viernes, 2 de mayo de 2014

Capítulo 12


Capítulo 12
Un hombre ideal no se lleva bien con los niños.  No invita a sus sobrinos si quiere impresionarte.  Claro que adorará a sus propios hijos aunque no los comprenda, y desde luego no quiere tener ninguna relación con los hijos de los demás.  Prefiere una conversación chispeante a tener que cambiar pañales o limpiar mocos.
49 Cualidades Del Hombre ideal”, Revista Hombre Real, Abril, 1964.


El viernes por la tarde Victoria fue con el fotógrafo a Deportes al Aire Libre.  Tomaron las fotos, siempre con Angie posando, y finalmente Gerald se encontró con ellos cuando ya es­taban recogiendo para marcharse.

V: Hemos conseguido las fotos que queríamos (le dijo Victoria).  Va a ser un gran artículo.  Estoy segura de que atraerá mucho interés.
G: Es maravilloso, Victoria.  Maravilloso.  Nunca po­dremos darte las gracias lo suficiente.

Victoria se sintió avergonzada.  Allí estaba aquel hombre tan agradable dándole las gracias mientras ella se había dedicado a tratar de averiguar si era un asesino.

V: No es nada.
G: Te lo agradezco mucho, de veras (dijo él acer­cándose más a ella).  Escucha, sé que no te he avisa­do pero me preguntaba si estarías libre esta noche.  Po­dríamos ir a cenar... o tal vez alquilar una película más tarde.  Sería mi manera de darte las gracias por toda esa publicidad gratuita.
V: Me encantaría pero me temo que no puedo.  Le prometí a Estela que cuidaría a su hijo esta noche.  Pero si quieres venir...
G: ¿Por qué no lo dejamos para otro día? (se apresuró a decir Gerald, haciendo una mueca de desa­grado).  No me gustan demasiado los niños... y me gustaría que fuera una velada especial.  Ya te llamaré la próxima semana.
V: De acuerdo (dijo Victoria un poco decepcionada por su actitud. No debería, no obstante.  Gerald no de­jaba de ser una versión mayor de lo que ella estaba buscando.  La versión de su edad no pensaría lo mis­mo).

Esa noche decidió abordar a Estela en cuanto entró por la puerta para dejar a Matthew.

V: Esto se tiene que acabar, Estela.  No puedes ir por ahí acusando a ese hombre tan agradable de asesi­nato.  Simplemente no es justo.
E: No estoy acusando a nadie de nada.  Sólo quiero saber qué ocurrió.
V: Sigo creyendo que no es una buena idea (dijo Victoria bajando la voz para que Matthew no la oyera).

Además, podría ser peligroso.  Ya te conté lo que dijo Marcos...

E: Marcos tiene una vivida imaginación, lo cual es natural viniendo de un escritor.  Además, no voy a ha­cer nada peligroso.  Estoy buscando a alguien que des­lizara subrepticiamente un trozo de pescado en la cena de Franklin, eso es todo.  Además, esta noche sólo he quedado con el señor Sweeny.
V: ¿Quién es el señor Sweeny? (preguntó Victoria).
E: Dirige la compañía de limpieza.  Simón me dio una idea el otro día.  Después de todo, los conserjes conocen todos los secretos de las empresas.  Y ni siquiera estaré sola con él.  Simón me acompañará (dijo Estela antes de dar un beso a su hijo).

Victoria cerró la puerta tras ella y se fue hacia el salón con Matthew.

Matthew (Mw): ¿Podemos ver una peli? (preguntó el niño).  He traído una de mucho miedo.
V: Claro (dijo Victoria conectando el vídeo).  

Des­pués de unos minutos de película, se dio cuenta de que Matthew no había exagerado nada al decir que daba mucho miedo.  La rubia protagonista estaba sola y se disponía a abrir la puerta tras la que la estaba es­perando un tipo con un enorme cuchillo, en medio de un silencio sepulcral.  En el momento en que el hom­bre levantó el cuchillo, la televisión y las luces se apagaron repentinamente dejándolos medio a oscu­ras.

Mw: ¿Qué pasa? (gritó Matthew agarrándole la mano a Victoria).
V: Tal vez se haya fundido la bombilla y se haya estropeado la tele al mismo tiempo (sugirió Victoria con optimismo).

Matthew no tenía ganas de soltarla, así es que tuvo que salir al pasillo a mirar la caja de electricidad con él.  Probó todos los interruptores de la casa, pero ninguno funcionaba.  Parece que hay un problema con la electricidad (le dijo Victoria a Matthew finalmente).
Mw: ¿Quieres decir que no funciona ninguna luz? (preguntó el niño con los ojos abiertos como platos).
V: No creo (dijo Victoria antes de llamar al portero).
P: Es usted la tercera persona que avisa (se quejó el hombre).  No sé cuál es el problema, pero tardará un rato en solucionarse.
V: Esto no tiene buena pinta (le dijo Victoria a Matthew cuando colgó).
Mw: Oh, no (gimió Matthew como si fuera a llorar).  No me gusta la oscuridad.  No quiero estar a oscuras.
V: No te preocupes (dijo Victoria tomándolo en bra­zos).  Ya pensaré en algo.
Mw: Pues hazlo rápido.  Me da miedo la oscuridad.

A Victoria tampoco le hacía mucha ilusión, sobre todo después de ver la película.  Estaba buscando velas y linternas por toda la casa tratando de no pensar en el tipo del cuchillo, cuando el teléfono sonó.

Victoria dio un brinco de sorpresa y deseó que fuera el portero para darle buenas noticias.  Era Marcos, y su voz parecía impaciente y distraída.

M: Perdona que te moleste, pero tengo que pedirte un favor.
V: Dispara (dijo ella que se sintió ligeramente más tranquila al escuchar la voz amiga).
M: ¿Dijiste algo de que tu amiga Estela tenía un hijo de seis años?
V: Sí, Matthew.  De hecho, en este momento está aquí conmigo.
M: ¿De veras? (el tono de Marcos se volvió suspi­caz).
V: ¿Por qué?  
M: ¿Su madre no estará por ahí buscan­do asesinos sueltos?
V: No exactamente, no (dijo Victoria haciendo un gesto de sorpresa).
M: Bien. En ese caso, ¿podrías traerlo a mi casa?
V: ¿Para qué?
M: Porque lo necesito (dijo Marcos impaciente­mente).  Tenemos una urgencia.  Estoy tratando de re­presentar la escena del rescate con el helicóptero y no tengo suficientes actores.  Andrew está tratando de ser el piloto y uno de los malos y Simón el protagonista y otro de los malos, pero siempre acaban peleándose.  No funciona.
 Victoria dudó.  Llevar a Matthew a jugar a policías y la­drones con un escritor un tanto peculiar, no sería la idea que Estela tenía de una actividad educativa.  Por otro lado, era mucho mejor que pasar la noche a oscuras.

V: Vamos para allá.

En menos de media hora, Victoria estaba en una silla en la sala de Marcos.  Habían retirado todos los muebles para dejar un espacio despejado en el centro en el que Marcos había colocado cuatro sillas de la cocina que si­mulara el interior del helicóptero.  Marcos estaba senta­do en el brazo del sofá repasando la escena con gesto serio.

M: Entonces tenemos que el protagonista y la chica tratan de capturar el helicóptero para escapar.  Él sale pero ella es atrapada. Simón, tú serás el piloto.  An­drew, tú serás el malo...
S: Me toca a mí hacer de malo (dijo Simón tirán­dole de la manga).
M: Oka, Simón, tú serás el malo.  Andrew, tú serás el piloto (se volvió entonces hacia Matthew, que mi­raba todo con los ojos abiertos como platos).  Tú se­rás el protagonista.
Mw: Esta bien (dijo Matthew).
A: Yo tampoco quiero ser el piloto (dijo An­drew).  Lo único que hace es recibir golpes en la ca­beza.  Quiero ser uno de los malos.
M: Bueno, se supone que tiene que haber dos tipos malos... (dijo Marcos acariciándose la barbilla en ac­titud pensativa), ...pero seguiría necesitando un pi­loto... (dijo esto último mirando a Victoria esperanza­do).  Supongo que tú no...
V: Claro (se ofreció Victoria).  ¿Por qué no?

E: No me lo puedo creer (dijo Estela cuando llegó para recoger a Matthew a  la Casa de Victoria).  ¿Has pasado la tarde con Marcos y lo único que habéis hecho ha sido representar una escena de su libro? O estáis enfermos o sois muy raros.
V: No es nada de eso (susurró Victoria para no des­pertar a Matthew, que se había quedado dormido en el sofá.  La electricidad había regresado).  Sólo le ayuda­mos con un par de escenas, y fue divertido.  Marcos me dijo que ha sido el mejor helicóptero que ha tenido ja­más.
E: Eso es un cumplido (dijo Estela con seque­dad).  Supongo que no habrán estado ensayando las escenas de sexo...
V: ¡Por supuesto que no!  ¡Jamás dejaría que tu hijo viera algo así!  ¿Qué tal fue tu entrevista con el conser­je? (preguntó Victoria cambiando de tema).
E: El señor Sweeny no sabía nada más que Franklin tiraba mucho papel y utilizaba papel para anotar de color verde en vez de amarillo (suspiró Estela).  Simón se quedó muy decepcionado.  Pensaba que el señor Sweeny podría darnos alguna pista válida.
V: Pobre Simón.
E: No te preocupes.  Pronto averiguaremos lo que ocurrió (dijo Estela levantando a su hijo del sofá). ¿Van a practicar alguna escena de sexo un día de estos?
V: ¿Qué?
E: Marcos y tú.
V: No (dijo Victoria).  Estoy tratando de encontrar al hombre ideal, ¿recuerdas?  También para mí.
E: Si, claro, lo que tú digas (repuso Estela poco convencida).

Victoria no estaba muy segura de sí misma, tampoco estaba muy convencida, sobre todo después de haber entrevistado a Ephram Ernesto.  Ephram era un agente inmobiliario de elegantes y suaves modales, realmente encantador.  Cuando Marcos le preguntó cuáles eran las cualidades que él consideraba las del hombre ideal, había res­pondido que ser sociable, porque eso les iba bien tanto para su vida profesional como para las relaciones per­sonales y sentimentales.  Ephram era además un hombre guapo, pero no tanto como Marcos.  Hacía pesas tres ve­ces por semana, e iba bien vestido.  Había dicho que vestir bien era importante porque denotaba éxito.

Aquel agente inmobiliario no tenía nada de malo, pero a Victoria no le decía nada, no la atraía.  Si le hubiera pedido que saliera con él, probablemente habría rechazado la invitación.  Sin embargo, si Marcos se lo pidiera daría saltos de alegría.  Estando cerca de Marcos parecía olvi­dar sus intenciones de encontrar a un hombre maduro con quien tener una relación madura y duradera.

E: Pareces apenada (le dijo Estela a la semana si­guiente cuando llamó a Victoria para ponerla al día sobre sus investigaciones en la fábrica).  No me digas que se ha roto algo más en tu nuevo apartamento.
V: Seguimos teniendo problemas con la electrici­dad (admitió Victoria).  La luz se va y viene, y las tablas del suelo están sueltas por algunos sitios.  Cada vez que Marcos asegura una con clavos nuevos, se suelta otro por otro lado.
E: ¿Marcos te arregla el suelo?
V: Trabajó en la construcción durante un tiempo (dijo Victoria recordando los comentarios negativos que Marcos le había hecho sobre su apartamento y las veces que había tenido que recordarse que el hombre de su vida no iría vestido con vaqueros y camiseta por muy bien que le sentaran).  Estela, ya he escrito parte del artículo sobre Deportes Al Aire Libre, pero no me gusta (continuó).  Y he probado tanta comida para mi trabajo sobre los ali­mentos que aumentan la libido que seguro que he en­gordado.
E: No has engordado (dijo Estela).  Me he fijado y ni siquiera te han aumentado las caderas.
V: Pues Marcos piensa que sí.  Lo dijo el otro día.  En ese momento decidí que una de las cualidades del hombre ideal sería que nunca se le ocurriría decirle a una mujer que estaba engordando.
E: Vaya (dijo Estela con seguridad).  Llegamos de nuevo al centro de la cuestión: Marcos.

Victoria abrió la boca para negarlo, pero volvió a ce­rrarla.

V: Tienes razón.  Él es el problema.  No estoy segura de si podría reconocer a mi hombre ideal cuando él está cerca porque estoy obsesionada.
E: ¿Por qué no tratas de remediarlo?
V: No pienso hacerlo (insistió Victoria), al menos no de la forma que tú sugieres.
E: Sólo era una idea.  Escucha, tengo noticias fres­cas (dijo Estela cambiando de tema).  Una de las dependientas oyó a otra decir que pensaba que Franklin era un tacaño.  ¿Qué te parece?
V: Que no es mucho (murmuró Victoria).
E: Bueno, pues yo no opino lo mismo.  Simón y yo vamos a ir a hablar con ellas por separado y después quedaremos para poner en común lo que hayamos averiguado.  Supongo que no podrías quedarte con Matthew otra vez esta noche, ¿verdad?  Simón va a venir a casa y le ponen nervioso los niños.
V: No me digas...
E: Es un hombre, Victoria (suspiró Estela).  Y a los hombres no les gustan los niños de los demás.  Lo dice tu artículo.
V: Estela, ese artículo se escribió en 1964.  Se supone que el hombre de hoy en día no piensa lo mismo de los ni­ños.  Deberías ver a Marcos con ellos.  Es genial (son­rió al recordarle corriendo por todo el salón jugando a policías y ladrones).  Claro que supongo que es así porque él también es como un niño.
E: Lo que sea.  ¿Me has dicho que puedes quedarte con Matthew?
V: No (dijo Victoria apenada).  Me temo que no puedo.  Tengo una cita.
E: ¿Con Marcos? (preguntó Estela).
V: Santo Dios, no.  Marcos y yo no salimos como pa­reja.  Además, está en Seattle.  He quedado con Lowell Thomas.  Es uno de los hombres de mi artículo, el eco­logista.
E: ¿Qué tipo de ecologista? (preguntó Estela).  ¿El que va por ahí alabando las virtudes de una vida al aire libre o de otro tipo?
V: ¿Cuántos tipos hay? (preguntó Victoria confundida).
E: El bueno y el malo (dijo Estela).  Yo salí con ambos antes de casarme con William.  El bueno es el que habla del aire libre.  Es interesante, como si estuvieras viendo un documental.  El otro tipo es el que quiere hacer cosas raras al aire libre, como acampar en la nieve.  ¿Lo has probado alguna vez?  Después de tener­te caminando entre la nieve y el hielo y hasta hacerte construir un iglú para que duermas en él.  Eso no es una cita, Victoria, es una prueba de resistencia.
V: No vamos a hacer acampada en la nieve, Estela (dijo Victoria riéndose), sólo vamos a cenar.  Además, a lo mejor me gustará.  No me importó salir el otro día de excursión.
M: ¿Cuándo has ido tú de excursión? (preguntó Estela).
V: El otro día. Marcos tenía que imaginar una de sus escenas en un bosque, así es que nos llevamos a sus sobrinos.
E: A eso llamo yo una cita divertida (dijo Estela).  Marcos, dos niños y tú rodeados de la salvaje naturaleza.
V: ¡No fue una cita! (insistió Victoria, aunque tenía que admitir que sí había sido divertido, a pesar de no ser su idea de una cita perfecta. Su hombre ideal nunca lo habría sugerido).
E: Y hablando de citas (continuó Estela), ¿adónde va a llevarte tu ecologista?
V: No estoy segura.
E: Bueno, si ves nieve, empieza a preocuparte (Estela hizo una pausa). ¿Marcos estará también?
V: No (dijo Victoria).
E: ¿Por qué no?  ¿No estaban haciendo esto juntos?
M: Sí, pero Lowell me llamó y me dijo que si que­ría salir a cenar con él y pensé que sería una buena idea.  Me daría la oportunidad de hacerme una primera impresión (dijo Victoria pensando que tal vez encontra­ra en él a su hombre y así podría olvidar a Marcos).

Desafortunadamente y a pesar de que Lowell era del tipo de ecologista bueno, según Estela, Victoria no acabó de interesarse por él, ni en ninguno de los temas que trataron.

M: Bueno, al menos ya estamos llegando al final de la lista (dijo Marcos después de haber pasado dos horas con un maestro de la guitarra clásica cuyos ojos oscuros y expresión conmovedora hacía predecir que sería un maestro también en lo relacionado con el amor, aunque a decir verdad no tenía mucho talento en otras cuestiones).
V: Sólo nos quedan ocho o nueve (dijo Victoria). El dentista, el arqueólogo...
M: No olvides el ecologista (señaló Marcos).  Lowell no sé qué más. ¿Has concertado una cita con él y a o quieres que yo... ?
V: Ah, no tenemos que verlo ya (dijo Victoria sin darle mayor importancia).  Ya he hablado con él.
M: ¿Sí? (Marcos frunció el ceño).  ¿Cuándo?
V: Hace un par de noches (contestó Victoria y Marcos frunció los labios de disgusto).  Me llamó para invi­tarme a cenar.
M: ¿Cenar? (el disgusto de Marcos se intensificó).  ¿Has tenido una cita con ese tipo?

Parecía como si hubiera robado un banco a mano armada a juzgar por su tono.

V: No fue una cita propiamente dicha.  Fue una en­trevista.
M: Una entrevista mientras les servían la cena (corrigió Marcos y Victoria asintió).  ¿Y la diferencia entre eso y una cita es...?
V: ¡Una cita es algo diferente! (se quejó Victoria mo­viéndose inquieta en su sitio mientras buscaba entre sus papeles con nerviosismo).  Aquí tengo las notas que tomé.
M: ¿Y adonde fuiste a cenar en esa no-cita?

Victoria miró la expresión de desaprobación de Marcos y se quedó pensativa.

V: A un restaurante.  Nada lujoso.  Lowell dijo que...
M: ¿Lo conocías antes de ir a cenar con él? (la in­terrumpió Marcos con los brazos cruzados).
V: No.  Ya te lo he dicho.  Lo llamé para acordar una hora para hacerle la entrevista y él me sugirió...
M: ¿Quieres decir que fuiste a cenar con un com­pleto desconocido? (dijo Marcos alzando la voz).
V: ¡No fue así!
M: Pues a mí me parece que fue así exactamente (dijo Marcos acusándola con el dedo).  No es una bue­na idea.  Una mujer no debería salir con un hombre al que no conoce de nada.  Ese hombre podía haber sido un asesino.
V: ¡No lo era!
M: Pero no lo sabías cuando saliste con él, ¿o sí?
V: No se lo pregunté, si es eso lo que quieres saber.  No es una de las preguntas que tengo previstas.
M: Pues deberías (dijo Marcos sin entrar en ra­zón).  Aparte, se supone que estamos haciendo esto los dos juntos.
V: De acuerdo, de acuerdo (aceptó Victoria levantan­do las manos en señal de rendición).  No sé por qué estás armando tanto escándalo pero si te molesta tan­to, no lo volveré a hacer.  Pensé que ahorraríamos tiempo.
M: A mí me sobra.  Y además, llegaremos a tiempo para publicar el artículo en la fecha prevista, pero para lo que no lo tengo es para repetir una entrevista por­que tú la hayas hecho primero a solas.
V: ¿Vas a entrevistar a Lowell de nuevo? (pre­guntó Victoria, completamente aturdida).
M: Tengo que hacerlo.  Si no, no podré rebatir o confirmar tus anotaciones.
V: ¿No puedes limitarte a confiar en mí?
M: No, no puedo (dijo Marcos mirándola con as­pecto enfadado).  No me parece serio.
V: Supongo que no (comentó Victoria, aunque pensa­ba que Marcos se estaba comportando muy poco razonablemente.  Tomó nota de ello.  El hombre ideal le daría a todos los asuntos la importancia en su justa medida).

Al día siguiente….
M: ¿Alguna vez has sentido celos? (preguntó Marcos a Jaime. Según éste, su viaje a las Vegas no había sido un éxito).
J: Por supuesto que sí.  Supongo que todo el mun­do los ha sentido alguna vez en su vida (dijo Jaime mirando a Marcos con obvia curiosidad).  ¿Por qué?  ¿No estarás pensando que tu protagonista tiene que sentirlos?
M: No (dijo Marcos haciendo girar entre los dedos la botella de agua).  Es Victoria.  Decidió entrevistar a uno de los hombres de la lista ella sola.
J: ¿Y qué pasa? Hacer las entrevistas por separado parece una buena idea de hacer este trabajo.
M: ¡Sí, eso es lo que me preocupa! (exclamó Marcos).  Se supone que tenemos que hacerlo juntos.
J: Y no te gusta que se cite con otros hombres a solas.
M: ¡No, no me gusta!  Me saca de quicio.  No tenía que haber ido a cenar con ese ecologista la otra noche, Jaime.  ¿Qué demonios puede ver una mujer en un ecolo­gista?  Lo único que hacen es ir por ahí hablando del medio ambiente.
J: El medio ambiente es un tema candente en este momento.  Me pregunto si a Ivana le interesará. Tal vez debería comprarle una parcela parecida a la jungla o algo así.
M: Yo estoy a favor de la protección del medio am­biente (dijo Marcos en tono malhumorado).  Si no lo estuviéramos ¿dónde viviríamos?  Pero ésa no es la cuestión.  La cuestión es que me dijo que había salido a cenar con ese hombre y me dieron ganas de ir a buscarlo y darle un puñetazo (dijo Marcos de golpe y dio un largo sorbo de agua). Supongo que me puse celoso.
J: Yo también lo creo, pero no te culpo.  Yo también estaría celoso si la mujer con la que me acuesto saliera a cenar con otro.
M: No me acuesto con Victoria (declaró Marcos).

Jaime se quedó inmóvil con su martini en la mano a medio camino entre la mesa y la boca.

J: ¿Como que no te acuestas con ella?
M: Pues eso, que no lo hago.  ¿Por qué creíste que lo hacía?
J: Lo di por hecho, eso es todo (dijo Jaime mi­rándolo).  Pasas mucho tiempo con ella, siempre es­tás hablando de ella, simplemente asumí que... bueno, ella es una mujer y tú eres tú y... ¿Seguro que no te acuestas con ella?

Marcos se sonrojó sólo al pensar en Victoria y él juntos desnudos.

M: Créeme, Jaime, si me acostara con Victoria, lo sabría.
J: Bueno, ¿y por qué no lo estás haciendo?
M: No es como las demás (dijo Marcos).
J: ¿Qué quieres decir con eso?  Por la forma en que hablas, parece que te interesara realmente.

Marcos pensó entonces en sus ojos oscuros, su am­plia sonrisa, sus delicadas curvas, el rubor de sus me­jillas después de hacer el helicóptero...

M: Me interesa, pero yo no soy su tipo.  Quiere a al­guien del tipo de Brad Pitt.  ¿Tú dirías que yo soy ese tipo?  ¿Tú me ves a mí como ese tipo de hombre?
J: No (dijo Jaime riéndose).  Tú eres más bien como Jim Carrey o Robin Williams.
M: Desde luego no me ayudas nada.
J: Te estoy diciendo lo que veo, pero nunca se sabe.  Las mujeres cambian de opinión.  Mira a Ivana.  A ella solía gustarle otro tipo de hombre diferente a mí y ya no.
M: Sí, bueno, no creo que Victoria vaya a perder la ca­beza por alguien como yo (dijo Marcos sintiéndose abatido).
J: Deja que lo piense.  Tal vez se me ocurra la ma­nera de arreglar tu vida, aunque sea incapaz de encau­zar la mía (dijo Jaime tamborileando con los dedos en la mesa).  ¿Le entusiasmó a Victoria el ecologista?
M: No lo creo (le expresó Marcos tratando de recordar lo que le había dicho Victoria sobre él).
J: Bien.  Entonces aún tienes una oportunidad.  Ya lo tengo.  ¿Por qué no le preparas algo romántico?  Ya sabes, velas, vino, ese tipo de cosas.  Me has dicho que un hombre ideal sabe cómo ser romántico.
M: Yo no soy así (dijo Marcos con un escalofrío).  No se me da bien hacer nada de eso.  Además, Victoria me dijo que lo de ser romántico está dentro de cada uno, pero puede que la otra persona no lo sea.  Por ejemplo, Flor piensa que Eddie es romántico cuando friega los platos después de la cena.  Yo no puedo ponerme a fregar delante de Victoria.
J: Dímelo a mí (asintió Jaime).  Yo fregué los platos la otra noche y tanto la sirvienta como Ivana creyeron que me había vuelto loco.

A la noche siguiente, Marcos salió a cenar con Lisa.  Lisa era amiga de Ivana.  Jaime le había pedido que lo hiciera por él porque le agradaría a Ivana.  Desafortunadamente no hubo ninguna química entre ellos.  Marcos la llevó a un restaurante marroquí que le había recomendado Jaime, pero resultó ser muy decepcio­nante porque no le gustaba casi ninguna cosa.  Lisa fue todavía más decepcionante.  Era casi un clon de Ivana.

M: Dime, Lisa, ¿Cuál es tu idea de un hombre ideal?  ¿Crees que el héroe de mis novelas lo es?
L: Por supuesto (se apresuró a decir Lisa).  Creo que es magnífico.  No me casaría con él pero sí me acostaría con él.
M: ¿Y por qué no? (preguntó Marcos un poco irri­tado).
L: Bueno, no es del tipo de hombres que se casan (explicó Lisa).  Quiero decir que es excitante y muy guapo, y por lo que parece estupendo en la cama, pero dudo mucho que sacara la basura.
M: ¿La basura?  ¿Eso es lo que debería hacer el hombre ideal?
L: El marido ideal sí (dijo Lisa).  Yo nunca me casaría con uno que no hiciera eso por mí.

Marcos observó cómo se atusaba el cabello una vez más y decidió que pasar la noche con ella estaba fuera de toda lógica.  Haría exactamente lo mismo que había hecho Karla y las demás: dejarle después de unas se­manas y, probablemente, a él no le importaría.

En ese momento la única mujer con la que quería estar era con Victoria.  No había otra solución: tenía que intentar prepararle algo romántico.

Continuará…


No hay comentarios:

Publicar un comentario