lunes, 5 de mayo de 2014

Capítulo 15


Capítulo 15

J: Tengo unas noticias excelentes (anunció Jaime un par de semanas después al llegar a casa de Marcos).  Ivana y yo hemos ido al consejero matrimonial.
M: ¿Eso son buenas noticias? (preguntó Marcos confundido).  Pensé que ir al consejero significaba el final de tu matrimonio.
J: Pues no (Jaime se sentó en el sofá con expre­sión de absoluta felicidad).  Parece que la razón de Ivana para ir es porque quiere tener un hijo.

Marcos trató de conciliar el adjetivo “maternal” con los otros adjetivos que describían a Ivana: “fashion-victima” y “sofisticada”.

M: ¿De veras?
J: Así es (dijo Jaime con una sonrisa).  No sa­bía cómo me lo tomaría.  Tenía miedo.  Pensó que al­guien con un historial como el mío no querría com­prometerse lo necesario para tener un hijo.
M: Lo entiendo.
J: ¡Pues yo no! A mí me encanta la responsabili­dad y el compromiso.
Me gusta la idea de formar una familia.  Me costó un poco convencer a Ivana y al consejero de que lo sentía de verdad, pero cuando lo hice, Ivana se mostró contenta.  Pero insistió en que aprovecháramos el resto de la sesión para discutir so­bre mi extraño comportamiento de los últimos días.  Pensó que había sufrido una crisis nerviosa (sacudió la cabeza).  Mujeres.  ¿Quién las comprende?
M: Yo desde luego no (gruñó Marcos).  Bueno, no; sabía exactamente cómo funcionaba la mente de una mujer.
J: Tengo más noticias (anunció Jaime mirándo­lo preocupado).  Tu editor llamó.  Está encantado con el libro.
M: Bien (dijo Marcos tratando de mostrarse algo interesado en el libro que había terminado unos días antes).
J: Según él, es más que bueno.  Dice que es el me­jor libro que has escrito.  Mejores escenas de sexo, me­jor construcción argumental y mejores personajes.  Está seguro de que se convertirá en otro éxito de ven­tas y está intentando vender los derechos a una pro­ductora de cine.
M: Estupendo (dijo Marcos hundiéndose aún más en la silla).  Marcos pensó que al menos era capaz de crear a un héroe que era el ideal de muchas mujeres, aunque él no consi­guiera ser ideal para la mujer que quería.
J: También he hablado con la editora de la revista (dijo Jaime aclarándose la garganta).  Me dijo que le ha encantado el artículo y que piensa que has hecho un trabajo espléndido y está muy agradecida.
M: ¿De veras?

Entonces Victoria había terminado el artículo.   Él había entrevistado a los dos hombres de su lista y decidió que ambos iban bien vestidos, eran inteligentes, tenían una boca perfecta y un gran sentido del humor, y le había pasado la información por fax a Victoria.   Tal vez le gustara salir con alguno de ellos si los de su lista no le habían gustado lo suficiente.  Se la imaginó con otro hombre y su tristeza y su rabia aumentaron.
J: Carlota mencionó algo de que no estaba termi­nado.  Algo sobre la última cualidad, que no estaba perfecta...
M: No me sorprende (gruñó Marcos).  Probable­mente Victoria esté demasiado ocupada con el millón de cosas que le gustan en un hombre (añadió Marcos, to­das ellas cualidades que él no tenía).
J: ¿Qué te pasa, Marcos?  Llevas quejándote desde que Victoria y tú...
M: Claro que he estado quejándome.  Me dejó, ¿re­cuerdas?  ¿Qué esperabas que hiciera?  ¿Reír, cantar y enrollarme con otra?
J: Eso es lo que siempre has hecho.

Marcos parpadeó rápidamente varias veces.  Jaime tenía razón.  Eso era lo que solía hacer.  Lo había hecho muchas veces, pero nunca antes se había sentido así.

Se pasó la mano por el pelo y notó que lo tenía muy largo.  Tendría que cortárselo.  Después de todo, los hombres ideales siempre llevaban el pelo per­fectamente arreglado.

Maldijo a Victoria y el día que se conocieron.  Nunca antes había pensado eso, pero ahora pensaba en eso y en muchas otras estúpidas cosas.  Incluso había re­puesto el cartucho de tóner él solo en vez de llamar a alguien para que lo hiciera.  Podría también escribir un libro sobre buenas maneras y sabía más de lo que que­ría sobre moda masculina.  ¡Incluso había leído Moby Dick después de oír a Victoria decir que le había gustado mucho!

Pero en su interior sabía que por mucho que se es­forzara, nunca conseguiría que Victoria sintiera por él lo que él sentía por ella.   Estaba loco por ella.  Nunca ha­bía pensado antes que alguna vez se sentiría tan des­graciado.  Y no podía hacer nada.  Cuando salió del apartamento de Victoria, estaba furioso; furioso por haber sido rechazado, y furioso consigo mismo por haberse enamorado.  Él sabía lo que ella quería de un hombre, y sabía que él no lo tenía.  Debería haberlo dejado es­tar.  Decidió que tenía que olvidarla.

Desafortunadamente, el amor no funcionaba así.  Marcos no podía creer que fuera posible echar tanto de menos a alguien.  Pensaba en ella cada segundo.  Cada vez que sonaba el teléfono, esperaba que fuera ella con alguna otra estúpida cualidad sobre el hombre ideal.  

Cuando estaba leyendo las pruebas de su no­vela, pensaba en ella haciendo el helicóptero, en el brillo de sus ojos cuando sonreía, en los reflejos de su pelo cuando le daba el sol, en sus cuerpos unidos.

J: Lo estás pasando mal, ¿verdad? (continuó Jaime mirándole con comprensión y afecto).
M: Sí (admitió Marcos).  Seguro que tú has pasado por esto.  ¿Cuándo dejaré de sentirme así?
J: Por lo que parece, dentro de bastante tiempo.

Marcos echó la cabeza hacia atrás y miró al techo.  Si seguía con aquel peso en el corazón se volvería loco.

M: Hunter tiene suerte (gruñó).  En su próxima aventura se habrá olvidado de Bridgett.
J: Hunter es ficción (le aclaró Jaime).  Y, desafortu­nadamente para ti, tú eres real.

Victoria seguía sin dar con la última cualidad exigible para el hombre ideal.  Sentada en la cocina, bus­caba la inspiración con los papeles desparramados a su alrededor.

Tiró el lápiz frustrada.  Todo lo que se le iba ocu­rriendo le parecía que estaba mal.  Igual que Marcos, pero no podía dejar de pensar en él a pesar de haber conocido a un par de hombres estupendos, casi perfec­tos, con los que ni siquiera se había planteado salir.

En realidad sabía por qué.  Romper con Marcos ha­bía sido muy difícil.  Había intentado salir con alguien desde entonces, pero no se lo había pasado bien.  In­cluso había cenado con Gerald en un restaurante de lujo.  Aunque ésa era la clase de cita que ella quería, se había sentido aliviada cuando terminó.

Trató de encontrar la última cualidad pero ninguna le parecía la adecuada, así es que cuando Estela se pre­sentó en su casa inesperadamente, se sintió más feliz de lo normal de verla.

Su amiga, sin embargo, no parecía muy feliz.  En­tró y tiró el abrigo sobre el sofá antes de echar un vis­tazo a la casa.

E: ¿Te he dicho alguna vez que no me gusta nada este apartamento? (preguntó).
V: Constantemente me lo recuerdas (le respondió Victoria).
E: Bien, pues no me gusta.  Pero no te lo tomes como algo personal.  Ahora mismo, creo que nada me gusta.
V: ¿Qué ha ocurrido?  ¿Tienes otro sospechoso?
E: No (dijo Estela).  De hecho, he abandonado la investigación.  Por muy triste que me parezca, Franklin murió de forma natural.
V: Bien (murmuró Victoria.  Estela la miró y Victoria añadió).  Tienes que admitir que es mejor que darte cuenta de que estás trabajando con un asesino.
E: Supongo que sí (Estela se apoyó en un cojín).  Sigo estando decepcionada.  Creía de veras que algo raro estaba ocurriendo, pero supongo que fue mi ima­ginación.  Quise ver algo que no había.  Igual que con Simón.
V: ¿Simón?
E: Sí, Simón (dijo alzando la voz).  Pensé que Simón también quería resolver el misterio, pero no era así.
V: ¿Me he perdido algo?
E: No, fui yo (dijo Estela cruzándose de brazos).  ¿Sabes lo que hizo Simón anoche?  ¡Se me insinuó!
V: Vaya... mala suerte.
E: Y que lo digas (dijo Estela).  Y lo que es peor.  Cuando le dije que no, y le dije lo sinvergüenza que era por querer ligar conmigo cuando estaba prometido con Lorraine, me preguntó qué esperaba, que si realmente creía que él estaba interesado en esa estúpi­da investigación mía.
V: Es horrible.
E: Lo sé.  Me dijo que él supo todo el tiempo quién había pedido Volaise a la Grecque (repuso Estela dando un suspiro).  Y pensar que le consideraba un gran tipo...  ¿Cómo pude ser tan idiota?
V: No ha sido culpa tuya.
E: Claro que sí (dijo Estela levantando la cabeza).  Ahora que lo pienso, me lanzó un par de insinuaciones antes pero yo no quise verlo.  No quería creer que era como los demás.  Quería creer que él era todo lo contrario a William, probablemente para poder pensar que el hombre ideal existe.
V: Y existe (dijo Victoria), sólo que Simón no es uno de ellos.
E: No, no lo es, pero me engañé a mí misma pen­sando que lo era (sacudió la cabeza).  Creía que sólo tú lo hacías, pero resulta que yo también.
V: ¿Qué pensaste que sólo yo lo hacía? (preguntó Victoria confundida).
E: Engañarte.  Ignorar la realidad.
V: ¡Yo no hago eso! (dijo Victoria indignada).
E: ¡Sí lo haces, Victoria!  Por ejemplo este apartamen­to.  No tiene nada bueno.  Un segundo sin ascensor, todo se está cayendo, es demasiado caro, no tienes su­ficiente espacio y no puedes sentarte en el suelo por­que es muy incómodo.  Pero tú sigues diciendo que es perfecto.
V: No es verdad.
E: Claro que sí (dijo Estela).  Y lo mismo ocurre con ese mítico hombre que quieres encontrar.  Don Elegante y Cortés.  Te has convencido de que ése es el tipo de hombre que necesitas y por eso has abandona­do al único hombre que realmente te ha hecho sentir algo en tu vida.
V: No lo entiendes, Estela (objetó Victoria, aunque te­nía la desagradable sensación de que Estela tenía razón).
E: Sí lo entiendo (dijo Estela poniéndose en pie).  Matthew se queda a dormir en casa de un amigo y voy a alquilar una película de vídeo.  ¿Quieres venir?
V: No (contestó Victoria).  Tengo que terminar el ar­tículo (dijo mirando a Estela esperanzada).  Supon­go que no sabrás qué otra cualidad debería tener el hombre ideal.
E: No (dijo Estela), a no ser que quieras incluir que el hombre ideal no es un idiota.
V: Creo que ya la he puesto antes (murmuró Victoria).

Victoria cerró la puerta detrás de Estela y entró en el salón.  Estela estaba equivocada.  Aquél era un precioso apar­tamento y Marcos no era...

De pronto un trozo de moldura de escayola cayó al suelo.  Victoria lo miró y decidió que Estela sí tenía razón en lo del apartamento.  Pero no en lo de Marcos.  Sim­plemente no cumplía los requisitos que ella quería en un hombre.

Pero sí tenía algunas buenas cualidades.  Era hon­rado y tierno; bueno con su familia, trabajador y di­vertido; ella estaba loca por él aunque no fuera sofis­ticado y cortés y su gusto en cuestión de ropa fuera atroz.  No le importaban esas cosas.  De hecho, le gus­taban. No, no le gustaban, más bien las adoraba porque formaban parte de Marcos.

V: ¡Eres una idiota! (se dijo en voz alta).

No le im­portaba que no cumpliera todas las cualidades que ha­bía puesto en aquella estúpida lista.  Lo amaba.  Amaba todas las cosas malas de Marcos más de lo que jamás podría amar todas las cosas buenas de otro.

Continuara...




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