martes, 6 de mayo de 2014

Capítulo 16


Capítulo 16

Victoria se preguntó qué podía hacer para reparar el daño.  Siempre podía volver a mudarse, pero entrar en la vida de Marcos de nuevo no parecía tan fácil.  Lo había herido profundamente y no parecía desear arriesgarse a que se lo hicieran otra vez.  Ella había escrito un artí­culo sobre cómo recuperar a tu hombre, o algo así.  Tal vez le sirviera.

Media hora después, tras revisar el artículo, no te­nía un plan muy definido.  Mandarle flores sería estú­pido teniendo en cuenta que él nunca se las había en­viado a ella.  Un poema romántico tampoco sería eficaz.  Presentarse en su puerta en ropa interior negra era una posibilidad, aunque Marcos no era de ese tipo de hombres.

Probablemente le gustaría más que apareciera vestida con remera  negra de cuello alto y mallas, dispuesta a representar la escena del helicóptero de nuevo, pero si lo hacía los vecinos creerían que quería robarle.

Claro que también podía usar el artículo como ex­cusa.  Llamarle para hablar de la cualidad número cin­cuenta...  De pronto sonó el teléfono y Victoria deseó fer­vientemente que fuera Marcos.

V: ¿Sí?
E: ¿Victoria? (dijo Estela).
V: Creía que estabas viendo una película (contes­tó Victoria decepcionada).
E: Pues no.  Escucha.  He estado pensando...
V: Yo también he estado pensando (admitió Victoria), y creo que tienes razón, en todo.
E: Eso es estupendo (dijo Estela).  Me alegra que hayas recapacitado.  Mira, yo he estado pensando también.  Si la causa de la muerte del señor Walters fue la salsa de marisco, ¿por qué no murió hasta la mitad de la cena?  Si la alergia que sufría era tan grave habría muerto en cuanto probara la salsa...
V: No lo sé (dijo Victoria sin mostrar el más mínimo interés por la investigación).
E: Yo tampoco (declaró Estela).  Le preguntaré a Gerald.
V: ¿Gerald? (preguntó Victoria).  Pensé que él era tu principal sospechoso.
E: No lo es.  Pidió ensalada César, así es que no puede haber sido él. También es alérgico al pescado.  Él sabrá lo que tarda en hacer reacción la alergia.
V: Claro (dijo Victoria, que no se sentía muy cómoda con todo aquello).  Pero no estoy segura de que de­bieras...
E: Tengo que hacerlo.  Voy a hablar con él ahora mismo.  Estoy sólo a unos minutos de la oficina y creo que está allí.  Te llamaré cuando llegue a Deportes al Aire Libre para contarte lo que haya averiguado.
V: No creo que sea una buena idea, Estela. ¿Por qué no...? (Victoria se detuvo cuando notó que estaba ha­blando sola porque Estela había colgado).

Colgó el teléfono y se puso a dar vueltas por la ha­bitación, intranquila.  Aquello no tenía buena pinta.  Estela no debería ir a ver a Gerald, sola, para hablar de sus alergias.  Pero aquello era ridículo.  Gerald no era peligroso.  Él tampoco podía haber pedido pescado porque es alérgico, por eso pidió ensalada Caesar y...  De pronto recordó lo que había dicho Armando sobre la ensalada Caesar: que todo el mundo olvidaba que tenía salsa de anchoas.

Victoria sintió que un escalofrío le recorría el cuerpo.  Ella también lo había olvidado y no le había dicho nada a Estela.  Seguro que Gerald también se habría ol­vidado.  No, era imposible.  Un hombre como él sabría muy bien los ingredientes del plato que iba a comer.  Pero no debería haberla comido si es que era alérgico.  ¿Entonces por qué la había pedido?

V: ¡Deja de pensar cosas raras, Victoria! (Victoria se rega­ñó a sí misma).  Seguro que hay una buena razón para que la pi­diera y aunque no fuera así, no haría daño a nadie.  Es un hombre encantador, no un asesino.

Ella lo conocía; había salido a cenar con él y no te­nía el aspecto de un asesino a sangre fría.  Parecía un hombre normal.  Eso precisamente era lo que Marcos le había dicho de los asesinos, que parecían gente nor­mal.

Victoria levantó el auricular del teléfono aunque no sabía a quién llamar. ¿A la policía?  ¿Pero qué podría decirles?  ¿Qué Gerald Carrión sabía que la ensa­lada Caesar contenía salsa de anchoas?

Tendría que ha­cerlo sola.  Recogió el bolso pero se dio cuenta de que tampoco ésa era una buena idea.  Le llevaría al menos una hora llegar a las oficinas de Deporte al Aire Libre y Estela estaba a sólo unos minutos.  Tenía que hacer algo pero no sabía qué.  Su Brad Pitt sabría qué hacer, pero no estaba por allí.  Necesitaba a un hombre ideal, a su hombre ideal.

Se dirigió al teléfono y tropezó en una tabla suelta de camino.  Sabía exactamente a quién necesitaba.  Ins­piró profundamente y marcó el número de Marcos.


Continuará…

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