martes, 6 de mayo de 2014

Capítulo 17


 Capítulo 17

Dos horas después, Victoria estaba en el apartamento de Estela tomando un té con una temblorosa pero triunfal Estela, un detective de la policía llamado Frank, y el hombre más fantástico que había conocido nunca, Marcos.

 

E: Fue muy extraño (explicaba Estela).  Le dije a Gerald todo lo que había averiguado, y cómo supe lo que todos habían pedido y entonces le pregunté si recordaba algo más de la noche de la cena.

 

Se detuvo para dar un sorbo de té.  Victoria miró a Marcos.  Estaba sentado en un sillón y tenía el aspecto que ella recordaba: el pelo revuelto, un poco de barba, camiseta y pantalones jeans.  Le estaba costando mucho no mirarlo, pero él apenas si la miraba a ella.  Victoria cruzó los dedos.  Su plan tenía que funcionar.

 

F: Siga (le dijo Frank a Estela).

E: Gerald tenía una expresión extraña en la cara y lo siguiente que recuerdo es que cerró la puerta y... (Estela sintió un escalofrío),  ¡y me atacó!  ¿Lo po­déis imaginar?  Fue como si estuviera en un mal sue­ño.  Tuve mucho miedo (miró a Frank con absoluta gratitud).  Si la policía no hubiera llegado...

F: No fue sólo la policía, señora (dijo Frank son­rojándose y haciendo un gesto hacia Marcos).  Si el señor Guerrero no nos hubiera llamado cuando lo hizo, insistiendo en que su vida corría peligro y en que teníamos que ir rápidamente...

M: Victoria me llamó (intervino Marcos mirándo­la brevemente).   Ella fue quien tuvo la sospecha.  Cuando yo llegué, ya lo tenían todo bajo control.  Lle­gué a tiempo para ver el arresto, lo cual fue muy ins­tructivo para mí.  Hasta pude tomar notas.

 

Victoria sintió que se derretía en el sofá.  Aquél sí era un hombre ideal, su hombre ideal.  Se estaba quitando el mérito para dárselo a Victoria cuando él había insistido en que él llamaría a la policía y que ella tratara de tranquilizar­se.

 

E: ¿Cómo lo supiste, Victoria? (preguntó Estela a Victoria sacándola de sus pensamientos).

 

Victoria estaba tan distraída mirando a Marcos que ape­nas si lo recordaba.  Explicó lo de la ensalada caesar y dejó que Estela le contara a Frank lo de su artículo.

 

F: Victoria, asumo que no tendrá ningún problema en vender ese artí­culo a una revista (dijo Frank cuando Estela hubo terminado).  Ha sido un buen trabajo de detectives.  Pero la próxima vez que quiera escribir un artículo de investigación, deberá acudir a la policía antes.

V: Nunca más volveré a hacerlo (dijo Victoria).

M: Victoria, me parece una buena idea (comentó Marcos levantándose).

 

Marcos le agradeció a Estela la taza de té.  Victoria se levantó también.  No podía dejar que se marchara.

 

V: ¿Quieres que me quede contigo esta noche, Estela?  ¿O prefieres venir a mi casa?

E: No, gracias.  Estoy bien (dijo Estela para alivio de Victoria).  Matthew está con un amigo y Frank se quedará aquí un poco más.

F: Así es (confirmó Frank).  Me aseguraré de que está bien.  ¿Le importa que utilice su teléfono?  Tengo que decirle a mi hermana dónde estoy, ya que mi hijo Lucas, de 12 años, está al cuidado de ella.

 

Al oír al agente, como estaba al tanto del cuidado de su hijo, Estela lo miró con ojos resplandecientes.  Todavía tenía esa ex­presión mientras acompañaba a Victoria y a Marcos a la puerta y les daba un abrazo de agradecimiento. 

 

Marcos echó a andar por el pasillo y Victoria tuvo que acelerar el paso para alcanzarlo.

 

V: Marcos, Yo... también quería darte las gracias.

M: No tienes que hacerlo, Victoria.  Lo único que hice fue llamar por teléfono (dijo Marcos abriendo la puer­ta del edificio y sujetándola para que saliera Victoria prime­ro).

V: No fue sólo eso.  Te las arreglaste para conven­cer a la policía de que una ensalada Caesar constituía un asunto grave.

M: No fue tan difícil (dijo él encogiéndose de hombros), aunque ayudó mucho que el hombre con quien hablé había leído todos mis libros.

V: Estoy segura de que sí lo fue (murmuró Victoria).

M: Imagino que un hombre ideal habría actua­do de otra manera.  Habría ido hasta allí y se habría ocupado personalmente de Gerald (dijo Marcos junto a su coche).

V: No, no lo habría hecho (aseguró Victoria mirándo­lo a los ojos en el aparcamiento iluminado).  Un hombre ideal habría hecho exactamente lo que tú hiciste.  Buscar la mejor solución al problema.

M: Sí, bueno (dijo Marcos comenzando a darse la vuelta para montarse en su auto cuando Victoria lo detiene).

V: Marcos, necesito tu ayuda para otra cosa (insistió Victoria en un último y desesperado intento).

M: ¿Qué?  ¿Tienes más amigas que se dedican a in­vestigar asesinatos? (dijo él mirándola de nuevo).

V: No.  Es el artículo.  Tengo un pequeño problema con la cualidad número cincuenta.

M: A mí no me quedan ideas (dijo Marcos con la mandíbula rígida).

V: A mí sí.  Se me han ocurrido algunas, pero que­ría consultarlas contigo.

M: Mándamelas por fax y les echaré un vistazo (dijo él encogiéndose otra vez de hombros).

V: Te las puedo decir ahora (dijo Victoria, que no quería que Marcos se mantuviera tan alejado de ella. Se acercó a él un poco más).   ¿Qué te parece “toleran­te”?  Digamos que una hubiera hecho una gran estupi­dez, él siempre lo entendería.

M: No está mal (admitió él asintiendo con la cabe­za tras meditarlo un poco).

V: Y tengo otra “El hombre ideal siempre te dará una segunda oportunidad” (Victoria lo miró a los ojos con expresión suplicante).  Digamos que una mujer hubiera estropeado la relación entre ambos, él siempre estaría dispuesto a volver a intentarlo.

M: Creo que ésa podría funcionar (dijo él ponién­dose el dedo en la barbilla en actitud pensativa).

V: Pero ésta es la que más me gusta (dijo Victoria con el corazón a punto de estallar).  “El hombre ideal es aquél a quien amas”.  Eso es lo único que importa.

 

Marcos se mantuvo en silencio durante unos largos minutos.  Cuando finalmente habló, su tono fue grave y hasta un poco ronco.

 

M: ¿Y tienes a alguien en mente?

V: Sólo tú (dijo Victoria).

 

Marcos no respondió y Victoria avanzó hacia él un poco más y mirándolo directamente a los ojos le dice.

 

V: Mira, no te estoy su­giriendo nada.  No, realmente.  Quiero decir que no es­pero que tú... bueno, que podríamos, pero... podría­mos tomar un café o en tu caso té, y... dar una vuelta en coche o... tal vez quieras que te ayude con alguna otra escena del libro con la que tengas dificultades.  Ver, en fin, si algún día podrías...

M: Ya lo has hecho (dijo Marcos avanzando hacia ella y Victoria se apresuró a abrazarlo).  

 

Victoria casi lloraba de lo feliz que se sentía de estar junto a él de nuevo.   Marcos le acariciaba la cabeza mientras la abrazaba como si fuera a perderla.  

 

M: Será mejor que estés segura esta vez (le susurró Marcos al oído).   No quiero sentirme abandonado de nuevo.   Esto es para siempre.

V: Nunca volveré a hacer algo así (prometió Victoria).  Y sí, esto es para siempre.

M: ¿Estás segura? (dijo Marcos mirándola a la cara).  Después de todo, me gustan los cereales.  Los como a todas horas.

V: No me importa.  El hombre ideal come lo que quiere.

 

Los ojos de Marcos resplandecían aunque seguía habiendo en ellos un resquicio de duda.

 

M: No viviremos en tu apartamento, por muy bonito y maravilloso que creas que es.  Ese sitio es un desastre.  Te mudarás a mi casa que a partir de ahora se convertirá oficialmente en nuestra casa.

V: No me importa dónde sea, siempre que tú estés conmigo (dijo Victoria).  

 

No todos los hombres tenían un gran sentido de la decoración, pero no era tan importante.  Ella se ocuparía de algunos detalles, y de los muebles...

 

M: ¿Nunca volverás a cenar a solas con un ecologista?

V: ¿Un qué?  Claro que no.  Los evitaré como si fueran una plaga (dijo Victoria acomodándose entre los brazos de Marcos, sonriendo).

 

Parecía que los hombres ideales eran celosos.

 

M: ¿Y harás todas las tareas de la casa? (preguntó Marcos presionándole con una mano el trasero para acercarla a él aún más).

V: No (susurró Victoria a pesar de lo cerca que estaban y del calor que emanaba de sus cuerpos ansiosos).  Al hombre ideal le gusta hacer las tareas de la casa dijo Victoria mordisqueándole el lóbulo de la oreja.

M: Pues a mí no.

V: ¿y qué te parece si las hacemos los dos desnudos?

M: Entonces sí, (dijo Marcos emitiendo una carcajada y asiéndola con más fuerza).

V: ¿Ves? Todo el tiempo supe que eras un hombre ideal, mi hombre ideal.

M: ¿Lo piensas de veras¿ (preguntó él con un sonrisa feliz).

V: Por supuesto dijo Victoria.

 

Continuará…

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