Marcos).
V: Muchas gracias (dijo Victoria levantándose).

Si se­guía mucho tiempo cerca de Marcos acabaría escribien­do “el hombre ideal sabe cómo y cuándo recupe­rarse sexualmente” o tal vez “el hombre ideal no te susurra indecencias”.  Claro que tal vez alguno sí lo hiciera... si supiera el efecto que podría tener en algu­nas mujeres.  Decidió tachar esa posibilidad de la lista.  No iba a decirle a ningún hombre algo así.  Era un arma demasiado peligrosa.

Continuará…


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