Capítulo
16
Victoria se preguntó qué podía hacer para reparar el
daño. Siempre podía volver a mudarse,
pero entrar en la vida de Marcos de nuevo no parecía tan fácil. Lo había herido profundamente y no parecía
desear arriesgarse a que se lo hicieran otra vez. Ella había escrito un artículo sobre cómo
recuperar a tu hombre, o algo así. Tal
vez le sirviera.
Media hora después, tras revisar el artículo, no tenía
un plan muy definido. Mandarle flores
sería estúpido teniendo en cuenta que él nunca se las había enviado a ella. Un poema romántico tampoco sería eficaz. Presentarse en su puerta en ropa interior
negra era una posibilidad, aunque Marcos no era de ese tipo de hombres.
Probablemente le gustaría más que apareciera vestida con remera
negra de cuello alto y mallas, dispuesta
a representar la escena del helicóptero de nuevo, pero si lo hacía los vecinos
creerían que quería robarle.
Claro que también podía usar el artículo como excusa. Llamarle para hablar de la cualidad número cincuenta...
De pronto sonó el teléfono y Victoria deseó
fervientemente que fuera Marcos.
V: ¿Sí?
E: ¿Victoria? (dijo Estela).
V: Creía que estabas viendo una película (contestó Victoria
decepcionada).
E: Pues no. Escucha.
He estado pensando...
V: Yo también he estado pensando (admitió Victoria), y
creo que tienes razón, en todo.
E: Eso es estupendo (dijo Estela). Me alegra que hayas recapacitado. Mira, yo he estado pensando también. Si la causa de la muerte del señor Walters fue
la salsa de marisco, ¿por qué no murió hasta la mitad de la cena? Si la alergia que sufría era tan grave habría
muerto en cuanto probara la salsa...
V: No lo sé (dijo Victoria sin mostrar el más mínimo
interés por la investigación).
E: Yo tampoco (declaró Estela). Le preguntaré a Gerald.
V: ¿Gerald? (preguntó Victoria). Pensé que él era tu principal sospechoso.
E: No lo es. Pidió
ensalada César, así es que no puede haber sido él. También es alérgico al
pescado. Él sabrá lo que tarda en hacer
reacción la alergia.
V: Claro (dijo Victoria, que no se sentía muy cómoda con
todo aquello). Pero no estoy segura de
que debieras...
E: Tengo que hacerlo. Voy a hablar con él ahora mismo. Estoy sólo a unos minutos de la oficina y creo
que está allí. Te llamaré cuando llegue
a Deportes al Aire Libre para contarte lo que haya averiguado.
V: No creo que sea una buena idea, Estela. ¿Por qué
no...? (Victoria se detuvo cuando notó que estaba hablando sola porque Estela
había colgado).
Colgó el teléfono y se puso a dar vueltas por la habitación,
intranquila. Aquello no tenía buena
pinta. Estela no debería ir a ver a
Gerald, sola, para hablar de sus alergias. Pero aquello era ridículo. Gerald no era peligroso. Él tampoco podía haber pedido pescado porque
es alérgico, por eso pidió ensalada Caesar y... De pronto recordó lo que había dicho Armando
sobre la ensalada Caesar: que todo el mundo olvidaba que tenía salsa de
anchoas.
Victoria sintió que un escalofrío le recorría el cuerpo. Ella también lo había olvidado y no le había
dicho nada a Estela. Seguro que Gerald
también se habría olvidado. No, era
imposible. Un hombre como él sabría muy
bien los ingredientes del plato que iba a comer. Pero no debería haberla comido si es que era
alérgico. ¿Entonces por qué la había
pedido?
V: ¡Deja de pensar cosas raras, Victoria! (Victoria se
regañó a sí misma). Seguro que hay una
buena razón para que la pidiera y aunque no fuera así, no haría daño a nadie. Es un hombre encantador, no un asesino.
Ella lo conocía; había salido a cenar con él y no tenía
el aspecto de un asesino a sangre fría. Parecía
un hombre normal. Eso precisamente era
lo que Marcos le había dicho de los asesinos, que parecían gente normal.
Victoria levantó el auricular del teléfono aunque no
sabía a quién llamar. ¿A la policía? ¿Pero
qué podría decirles? ¿Qué Gerald Carrión
sabía que la ensalada Caesar contenía salsa de anchoas?
Tendría que hacerlo sola. Recogió el bolso pero se dio cuenta de que
tampoco ésa era una buena idea. Le
llevaría al menos una hora llegar a las oficinas de Deporte al Aire Libre y Estela
estaba a sólo unos minutos. Tenía que
hacer algo pero no sabía qué. Su Brad
Pitt sabría qué hacer, pero no estaba por allí. Necesitaba a un hombre ideal, a su hombre
ideal.
Se dirigió al teléfono y tropezó en una tabla suelta de
camino. Sabía exactamente a quién
necesitaba. Inspiró profundamente y
marcó el número de Marcos.
Continuará…
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