viernes, 2 de mayo de 2014

Capítulo 13


Capítulo 13

Un hombre ideal es romántico por naturaleza.  Nadie mejor que tu hombre para prepararte una cena romántica con velas y flores.
49 Cualidades Del Hombre ideal”, Revista Hombre Real, Abril, 1964.

Armando: No es sólo la comida.  Es el ambiente (decía Armando, de pie en medio de la cocina de su restauran­te).  Ven conmigo y te lo enseñaré.

Armando guió a Victoria hacia la elegante zona de mesas donde los camareros se afanaban en prepararlo todo para la hora de la cena.

A: Éste es el sitio al que uno llevaría a una mujer para una cita romántica (continuó Armando).
V: Es perfecto (dijo Victoria tomando nota mental­mente de los cojines y las mesas estratégicamente co­locadas con suficiente separación como para dar la adecuada intimidad, con la cubeta de plata junto a cada una de las mesas. Armando tenía razón.  Aquélla era la forma de seducir a una mujer.  Era el tipo de lugar que elegi­ría un hombre como Gerald.
A: Ésta es la forma de ganarse el corazón de una mujer (continuó Armando haciendo un amplio gesto con el brazo).  Y el plato de la cena sería pescado.
V: ¿Pescado?
A: Eso es (dijo Armando acompañando sus pala­bras de un gesto de asentimiento).  No hay nada como el pescado para incitar a un hombre o a una mujer.  Lenguado con salsa de langostinos y cangrejo, o tal vez una langosta.  Si un hombre te invita a cenar langosta, ten cuidado.  En su mente hay algo más que una cena tranquila.
V: Eso suena maravilloso (reconoció Victoria si­guiéndole de nuevo hacia la cocina).  Pero me temo que no tendría mucho efecto sobre mí porque no me gusta el pescado.
A: Eso no significa nada (dijo Armando dándole unos suaves golpecitos en el hombro).  Una de mis creaciones de pescado tiene un sabor tan especial que no sabrías lo que es,  Volaise a la Grecque.  No dirías que contiene una deliciosa salsa de ostras si sólo lees el nombre en la carta.  Lo mismo ocurre con la ensalada Caesar, todo el mundo olvida que tiene salsa de anchoas.  Aparece en la carta, pero en letra pequeña.  Pero tendremos que cambiar eso (el buen humor se esfumó de su rostro).  Después de lo que nos pasó hace un par de meses, he dado orden a to­dos los camareros de que se aseguren de que expli­can a todos los clientes los ingredientes de todos los platos.
V: ¿Qué ocurrió? (preguntó Victoria con suspicacia).
A: Fue terrible (dijo Armando con abatimiento).  Un hombre tenía alergia al pescado...
V: ¿No se referirá al señor Walters, verdad?
A: Exacto (Armando empezó a batir unos huevos en un recipiente).  Pero no fue culpa de nadie.  Al­guien lo pidió y lo preparé.
V: ¿Está diciendo que alguno de los empleados del señor Walters pidió su Volaise á la Grecque?
A: ¡Por supuesto! (replicó Armando un tanto indig­nado).  Es una de nuestras especialidades.  Pero no tie­ne nada que ver con la muerte del señor Walters.  No fue él quien lo pidió.
V: Y supongo que no sabrá quién lo pidió...
A: Pues no, pero estoy seguro de que no fue el se­ñor Walters.

Victoria condujo hasta casa pensando en lo que Ar­mando acababa de contarle.  Tal vez Estela tuviera razón en sus sospechas, claro que también pudo haber sido una casualidad, aunque inevitablemente aquello hacía más plausible la teoría de Estela.  La llamó por teléfo­no en cuanto llegó a casa.

E: Victoria, nadie mencionó nada de Volaise á la Grecque (admitió Estela), pero apuesto a que fue Marvin.  Te dije que era sospechoso.
No puedo esperar a ver a Simón para contárselo.

V: No deberíamos sacar conclusiones precipitadas (dijo Victoria con cautela, aunque estaba tan nerviosa como Estela).

La euforia duró poco, no obstante, porque a los po­cos minutos subió el portero de la casa para decirle que estarían sin corriente eléctrica otra vez y no sabía durante cuánto tiempo.  Era evidente que no podría usar la cocina y la idea de quedarse allí en un aparta­mento a oscuras no era nada tentadora.

Se estaba cambiando de ropa rápidamente pensando en preparar una ensalada de nuevo, cuando Marcos llamó.

M: Te llamo para invitarte a cenar (le propuso Marcos).
V: ¿Por qué? (preguntó Victoria mirando el horno).
M: ¿Cómo que por qué? (dijo Marcos irritado), porque quiero que vengas a cenar.  ¿Qué otro motivo debería haber?
V: Podrías hacerlo para convencerme para ir a tu casa y ayudarte a representar alguna otra escena de tu libro.
M: Podría (dijo Marcos), pero no es así.
V: ¿Lo prometes?
M: Lo prometo (le aseguró Marcos).  Nada de re­presentaciones.  Sólo tú, yo y la cena.

Victoria no le creyó pero pensó que incluso ensalada y pizza vegetal eran mejor que el plan que ella tenía en su casa.

V: De acuerdo.

Cuando llegó a casa de Marcos cuarenta minutos después, vio que la ensalada y la pizza no estaban en el menú.  La casa estaba recogida y la mesa puesta, y Marcos estaba impecable en la cocina vestido con unos pantalones claros y un polo de color azul aqua que resaltaba su piel morena.
M: Estoy preparando Espaguetis a la Marcos.  No ha­brá carne en el menú pero sí suficientes tomates para darte todas las vitaminas que necesitas en un mes.

Sonaba y olía delicioso, por no decir que también parecía delicioso. Victoria se apoyó en la encimera y ob­servó cómo cocinaba mientras le contaba las últimas noticias.

V: Estamos a punto de resolver el misterio.  ¿No es emocionante?
M: No sé si yo lo definiría como emocionante (dijo él frunciendo el ceño).  No creo que Estela y tú debieran ir por ahí tratando de cazar a un asesino.  Si tienen razones para sospechar de alguien deberían acudir a la policía.

Victoria quedó un poco decepcionada con aquella con­testación.  Su Brad Pitt no habría dicho algo así, sino que se habría ofrecido para ir a por él.  Pero Marcos no era Brad Pitt.  Miró sus brazos y la soltura con la que se movía por la cocina y deseó que lo fuera.

V: ¿Puedo hacer algo? (se ofreció Victoria pensando que tal vez si hacía algo se olvidaría de él).
M: Ponte cómoda. Terminaré la ensalada y estaré contigo en un minuto (dijo Marcos haciendo un gesto ne­gativo con la cabeza).
V: De acuerdo (dijo Victoria dirigiéndose hacia el sa­lón).

Ella pudo observar que salón estaba recogido.  Lo mismo que el cuarto de baño y al pasar por el dormitorio de Marcos pudo comprobar que también lo había ordenado.  Re­gresó al salón y de pronto se detuvo y pensó en todo aquello: la casa perfectamente recogida, cena especial, una bonita mesa... todo lo que incitaba al sexo.  Si fuera otro hombre, pensaría que estaba intentando se­ducirla.

Pero no era otro hombre.  Era Marcos.  La idea de Marcos de seducir probablemente sería preguntar direc­tamente “¿Quieres que nos acostemos?”  Claro que tal vez estaría cambiando.  Debería poner alguna excusa y marcharse.

Regresó a la cocina y vio a Marcos removiendo la salsa, con el pelo rizado por el vapor que subía de la olla.  Victoria absorbió el maravilloso aroma y su estóma­go gruñó.  Tal vez Marcos no estaba intentando seducir­la.  La gente ordenaba sus cosas por muchas otras ra­zones.  Parecería una idiota si salía de allí gritando.  Ya se le ocurriría la manera de salir de allí de forma ele­gante.

Marcos alzó la vista y sonrió, una sonrisa sexy e in­citadora y Victoria tuvo que esforzarse por respirar.  Tal vez no tuviera que salir de allí, después de todo.  El teléfono sonó en ese momento rompiendo el encanto.  Marcos murmuró algo casi ininteligible y fue a contes­tar.  Victoria se puso a darle vueltas a la salsa.

M: Cambio de planes (dijo Marcos mientras le qui­taba la cuchara).  Flor tiene que ir a una reunión del colegio y Eddie no puede llegar pronto a casa.  Quiere dejar a los niños aquí (parecía tan decepcionado como ella).  Sólo será una hora.
V: No pasa nada (dijo Victoria).  Con los niños por allí no pasaría nada; él no se le insinuaría y ella tam­poco.

Marcos se pasó una mano por el pelo.

M: No es lo que yo había planeado, pero Flor...
V: Marcos, ya te dije que no pasa nada, de verdad (dijo Victoria señalándo­le con el dedo).  Pero no te creo.  Sospecho que tu plan era interpretar otra escena para tu libro.
M: Te prometo que no era ésa mi intención (dijo él con una mueca).

Aunque finalmente es lo que terminó siendo. Co­mieron los espaguetis mientras los niños veían la tele­visión en el cuarto de estar pero cuando terminaron, Andrew y Simón pidieron a su tío representar alguna escena del libro.  Marcos se negó.

M: Ya hemos hecho la del helicóptero.  Ya la he es­crito.
S: ¿No tienes ninguna otra escena más? (pidió Si­món).
M: Sólo la de la huida del yate, pero no somos sufi­cientes.
A: Llamemos a Matthew (propuso Andrew).  A lo mejor puede venir.

Al final lo hicieron.  Estela estaba encantada de po­der salir un rato y Matthew estaba encantado de hacer de malo.  Eran más de las diez cuando Marcos decidió que ya era suficiente.

M: Ya está bien.  Chicos, a ver la tele al cuarto de estar.

Los chicos se quejaron pero obedecieron.  Marcos preparó té para Victoria y él y se fueron al salón.  Victoria se sentó y se hizo un ovillo en un extremo del sofá y Marcos se acomodó en el otro.  El juego la había hecho olvidar el cuerpo del hombre pero estirado en el sofá, volvió a pensar en él.

Buscó algún tema de conversación... cualquier cosa... que la ayudara a no pensar en aquel increíble cuerpo y cómo le gustaría estar con él.

V: Esa escena, la que hemos estado ensayando, ¿cómo termina?
M: Veamos.  Hunter rescata a la chica, llegan a una isla, y allí tienen una aventura.
V: Entiendo (dijo Victoria tratando de ignorar la sen­sación que tenía de que aquello no fue una buena idea).  Han estado a punto de morir y por eso se van a la cama.
M: No es una cama exactamente.  Están en una isla, ¿recuerdas?   Lo hacen en la arena, pero es muy pareci­do (dijo Marcos y Victoria frunció el ceño).  Oye, ha sido idea tuya.
V: Yo no recuerdo ni siquiera haberlo sugerido.
M: Pues lo hiciste.  Hablar contigo me ha hecho dar­me cuenta de que si algo así ocurriera, si la mujer por la que Hunter siente algo estuviera en grave peligro, querrían estar juntos cuando todo hubiera terminado.

Aquello no sonaba mal.  De hecho, sería justo lo que ella sugeriría.

M: ¿Quieres leerla? (añadió Marcos).
V: Bueno, yo...
M: Iré a buscar el manuscrito.  

Victoria abrió la boca para rechazar el ofrecimiento, pero Marcos ya había desaparecido por el pasillo. Victoria dudó un momento.  En realidad, pensó que no tenía por qué pasar nada porque ella había leído escenas de sexo escritas por Marcos antes y podría controlarse.  Además, tenía curiosidad por saber cómo expresarían sus sentimientos.

M: Tendrás que leer la versión anterior.  La impreso­ra está estropeada y no puedo imprimir lo nuevo.  Es sólo el tóner.  Sé cómo arreglarlo pero me llevará una hora (dijo Marcos dándole los papeles a Victoria).  Pri­mero tienes que leer esto, y después esto.  No, así no es.   Es primero esto y luego...
V: Está bien (dijo Victoria). Puedo...
M: Victoria, será más fácil que te lo lea yo (dijo él sentán­dose).  Puedo seguir mis anotaciones mejor que tú.

Victoria recordó la sensación que había tenido cuando Marcos le recitó la escena del beso y pensó que aquélla era una malísima idea.

V: No tienes que hacerlo.  Ya lo leeré en otra oca­sión.
M: No me importa hacerlo (insistió él estirándose en la silla y tomando los papeles).  Además, las his­torias deberían leerse en voz alta al menos una vez.

Marcos empezó a leer.

Hunter bajó corriendo las escaleras esquivando las balas mientras un reloj invisible marcaba la cuen­ta atrás dentro de su cabeza.  Treinta, veintinueve, veintiocho…

Victoria cerró los ojos y se dejó transportar hasta la es­cena en la que Hunter buscaba a la chica desesperada­mente mientras los malos lo acosaban.  Pasó por todas las emociones posibles, desde el miedo a que Laromee la hubiera matado, hasta el alivio más absoluto cuando por fin la encontró.
V: ¡El barco de Laromee ha explotado! (exclamó Victoria).
M: Sí, pero Laromee no estaba dentro.  Saltó en el úl­timo momento.  ¿Pero dónde estábamos?  Ah, sí, Hunter encuentra a la chica, saltan del barco y nadan hasta una isla.  Ahí empieza la escena de amor.  ¿Preparada?
V: No puedo esperar (dijo ella sin contenerse).
M: De acuerdo.

Hunter la rodeó con sus brazos.  Bridgett (la chica) apoyó la cabeza en el hombro de Hunter, con su cuerpo presio­nando el de él para estar aún más cerca.  El abrazo de Hunter se hizo más fuerte.  Él no había planeado que ocurriera algo entre ellos.  Todavía había un misil suelto que tenía que recuperar, un villano y un buen número de sus matones a los que capturar.  No había tiempo para nada más que planear su próximo movi­miento.  Pero en ese momento lo único que quería ha­cer era abrazarla, sentirla cerca de él, asegurarse de que estaba bien.  Notó los labios de la chica en su cue­llo, sus labios eran suaves y tibios, y algo en su interior despertó.  El frío del océano dio paso a un calor interno.  Era ella.  La deseaba, más de lo que había deseado nunca a otra mujer.  Bajó la cabeza y halló sus labios.  Brid­gett se retorcía entre sus brazos devolviéndole el beso con desesperada pasión, como si no fuera suficiente.  Hunter la besó una y otra vez, profundamente, mien­tras sus cuerpos se adaptaban perfectamente al del otro, y los jadeos apasionados lo animaban a conti­nuar.  De pronto, Bridgett lo apartó de sí un momento.

B: Te quiero, Hunter, y quiero hacer el amor conti­go ahora, aquí.

Hunter dudó un momento.  Una voz en su interior le decía que aquél no era el momento ni el lugar.  Bridgett se quitó el sueter negro y se desabrochó el sujetador dejando a la vista dos pechos turgentes.

Hunter los miró y después la miró a ella.  Al demonio con todo.  No le importaba otra cosa en ese momento la necesitaba con urgencia.

Acercó su boca y mordió uno de aquellos pezones y Bridgett le acarició el pelo mientras.  Hunter rodó arrastrándola con él hasta que quedó sobre ella y fue recorriendo aquel cuerpo suave con sus labios; el otro pezón, después sus labios ardientes mientras acariciaba con la mano los senos.  Bridgett se retorcía de placer bajo el cuerpo masculino, gi­miendo.  Le había puesto las manos en las nalgas, ani­mándole a entrar en ella. Sus caderas se arqueaban hacia arriba mientras Hunter luchaba por recuperar el control.
H: Dame un minuto, cariño.
B: No, hazlo ahora.
H: Todavía no (contestó él quitándole el resto de las prendas).

Hunter buscó con sus labios el húmedo cen­tro del deseo femenino.  Quería saborear y oler el cuerpo excitado de la chica, aunque los movimientos agitados lo estaban llevando a su límite.  Hunter la acarició con la lengua y Bridgett gimió en voz alta.  Quería oír aquel sonido una y otra vez.  Abrió enton­ces las piernas de Bridgett y...

Marcos dejó el manuscrito a un lado y se frotó su frente.

M: Esto no funciona, ¿verdad?

Victoria estuvo a punto de caerse del sofá.  ¿Qué no funcionaba?  Ella sentía frío y calor al mismo tiempo.  Le hervía la sangre y no podía dejar de imaginarse a Marcos haciéndole a ella lo mismo que Hunter a Brid­gett.  Si funcionara un poco mejor saldría ardiendo en el sofá.

V: Bueno... yo no diría eso (contestó Victoria tratan­do de formar la frase).
M: Hay algo que no me gusta cómo suena.  La forma en que empieza es algo confusa.  Tal vez no deberían es­tar en la arena.  Tal vez deberían estar sentados junto a un riachuelo proveniente de las montañas, o una casca­da.  Además, él todavía está completamente vestido (dijo Marcos con el ceño fruncido y de pronto se tiró al suelo).   Ayúdame a representar la escena.

Victoria no se movió. ¿Le estaba sugiriendo que...?

M: ¿Qué ocurre? (preguntó Marcos mientras daba unos golpecitos en el suelo junto a él).

El ruido de la televisión y la risa de los niños se oían en el cuarto de estar.  Marcos no estaba sugiriéndo­le nada raro.  Sólo representarían el principio de la es­cena.

V: Nada (dijo Victoria sentándose junto a él).
M: No te sientes así sin más (le indicó Marcos).  Has llegado a la isla nadando.  Estás exhausta, y no puedes apoyarte en el sofá, tampoco.  Estamos en la arena, ¿recuerdas? Sólo lo tienes a él para apoyarte.

Victoria se acercó más a Marcos y éste la rodeó con un brazo mientras miraba atentamente las hojas escritas.

M: Así está mejor (continuó Marcos).  Ah, y recuerda que tienes un vendaje en el brazo (añadió Marcos apuntando algo en la hoja mientras Victoria trataba de ig­norar el calor que sentía entre las piernas ante la pro­ximidad de Marcos, abrazándola).  
V: Había olvidado lo del brazo.   
M: Hunter deberá tener cuidado.  Veamos, él la está abrazando, están en el suelo y bla, bla, bla... vale, y esto también está bien.  Ahora llegamos a la parte que...
V: ¿Qué parte es ésa? (preguntó Victoria tratando de ocultar los nervios en su voz entrecortada).
M: La parte en que Hunter la besa.  Es algo así.

Marcos la besó.  Sus labios eran suaves y los utilizó para acariciar con ellos los labios de Victoria y a continua­ción introdujo la lengua en la boca de ella, con sus cuerpos muy cerca el uno del otro.

Victoria emitió un lige­ro sonido de placer mientras levantaba el brazo hasta el cuello de él y lo acercaba más a ella para poder seguir saboreando, sintiendo, oliendo a Marcos, pero con cuidado porque se suponía que estaba herida.  Marcos le mordis­queó el labio inferior, recorrió con la lengua la mejilla y finalmente hundió la cara en el cuello de Victoria.

M: Creo que no es así como lo quiero (gimió al oído de ésta).
V: ¿Qué? (preguntó ella entre jadeos).
M: Probemos de nuevo (dijo él).

Marcos cambió de pos­tura de forma que su espalda se apoyó en el sofá y en el movimiento la arrastró con él hasta que quedó con las piernas abiertas sobre él. Marcos la volvió a besar, apasionadamente, y Victoria respondió rodeándole el cue­llo con los brazos, con los senos contra el torso de él, sintiendo entre sus piernas la potente erección.  Victoria lo deseaba, quería...

El sonido del timbre, seguido de las pisadas de los chicos por el pasillo, hizo que se detuvieran.

Mw: Mi mamá ha llegado (gritó Matthew).
A: La nuestra también (gritó Andrew a continua­ción).  Tío Marcos, ¿dónde estás?
M: Aquí (gritó Marcos en respuesta pasándose la mano por el pelo y respirando profundamente para calmarse antes de ponerse en pie).   No te muevas de aquí.  Yo me ocupo.

Victoria no podía hacerlo.  Se apoyó en el sofá mien­tras oía a Flor dar las gracias y después a Estela, que preguntó si Victoria todavía estaba allí.

Victoria se levantó.  Todavía estaba allí y no debería porque cuando Flor se fuera, y Estela se fuera, y los niños se fueran se quedaría a solas con Marcos y no sa­bía lo que podía pasar.  Vale, sí sabía lo que pasaría y no creía que fuera buena idea.  No quiso recordar la suavidad de los labios de Marcos y el deseo que despertaba en ella.  Flor y sus niños se habían ido ya.  Estela seguía allí, dando las gracias a Marcos y preguntando a Matthew, mientras miraba por encima de los hombros de ambos con curiosidad.

E: Ah, aquí estás (dijo al ver a Victoria).  Quería darte las gracias por haberte hecho cargo de Matthew esta noche.
V: De nada (contestó Victoria).  Ha sido divertido, de verdad (Victoria miró a su alrededor buscando su abrigo).  Debería irme yo también.  Tengo que...
M: No, no deberías.  No puedes irte ahora (dijo Marcos rodeándola con un brazo y acariciándola ligera­mente).  Te necesito para mi pequeña labor de inves­tigación literaria.

Victoria notó que su cuerpo reaccionaba al contacto.  Se apoyó contra él y miró a Estela sonriente.

V: Eso es lo que estábamos haciendo.  Le estoy ayudando con su labor de investigación.
E: Claro. Investigación.  Pásenlo bien (dijo to­mando a Matthew de la mano).  Vamos, Matthew.  Tú eres demasiado joven para ese tipo de investigación (salió y cerró la puerta).
V: Es tarde.  Debería...
M: No es tarde, y además, ¿qué pasa con mi libro? (dijo Marcos poniéndole los brazos por encima de los hombros).  ¿Quieres ser la responsable de otra escena mal escrita?

Victoria lo miró a los ojos llenos de pasión.  No era su hombre ideal, pero en aquel momento no importaba.

V: No.
M: Bien (dijo Marcos acercándola más a sí y besándola).

Eran besos impacientes y apasionados que la deja­ron sin aliento, pero con una exquisita sensación de placer.  Apenas se dio cuenta de que estaban movién­dose hasta que notó que estaba contra la pared y al abrir los ojos vio que se encontraban en el dormitorio de Marcos.  La visión de la cama le recordó lo que estaban a punto de hacer.

V: Pensé que se suponía que estábamos en una pla­ya.
M: Esto es la playa.  ¿Es que no tienes imaginación? (dijo él mirándola con su sonrisa más sexy).

Marcos em­pujó a Victoria aún más contra la pared y le abrió los tembloro­sos muslos con una pierna, mientras le desabrochaba la blusa.  

M: Vayamos directamente a la parte en que la chica está sin ropa.
V: Podrías utilizar tu imaginación.
M: Al cuerno con eso (dijo Marcos mientras le aca­riciaba el pezón bajo el sujetador).
V: Tienes razón (accedió Victoria temblando de pla­cer).  Al cuerno.

Marcos se puso entonces de rodillas para quitarle los pantalones. Tenía los ojos tan oscuros que parecían negros y Victoria pronunció su nombre entre jadeos.

V: Marcos.
M: ¿Qué? (contestó él introduciendo un dedo bajo sus braguitas).
V: Nada (dijo ella apoyándose con fuerza en la pa­red para no caer, al tiempo que abría más las piernas).

Marcos acercó la boca a su sexo cubierto por las braguitas y Victoria se excitó aún más al notar el cálido aliento contra la piel sensible.  Marcos subió entonces tra­zando su camino con su lengua hasta llegar al sujeta­dor; lo desabrochó y lamió con placer los dos pechos.  Después buscó ansioso su boca y en un rápido movi­miento la llevó en volandas a la cama.

V: Espera un minuto (objetó Victoria al darse cuenta que ella era la única que estaba en ropa interior). ¿Qué pasa contigo?  ¿No deberías...?
M: Se supone que yo sigo vestido, con la ropa mo­jada (dijo Marcos acariciándole el cuello).  Imaginemos que estamos mojados.

Pero Victoria no podía imaginarse nada si Marcos se­guía besándola así.  Entonces se detuvo y lo empujó hacia atrás.

V: Ya sé cómo Hunter quedará desnudo.
M: ¿Qué?
V: En el libro.  Sé cómo se desnudará (dijo ella sa­cándole la camisa).  Así.
M: ¿Quieres decir que ella lo desnudará?
V: Exactamente (confirmó Victoria).  

Por fin estaba desnudo como ella, y sus manos lo acariciaban mientras él gemía sin dejar de acariciarla hasta que terminó estirándose para abrir el cajón de la mesilla.

M: El hombre ideal toma medidas anticonceptivas (sugirió mientras se colocaba al lado de Victoria).  ¿Crees que deberíamos incluirlo en el artículo?
V: Dejémoslo en que el hombre ideal es responsa­ble (dijo Victoria).

Y a continuación sintió que Marcos la penetraba y durante el resto de la noche no pensó en ningún otro hombre que no fuera él.


Continuará…

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